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Entre Maltratos Invisibles


Por Bernat Dedéu

“Estimada doctora Corazón. Yo tengo 32 años y él 37. Antes nuestras peleas eran porque él tomaba mucho y me golpeaba. Al terminar de golpearme me hacia suya a la fuerza (…) Ahora después de 5 años me entero que tiene otra mujer y eso me duele mucho más que si me diera una golpiza (…) Mi única salida es regresarme a mi país, pero mis hijas no se quieren regresar (…) Soy de esas mujeres a la antigua. Siempre he sido muy correcta y aunque la gente me dice que soy muy bonita par estar soportando un hombre como él, siempre me he portado bien y he rechazado a todo hombre que se me acerca.”

Ésta es una de las muchas cartas que reproducen situaciones bestiales de maltrato físico y emocional que llegan habitualmente a la sección de la Doctora Corazón del semanario hispano El Especialito. No es extraña esta afluencia, y las estadísticas provocan tembleque. Ojeo un informe del UIC Center for Urban Economic Development que cuenta como en 2001 un 34% de las latinas de la ciudad de Chicago habían sufrido ataques de sus parejas.


Actualmente, si bien los números varían a nivel federal, la mayoría de fuentes que he podido consultar no dudan en afirmar que las mujeres latinas son las más maltratadas en Estados Unidos. El problema general, como pueden ver en la carta, no solamente es la violencia con la que algunos cretinos demuestran su imbecilidad y su putrefacta idea de la dominación, sino también un modelo de esposa ejemplar –de “mujer a la antigua”, dice la firmante- según el cual esa práctica es normal o incluso tolerable (el famoso “mi marido me pega lo normal”, ya saben). Fíjense si es tal, que –en un folleto muy útil que edita la Alianza Latina Nacional contra la Violencia Doméstica- uno puede leer la siguiente recomendación:

Mito: Los hombres violan porque no pueden
controlar sus deseos o impulsos sexuales.

Realidad: La violación es un crimen y el mito
de que los hombres no pueden controlarse
es falso. Todas las mujeres tenemos el
derecho a decir que NO y a decidir cuándo
queremos participar en una relación sexual.

Efectivamente, la cosa parece risible, pero no lo es. Hace semanas hablaba con una amiga que se dedica a hacer terapia familiar para latinos, y –por respeto a los secretos que me confió- me tengo que morder la lengua para no reproducirles la sarta de problemas y salvajadas con los que se encuentra a diario, aunque solamente les diré que lo descrito en la carta precedente es de Barrio Sésamo si lo comparamos con lo que me contó. Unos problemas, en definitiva, proceden no solamente de tradiciones ancestrales del machismo más férreo, sino también de una cuestión mayor; los guetos raciales en los que los latinos andan metidos en las grandes ciudades, unas ollas a presión que no ayudan a que estas mujeres salgan de su particular prisión.


Que Harlem hoy en día sea un barrio más civilizado, por ejemplo, también es consecuencia de su pluralidad de razas y gentes. Es cierto que –como he dicho muchas veces- esta pluralidad no deja de ser algo falso, porque existe muy poca comunicación entre razas en Estados Unidos. Pero esa pluralidad pequeña al menos puede provocar cosas tan insignificantes como que una de esas firmantes que cito vea paseando a una pareja que se muestra cariños en públicos. Al menos para que vean que existe otra manera de vivir.
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