Phelps, el superpez
Por Manuel Alcántara*
Para los niños de mi generación nadie nadará, jamás, mejor que Johny Weissmüller, más conocido como Tarzán.
Sumó tres oros y un bronce en las Olimpiadas de París, allá por el año 24, y se convirtió en el héroe nacional de los Estados Unidos, a pesar de haber nacido en el Imperio Austrohúngaro. No sólo corría detrás de las medallas, sino también delante de los cocodrilos.
El hombre murió, hace años, completamente majara, dando gritos selváticos en uno de esos sanatorios psiquiátricos donde nunca sanan a nadie.
Pienso en el ídolo de mi niñez porque ahora, con suerte, llegaría el penúltimo en los 200 metros libres.
Lo de Michael Phelps es inhumano. Antes de homologarle sus plusmarcas habría que convocar un cónclave de dentistas que garantizase que no se trata de un tiburón disfrazado. (Foto Getty Images: Phelps en Mariposa 400 mts relevo en Beijing 2008)
Habrá que esperar a que terminen los Juegos Olímpicos de Londres para contar sus medallas. De momento ese muchacho ha conseguido que nos olvidemos de Mark Spitz, que era más simpático, y eso es lo malo de las Olimpiadas: hace deponer ídolos. Unos son reemplazados por otros y pasan rápidamente a la historia, que tiene muchas páginas.
Si no se ahoga, Michael Phelps está destinado a convertirse en el rey del agua de todos los tiempos, una especie de Neptuno rectangular de cinco velocidades.
El ser humano ha buscado siempre sus límites. Sospecha que ha sido diseñado con cierta precipitación, aunque le hayan hecho creer que su inventor lo hizo a su imagen y semejanza, si bien con un surtido variadísimo. No sé si la intriga por conocer nuestros límites nos salva, pero al menos nos entretiene. Nietzsche soñó con el superhombre. De momento, hemos encontrado al superpez.
*Colaborador de Salvadoreños en el Mundo Publicado en ENC 18/08/2008
Para los niños de mi generación nadie nadará, jamás, mejor que Johny Weissmüller, más conocido como Tarzán.
Sumó tres oros y un bronce en las Olimpiadas de París, allá por el año 24, y se convirtió en el héroe nacional de los Estados Unidos, a pesar de haber nacido en el Imperio Austrohúngaro. No sólo corría detrás de las medallas, sino también delante de los cocodrilos.
El hombre murió, hace años, completamente majara, dando gritos selváticos en uno de esos sanatorios psiquiátricos donde nunca sanan a nadie.
Pienso en el ídolo de mi niñez porque ahora, con suerte, llegaría el penúltimo en los 200 metros libres.
Lo de Michael Phelps es inhumano. Antes de homologarle sus plusmarcas habría que convocar un cónclave de dentistas que garantizase que no se trata de un tiburón disfrazado. (Foto Getty Images: Phelps en Mariposa 400 mts relevo en Beijing 2008)
Habrá que esperar a que terminen los Juegos Olímpicos de Londres para contar sus medallas. De momento ese muchacho ha conseguido que nos olvidemos de Mark Spitz, que era más simpático, y eso es lo malo de las Olimpiadas: hace deponer ídolos. Unos son reemplazados por otros y pasan rápidamente a la historia, que tiene muchas páginas.
Si no se ahoga, Michael Phelps está destinado a convertirse en el rey del agua de todos los tiempos, una especie de Neptuno rectangular de cinco velocidades.
El ser humano ha buscado siempre sus límites. Sospecha que ha sido diseñado con cierta precipitación, aunque le hayan hecho creer que su inventor lo hizo a su imagen y semejanza, si bien con un surtido variadísimo. No sé si la intriga por conocer nuestros límites nos salva, pero al menos nos entretiene. Nietzsche soñó con el superhombre. De momento, hemos encontrado al superpez.
*Colaborador de Salvadoreños en el Mundo Publicado en ENC 18/08/2008
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