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Obama, candidato del Sueño Americano


Por EDWARD M. KENNEDY:
discurso pronunciado el lunes en la American University - Washington DC.

Nosotros también queremos un presidente que atraiga las esperanzas de quienes todavía creen en el Sueño Americano.

Y siento aires de cambio.

Cada vez que me han preguntado en el último año a quién iba a apoyar en las primarias demócratas, mi respuesta ha sido la misma: apoyaré al candidato que me inspire, que nos inspire a todos, que sea capaz de ofrecernos una visión optimista, aunar nuestras esperanzas y renovar nuestra convicción de que lo mejor está aún por llegar para nuestro país.

He encontrado a ese candidato. Y tengo la impresión de que ustedes también.

Antes, tengo que destacar cuánto respeto la fortaleza, el trabajo y la dedicación de otros dos demócratas que aún siguen compitiendo: Hillary Clinton y John Edwards. Son amigos míos y han sido colegas míos en el Senado. John Edwards ha sido un firme defensor de la justicia económica y social. Y Hillary Clinton ha luchado en primera línea sobre asuntos que van desde la sanidad hasta los derechos de las mujeres en todo el mundo. Sea quien sea nuestro candidato, contará con mi apoyo. Hay algo claro: todos estamos decididos a que el próximo presidente sea demócrata.

Sin embargo, creo que hay un aspirante con las dotes de líder y el carácter necesarios para responder a las extraordinarias exigencias de este momento histórico. Un candidato que comprende lo que el doctor Martin Luther King, Jr. llamó la "implacable urgencia del presente".

Será un presidente que no vivirá atrapado en los modelos del pasado. Es ya un líder que ve el mundo con claridad pero sin cinismo. Un luchador que se apasiona por las causas que defiende sin demonizar a quienes tienen una opinión distinta. Duro, pero con una capacidad fuera de lo común de apelar a "lo mejor de nuestra naturaleza".

Estoy orgulloso de ofrecer hoy mi ayuda, mi voz, mi energía y mi compromiso para hacer que Barack Obama sea el próximo presidente de Estados Unidos.

Hace cuatro años me conmoví cuando le oí decirnos una profunda verdad: que no estamos ni debemos estar simplemente divididos en Estados rojos y Estados azules, sino que somos un país llamado Estados Unidos. Y, desde entonces, me han asombrado su valor y su elegancia cuando le he visto viajar por el país e inspirar a un número sin precedentes de personas, independientemente de su edad, su raza, su sexo, su partido y su religión, que se han sentido dispuestas a actuar.

Le he visto conectar con personas de todos los ámbitos de la vida y con senadores de los dos partidos. En cada persona a la que conoce y cada muchedumbre a la que inspira, engendra una nueva esperanza de que nuestros mejores días como nación están aún por llegar, y en que esta generación de estadounidenses, como otras anteriores, puede unirse para cumplir nuestra cita con el destino.

Sabemos lo que ha hecho Barack Obama. Ahí está el valor que demostró cuando tantos otros se limitaron a callarse o a dejarse llevar. Él se opuso a la guerra de Irak desde el principio.

Ahí está la enorme inteligencia de alguien que podía haber hecho una brillante carrera como abogado, pero prefirió trabajar para su comunidad y dedicar su vida al servicio público.

Ahí está el incansable talento de un senador que llegaba a primera hora para ayudarnos a negociar el compromiso necesario sobre la reforma de la inmigración y que siempre veía una forma de proteger al mismo tiempo la seguridad nacional y la dignidad de la gente que no tiene poder. Él buscó justicia en su nombre.
Y ahí está la eficacia que demostró al ayudar a elaborar una legislación para garantizar la presencia de buenos profesores en nuestras aulas.

Barack Obama es un dirigente nacional que ofrece ahora a Estados Unidos un nuevo tipo de campaña, no sobre él, sino sobre todos nosotros, sobre el país en el que nos convertiremos si sabemos superar la vieja política que nos divide.

Recuerdo otra ocasión similar, en los años sesenta del pasado siglo, cuando yo tenía 30 años y acababa de llegar al Senado. Teníamos entonces un nuevo presidente que había impulsado al país, sobre todo a los jóvenes, a buscar una nueva frontera. Aquellos jóvenes se manifestaron, protestaron contra la guerra de Vietnam y sirvieron con honor en ella a pesar de oponerse.

Comprendieron que al preguntarse qué podían hacer por su país también podían cambiar el mundo.
Fueron los jóvenes quienes encabezaron el primer Día de la Tierra y lanzaron la llamada de alerta para proteger el medio ambiente; fueron los jóvenes quienes se apuntaron a la causa de los derechos civiles y la igualdad para las mujeres; fueron los jóvenes quienes formaron el Cuerpo de Paz y mostraron al mundo el rostro pacífico de Estados Unidos.

En la celebración del quinto aniversario del Cuerpo de Paz, pregunté a uno de aquellos jóvenes por qué se había presentado voluntario. Y nunca olvidaré su respuesta: "Fue la primera vez que alguien me pedía que hiciera algo por mi país".

Lo mismo sucede ahora. Hoy percibo un anhelo similar al de los años sesenta, un ansia parecida de avanzar hacia adelante y hacer que avance nuestra nación. Lo veo no sólo en los jóvenes, sino en todo nuestro pueblo. Y en Barack Obama veo, no sólo la audacia, sino la esperanza en la América que todavía está por venir.
Lo que importa para gobernar no son los años pasados en Washington, sino la amplitud de visión, la firmeza de las creencias y esa rara cualidad de mente y espíritu que logra sacar a la luz lo mejor de nuestro país y de nuestro pueblo.

Con Barack Obama, cerraremos el libro de la vieja política de raza contra raza, sexo contra sexo, etnia contra etnia, heterosexual contra homosexual. Con Barack Obama, cerraremos la puerta de la vieja economía que ha marginado a los pobres y ha hecho más pobre e insegura a la clase media. Con Barack Obama, saldremos del estancamiento y, por fin, tendremos la sanidad que Estados Unidos necesita: un derecho fundamental para todos, no un caro privilegio para unos pocos.

Haremos que Estados Unidos sea el gran líder y no el gran obstáculo en la decisiva lucha contra el calentamiento global.

Y con Barack Obama, pondremos fin a una guerra en Irak a la que siempre se ha opuesto, que nos ha costado las vidas de miles de los nuestros y que Estados Unidos no debería haber emprendido jamás.
Rechacemos, pues, las dudas.

Recordemos que, cuando Franklin Roosevelt concibió la Seguridad Social, no pensó que era un sueño demasiado ambicioso, que iba a ser demasiado difícil. Cuando John Kennedy pensó en ir a la Luna, no dijo que estaba demasiado lejos, que quizá era imposible y no valía la pena intentarlo. Sólo podemos alcanzar nuestras metas si "no somos mezquinos cuando nuestra causa es tan grande", si encontramos la forma de superar las ideas rancias, si sustituimos la política del miedo por la política de la esperanza y si tenemos el valor de escoger el cambio.

Barack Obama es el único candidato a presidente que puede traernos ese cambio. Sé que está preparado para ser presidente desde el primer día. Y, cuando tome posesión, en ese mismo momento, se levantará el ánimo de nuestro país y empezaremos a restaurar la imagen de Estados Unidos en el mundo.
Hubo otra época en la que otro joven candidato se propuso para la presidencia y retó a Estados Unidos a atravesar una Nueva Frontera. Tuvo que soportar las críticas públicas del anterior presidente demócrata, que contaba con el respeto del partido. Harry Truman dijo que necesitábamos "a alguien con más experiencia", y añadió: "Te aconsejo que seas paciente". John Kennedy respondió: "El mundo está cambiando. Las viejas fórmulas ya no sirven".

Amigos, les pido que se unan a este viaje histórico, que tengan el valor de escoger el cambio. Ha llegado de nuevo la hora de contar con una nueva generación de líderes. Ha llegado la hora de Barack Obama.
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