El socialismo liberal
Por JOSÉ VIDAL-BENEYTO *
Los textos son casi siempre generadores de ambigüedad y con frecuencia de confusión. En especial los periodísticos. Esto es lo que está sucediendo con mi contribución al tema al que vuelve este artículo. Conviene pues que diga que yo no defiendo, no he querido defender la corriente ideológica-política que cubre la designación socialismo liberal sino que habiendo vuelto a encontrar, 30 años después, los fecundos e ignorados textos de Carlo Rosselli, Guido Calogero, Jean Matouk, Rainer Eisfeld y Aldo Capitini he comprobado que la problemática que les era común conservaba toda su centralidad. Pues la necesidad de instalar la libertad en el corazón mismo de la igualdad y de establecer entre ambas una indisociabilidad radical tiene hoy mayor vigencia, si cabe, que cuando Bobbio la postulaba en Quale Socialismo? -Einaudi 1976-.
Los escapismos individualistas y las exquisiteces hedonistas del pensamiento postmoderno han dejado intacta la estructura de la dominación: los ricos cada vez más poderosos y los poderosos cada vez más ricos. Los promotores de la libertad perdidos en su burbuja personal, los defensores de la justicia social dispuestos a sacrificarlo todo en el altar de lo colectivo. Frente a esta doble renuncia, el sincretismo de las conciliaciones blandas de la Tercera Vía a que nos invita Giddens es un más de lo mismo, absolutamente condenable porque confirma, querido colega Antonio González, el primado de lo híbrido, que acompaña el vivir contemporáneo y subraya lo incongruente de un antagonismo que funciona como desencadenante de múltiples reacciones casi inútiles en la misma dirección.
Entre ellas, en estos días, aquí en Francia, dos en forma de libros-entrevista. Uno de un joven cuarentón franco-catalán, hijo de un gran pintor barcelonés, Xavier Valls, que proclama al mismo tiempo su moderación y su impaciencia de poder, exigiendo una renovación total pero sin romper nada, sin agravios ni sangre. Manuel Valls en las casi 200 páginas de su diálogo con Claude Askolovitch, proclama una y otra vez su pragmatismo, que con los resultados de su acción como alcalde de la ciudad de Evry, son su única credencial política. Un pragmático que quiere cambiarlo todo, hasta el nombre de su partido que dejaría de llamarse socialista. Lo mejor de Manuel Valls, con sus prisas y su simpática ingenuidad, es que no engaña, comenzando por el título de su libro Para acabar con el viejo socialismo... y ser por fin de izquierdas. El autor, de un extremo posibilismo, reivindica, con las debidas precauciones, los OGM y la energía nuclear así como su convencimiento de que "no se puede ser progresista, si no se es liberal". No tiene sentido, porque no es su propósito, buscar en el libro de Valls una profundización de estos términos y de la posible fecundidad de su conjunción. A él le basta con proclamarse renovador.
La otra reacción también de un alcalde, pero esta vez de París, es la de Bertrand Delanoë, al que el actual director del diario Libération, Laurent Joffrin, somete a una larga entrevista, que acaba de ser publicada en forma de libro con el título de De l'audace! Después de siete años al frente de la alcaldía parisina y de un balance que se considera, en términos generales, positivo, Delanoë es un serio candidato a la jefatura del Partido Socialista francés, y más allá a la presidencia de la república de su país, ya en competencia abierta con Ségolène Royal y la larga lista de rivales potenciales: François Hollande, Lionel Jospin, Strauss-Kahn, etc., razón que aconseja dejar su tratamiento en detalle para mejor ocasión.
Hoy y aquí sólo insistir en su vocación y capacidades de gestión desde la izquierda que profesa y ejerce. Delanoë el antigauchista militante, totalmente alérgico al comunismo, para quien la economía de mercado no es una opción ni un debate sino un hecho, sólo se interesa por los proyectos que conducen a la acción como es propio de quien se considera parte de la izquierda de gobierno. Lo que quiere decir, según él, aceptar las exigencias de la gestión e introducir los métodos del management privado en la administración pública, o sea, conocer y adoptar la cultura de la empresa. Todo esto lo dice y hace el alcalde de París con la serenidad y autoridad con la que se declaró públicamente homosexual. Delanoë se manifiesta como liberal porque considera la libertad como algo irrenunciable en un demócrata socialista. Pero sin ahondar tampoco en esta necesaria coexistencia.
Por lo demás, la implacable redundancia mediática vuelve al tema, una y otra vez. En Le Monde de ayer dos referencias: una de Thomas Ferenczi en su crónica Las socialdemocracias en busca de renovación y otra de Christian Salmon en su columna de la última página.
*Filósofo, sociólogo y polítólogo franco-español - Publicación impresa en El Pais 31/05/2008
Los textos son casi siempre generadores de ambigüedad y con frecuencia de confusión. En especial los periodísticos. Esto es lo que está sucediendo con mi contribución al tema al que vuelve este artículo. Conviene pues que diga que yo no defiendo, no he querido defender la corriente ideológica-política que cubre la designación socialismo liberal sino que habiendo vuelto a encontrar, 30 años después, los fecundos e ignorados textos de Carlo Rosselli, Guido Calogero, Jean Matouk, Rainer Eisfeld y Aldo Capitini he comprobado que la problemática que les era común conservaba toda su centralidad. Pues la necesidad de instalar la libertad en el corazón mismo de la igualdad y de establecer entre ambas una indisociabilidad radical tiene hoy mayor vigencia, si cabe, que cuando Bobbio la postulaba en Quale Socialismo? -Einaudi 1976-.
Los escapismos individualistas y las exquisiteces hedonistas del pensamiento postmoderno han dejado intacta la estructura de la dominación: los ricos cada vez más poderosos y los poderosos cada vez más ricos. Los promotores de la libertad perdidos en su burbuja personal, los defensores de la justicia social dispuestos a sacrificarlo todo en el altar de lo colectivo. Frente a esta doble renuncia, el sincretismo de las conciliaciones blandas de la Tercera Vía a que nos invita Giddens es un más de lo mismo, absolutamente condenable porque confirma, querido colega Antonio González, el primado de lo híbrido, que acompaña el vivir contemporáneo y subraya lo incongruente de un antagonismo que funciona como desencadenante de múltiples reacciones casi inútiles en la misma dirección.
Entre ellas, en estos días, aquí en Francia, dos en forma de libros-entrevista. Uno de un joven cuarentón franco-catalán, hijo de un gran pintor barcelonés, Xavier Valls, que proclama al mismo tiempo su moderación y su impaciencia de poder, exigiendo una renovación total pero sin romper nada, sin agravios ni sangre. Manuel Valls en las casi 200 páginas de su diálogo con Claude Askolovitch, proclama una y otra vez su pragmatismo, que con los resultados de su acción como alcalde de la ciudad de Evry, son su única credencial política. Un pragmático que quiere cambiarlo todo, hasta el nombre de su partido que dejaría de llamarse socialista. Lo mejor de Manuel Valls, con sus prisas y su simpática ingenuidad, es que no engaña, comenzando por el título de su libro Para acabar con el viejo socialismo... y ser por fin de izquierdas. El autor, de un extremo posibilismo, reivindica, con las debidas precauciones, los OGM y la energía nuclear así como su convencimiento de que "no se puede ser progresista, si no se es liberal". No tiene sentido, porque no es su propósito, buscar en el libro de Valls una profundización de estos términos y de la posible fecundidad de su conjunción. A él le basta con proclamarse renovador.
La otra reacción también de un alcalde, pero esta vez de París, es la de Bertrand Delanoë, al que el actual director del diario Libération, Laurent Joffrin, somete a una larga entrevista, que acaba de ser publicada en forma de libro con el título de De l'audace! Después de siete años al frente de la alcaldía parisina y de un balance que se considera, en términos generales, positivo, Delanoë es un serio candidato a la jefatura del Partido Socialista francés, y más allá a la presidencia de la república de su país, ya en competencia abierta con Ségolène Royal y la larga lista de rivales potenciales: François Hollande, Lionel Jospin, Strauss-Kahn, etc., razón que aconseja dejar su tratamiento en detalle para mejor ocasión.
Hoy y aquí sólo insistir en su vocación y capacidades de gestión desde la izquierda que profesa y ejerce. Delanoë el antigauchista militante, totalmente alérgico al comunismo, para quien la economía de mercado no es una opción ni un debate sino un hecho, sólo se interesa por los proyectos que conducen a la acción como es propio de quien se considera parte de la izquierda de gobierno. Lo que quiere decir, según él, aceptar las exigencias de la gestión e introducir los métodos del management privado en la administración pública, o sea, conocer y adoptar la cultura de la empresa. Todo esto lo dice y hace el alcalde de París con la serenidad y autoridad con la que se declaró públicamente homosexual. Delanoë se manifiesta como liberal porque considera la libertad como algo irrenunciable en un demócrata socialista. Pero sin ahondar tampoco en esta necesaria coexistencia.
Por lo demás, la implacable redundancia mediática vuelve al tema, una y otra vez. En Le Monde de ayer dos referencias: una de Thomas Ferenczi en su crónica Las socialdemocracias en busca de renovación y otra de Christian Salmon en su columna de la última página.
*Filósofo, sociólogo y polítólogo franco-español - Publicación impresa en El Pais 31/05/2008
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