Algunas pasiones humanas
Delación
Por Manuel Vincent
Existe un catálogo de odios humanos según el grado de su refinamiento y perfidia. El más intenso es el odio teológico, que se produce entre sectas religiosas. Por la distinta interpretación de una sola palabra revelada a un profeta han sido degollados millones de creyentes.
Al de los teólogos le sigue el odio entre eruditos e historiadores, capaces de los peores navajazos personales en su disputa acerca del número de sandalia que calzaba Alfonso X el Sabio.
En tercer lugar está el odio entre poetas, artistas y escritores, que va desde el pellizco de monja a la insidia más ruin. Este odio suele ser, a veces, tan melifluo que es difícil distinguirlo de la envidia.
El odio libera, pero la envidia ata. Por eso su mezcla es explosiva. La envidia es el único vicio que no produce placer. Se trata de un gen muy doloroso, asentado en el hígado, que puede llevarte a cometer grandes felonías y sólo por eso está catalogado como pecado capital, aunque no se trata de un pecado sino de una enfermedad amarilla.
La calumnia y la puñalada por la espalda son los remedios clásicos, que el portador de ese gen utiliza para sacudirse de encima el sufrimiento por el bien ajeno. Sólo las personas que no conocen la envidia son realmente libres.
Estar siempre dispuesto a alegrarse por el éxito de un amigo, no experimentar un secreto regocijo ante cualquiera de sus fracasos constituye una cumbre del espíritu, que no es diferente de la dicha de vivir, un don que el estómago agradece con digestiones felices y el cerebro con sueños profundos y sosegados.
El niño chivato del colegio, el empleado soplón de la empresa, el confidente de la policía de bajos fondos se mueven en un estrato psicológico en el que la envidia todavía duele. Pero existe un nivel más profundo de la perfidia, allí donde la envidia, el odio y el fanatismo se unen, ocupado por la figura del delator político, quien llega a creer que la traición, junto con el veneno, es el arte protagonista de la historia.
Con la húmeda suavidad del reptil, sus palabras se deslizan hasta el oído del inquisidor. No espera recompensa. Después de la delación se siente bien pagado por el bálsamo muy dulce que le invade todos sus cartílagos con sumo placer hasta el fondo de los sentidos.
Publicación Edición Impresa El Pais 02/11/2008
Existe un catálogo de odios humanos según el grado de su refinamiento y perfidia. El más intenso es el odio teológico, que se produce entre sectas religiosas. Por la distinta interpretación de una sola palabra revelada a un profeta han sido degollados millones de creyentes.
Al de los teólogos le sigue el odio entre eruditos e historiadores, capaces de los peores navajazos personales en su disputa acerca del número de sandalia que calzaba Alfonso X el Sabio.
En tercer lugar está el odio entre poetas, artistas y escritores, que va desde el pellizco de monja a la insidia más ruin. Este odio suele ser, a veces, tan melifluo que es difícil distinguirlo de la envidia.
El odio libera, pero la envidia ata. Por eso su mezcla es explosiva. La envidia es el único vicio que no produce placer. Se trata de un gen muy doloroso, asentado en el hígado, que puede llevarte a cometer grandes felonías y sólo por eso está catalogado como pecado capital, aunque no se trata de un pecado sino de una enfermedad amarilla.
La calumnia y la puñalada por la espalda son los remedios clásicos, que el portador de ese gen utiliza para sacudirse de encima el sufrimiento por el bien ajeno. Sólo las personas que no conocen la envidia son realmente libres.
Estar siempre dispuesto a alegrarse por el éxito de un amigo, no experimentar un secreto regocijo ante cualquiera de sus fracasos constituye una cumbre del espíritu, que no es diferente de la dicha de vivir, un don que el estómago agradece con digestiones felices y el cerebro con sueños profundos y sosegados.
El niño chivato del colegio, el empleado soplón de la empresa, el confidente de la policía de bajos fondos se mueven en un estrato psicológico en el que la envidia todavía duele. Pero existe un nivel más profundo de la perfidia, allí donde la envidia, el odio y el fanatismo se unen, ocupado por la figura del delator político, quien llega a creer que la traición, junto con el veneno, es el arte protagonista de la historia.
Con la húmeda suavidad del reptil, sus palabras se deslizan hasta el oído del inquisidor. No espera recompensa. Después de la delación se siente bien pagado por el bálsamo muy dulce que le invade todos sus cartílagos con sumo placer hasta el fondo de los sentidos.
Publicación Edición Impresa El Pais 02/11/2008
SEEM, que buen tema escojieste, de mucha actualidad. En especial cuando una viejita de Zacatecoluca, residente en la Costa Este de EEUU, le ruega a Rivas Zamora ser la cnadidatita a Vice del PDC, el problema es que: fue recomendada por el expulsado de la Logia Masonica, que es asesorada por WALGIOMONESCULAPIO, quien ni siquiera puede viajar a San Sivar, porque pierde el TPS y su consorte es un landronsuelo de Yucuaiquin (el janananito).
ReplyDeleteDicen que la maistra le demando la Rivas Zamora y a la mata alcaldes del PDC La Lupe Villa de Lobos lo siguiente:
Casa de Lujo en Santaelena hasta marzo 2009.
Carro de lujo con guaruras de ORDEN.
Salario.
Viaticos y pasaje para ella y su consorte.
Y ajuar nuevo al estilo Gobernadora de Alaska.
Don Parker tome nota para que no le gasten la deuda electoral 2008.
Hasta pronto mis marachitos.
Lujo de artículo bien seleccionado.
ReplyDeleteJuan Antonio - Canada