La melancolía de Benedetti
"A veces el alma se descuida y te deja un poco de alegría", declara el escritor uruguayo, de 87 años, que publica sus haikus, el libro Vivir adrede y un ensayo sobre Daniel Viglietti
Por Juan CruzMario Benedetti se sienta en su butaca preferida, en su casa de Montevideo, en la avenida a la que da nombre Zelmar Michelini, uno de los héroes de la resistencia uruguaya. En esa butaca lee, escribe haikus, empieza los poemas, vive. Tres libros y otros que prepara están en la mesilla. No cesa de escribir, pero el dolor le ve. Aunque el dolor no ha roto su ironía.
"Cómo nacen mis libros es un misterio. Estoy meses sin escribir, y de pronto aparece, plaf, ahí está, vuelve la escritura"
Ya no es la melancolía montevideana, esa de la que hablaban Onetti o Cortázar como parte del alma e incluso de la alegría de los uruguayos; por la vida del autor de Montevideanos, que en septiembre cumple 88 años, han pasado últimamente experiencias muy amargas; la que más le ha herido ha sido la muerte, hace menos de tres años, de Luz, su compañera, la mujer que le abrió el camino de muchísimos versos, su guía en los tiempos del exilio y del desexilio.
Con Luz vivió en Madrid, en Mallorca, en Cuba, y al fin regresaron los dos, y ya volver (a Madrid, que es donde tiene su otra casa) se hace difícil. Él lo dice, con mucha melancolía, porque en Madrid pasó momentos muy ricos... En un momento de la conversación que tuvimos, en su casa, a mediodía, mientras almorzábamos con Hortensia Campanella, su biógrafa, y con Ariel Silva, su ayudante, a Mario se le vio en la cara esa nostalgia de Madrid, cuando habló de la Feria del Libro, de los atardeceres charlando y firmando, dibujando palotes y tachándolos para conservar al fin el número de lectores a los que había firmado...
A veces es un adolescente, cuando escribe, y a veces es consciente del tiempo que ha pasado, y del dolor; fue asmático, ya no lo es tanto, las otras enfermedades, dice de coña, impiden que el asma aparezca de nuevo... Pero sigue estando en sus pulmones la ansiedad cabrona que produce la posibilidad de perder el aire.
Y no sólo ha perdido el aire. La vida es así, trae esos dolores; él los afrontaba gracias a Luz, ahora ya no queda sino la escritura. Ésta es la que le da alegría; le divierten los haikus; los descubrió hace como cinco años, se metió en ellos y ahora es un experto, se ríe haciéndolos. Visor acaba de publicar su Nuevo rincón de haikus; hoy los visitantes le han traído vino pero también cuadernos para que siga escribiéndolos.
Benedetti tiene en la mesilla su último libro narrativo de las dos orillas, Vivir adrede, que en España ha publicado Alfaguara y en Argentina ha publicado Seix Barral; y aún hay otro libro que ha arreglado de una edición de hace treinta años que él ha remozado con datos nuevos y con entrevistas y textos que lo convierten en un trabajo prácticamente nuevo, que ha editado Seix Barral en Argentina. Se trata de Daniel Viglietti, desalambrando, sobre el cantante uruguayo que, como él, sufrió el exilio y vivió el regreso a Uruguay acarreando las heridas de la larga marcha. Los dos, en medio de ese camino, se encontraron en París. Viglietti le dijo que estaba escribiendo música para sus versos; "pues tenemos que hacer algo con esta casualidad". E hicieron una gira memorable, que aún a Mario le devuelve a los ojos la alegría que le deja la vieja y persistente melancolía.
"Cómo nacen mis libros es un misterio. Estoy meses sin escribir, y de pronto aparece, plaf, ahí está, vuelve la escritura"
Ya no es la melancolía montevideana, esa de la que hablaban Onetti o Cortázar como parte del alma e incluso de la alegría de los uruguayos; por la vida del autor de Montevideanos, que en septiembre cumple 88 años, han pasado últimamente experiencias muy amargas; la que más le ha herido ha sido la muerte, hace menos de tres años, de Luz, su compañera, la mujer que le abrió el camino de muchísimos versos, su guía en los tiempos del exilio y del desexilio.
Con Luz vivió en Madrid, en Mallorca, en Cuba, y al fin regresaron los dos, y ya volver (a Madrid, que es donde tiene su otra casa) se hace difícil. Él lo dice, con mucha melancolía, porque en Madrid pasó momentos muy ricos... En un momento de la conversación que tuvimos, en su casa, a mediodía, mientras almorzábamos con Hortensia Campanella, su biógrafa, y con Ariel Silva, su ayudante, a Mario se le vio en la cara esa nostalgia de Madrid, cuando habló de la Feria del Libro, de los atardeceres charlando y firmando, dibujando palotes y tachándolos para conservar al fin el número de lectores a los que había firmado...
A veces es un adolescente, cuando escribe, y a veces es consciente del tiempo que ha pasado, y del dolor; fue asmático, ya no lo es tanto, las otras enfermedades, dice de coña, impiden que el asma aparezca de nuevo... Pero sigue estando en sus pulmones la ansiedad cabrona que produce la posibilidad de perder el aire.
Y no sólo ha perdido el aire. La vida es así, trae esos dolores; él los afrontaba gracias a Luz, ahora ya no queda sino la escritura. Ésta es la que le da alegría; le divierten los haikus; los descubrió hace como cinco años, se metió en ellos y ahora es un experto, se ríe haciéndolos. Visor acaba de publicar su Nuevo rincón de haikus; hoy los visitantes le han traído vino pero también cuadernos para que siga escribiéndolos.
Benedetti tiene en la mesilla su último libro narrativo de las dos orillas, Vivir adrede, que en España ha publicado Alfaguara y en Argentina ha publicado Seix Barral; y aún hay otro libro que ha arreglado de una edición de hace treinta años que él ha remozado con datos nuevos y con entrevistas y textos que lo convierten en un trabajo prácticamente nuevo, que ha editado Seix Barral en Argentina. Se trata de Daniel Viglietti, desalambrando, sobre el cantante uruguayo que, como él, sufrió el exilio y vivió el regreso a Uruguay acarreando las heridas de la larga marcha. Los dos, en medio de ese camino, se encontraron en París. Viglietti le dijo que estaba escribiendo música para sus versos; "pues tenemos que hacer algo con esta casualidad". E hicieron una gira memorable, que aún a Mario le devuelve a los ojos la alegría que le deja la vieja y persistente melancolía.
Periosita EL País 24/05/2008
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