El Salvador: Campaña electoral, la recta final

José Manuel Ortiz Benítez

No hay tiempo para replanteamientos estratégicos de última hora, el tiempo, que nunca tropieza, ni recula, ya se ha adueñado de lo que resta del proceso electoral salvadoreño.

Estamos ante los días previos a la verdad, lo que se haga en estos días será lo que realmente decante la balanza hacia un lado o hacia el otro y también será la base del lamento o la felicidad el día después que se conozcan los resultados, eso es si no nos pasa como en México, que ambos candidatos se proclamaron vencedores.

En todo caso, ya no hay tiempo para entretenerse en cuestiones menores, como la verdad o no de las encuestas, la denuncia de las anomalías intrínsicas de nuestro sistema democrático, las quejas de las impurezas ponzoñosas de la campaña, el agravio de las desigualdades en el tratamiento periodístico, la introducción de nuevos mecanismos de control en las urnas, ni siquiera hay tiempo para revisar lo que se ha venido haciendo mal en estos últimos meses.

Quien se entretenga en este tipo de trivialidades, ya irrelevantes en el proceso, estará desperdiciando recursos que podrían aprovecharse en otros menesteres que todavía importan, y mucho.

En estos momentos, lo que realmente cuenta es una cosita bien concreta: el cómo dar caza y captura a eso que los entendidos llaman el “voto indeciso”, ese voto reflexivo de personas que se encuentran bailando entre la duda y la indeferencia, entre la serenidad y el dilema, o como diría nuestro amigo W. Bush, ahora ya felizmente guardado en su rancho tejano, ese voto de individuos “que están entre la línea del bien y el mal”.

En Latinoamérica ese voto “indeciso”, que suele dormirse apaciblemente bajo la sombra en la parte central del arco ideológico, representa, en promedio, un 20% del electorado total. Este curioso 20% de electores no acostumbra a despertarse de su letargo sino hasta la última semana antes de las elecciones. Es entonces cuando se decanta, después de observar algún guiño realmente interesante o, por el contrario, alguna metedura de pata, de cualquiera de los dos candidatos en contienda.

El voto “swing”, el voto “bisagra”, el voto “fronterizo”, el voto “articulado” –tiene tantos nombres– es lo que ahora interesa de veras. En el caso de El Salvador, ese pedazo del electorado equivale a unos 400,000 votantes más o menos, una masa difusa, generalmente, localizable en los núcleos urbanos en todo el territorio nacional.

Estas 400,000 almas indecisas tienen la llave del gane y deben ser el centro de atención de los candidatos y sus asesores en pie por la victoria en estos 14 días que le quedan de vida a la campaña electoral, de los cuales, según la ley, solo 11 son utilizables en términos de campaña electoral, aunque, como todos sabemos, en nuestro país, la ley electoral se cumple con cierto rigor o parálisis según quien la infrinja.

Los estrategas, politólogos y asesores de ambos partidos saben que todo está en el aire –“hay que ir a buscar y atrapar a esa gente indecisa para asegurar la victoria”– dicen en sus cuartelones, pero cada cual opta por una línea estratégica particular acorde a sus fines, a sus necesidades y su tradición.

En términos objetivos –cosa cada vez más difícil, sobre todo, en los tiempos que corren para cualquiera que se preste de analista– ARENA es quien más arriesga en su apuesta para captar ese voto indeciso por que no da tregua a su estrategia electoral multicarril: el carril de la campaña del miedo, el carril de la campaña del desprestigio y destrucción personal del adversario, y el carril de la presentación del súper plan “deluxe”, con una proyección de país feliz, moderno, avanzado, donde no hay desempleo, ruptura social, inseguridad, corrupción, extorsiones, ni asesinatos, sino únicamente sonrisas y gestos de felicidad, un país pujante, envidiable, de ensueño, algo que, por supuesto, corresponde a una realidad: a la realidad de una pequeñísima minoría, que vive bien con buenos acomodos y beneficios que las grandes mayorías carecemos pero con los que en, cualquier caso, soñamos.

Es una apuesta arriesgada por que el voto indeciso es mucho más reflexivo e inteligente y sabe distinguir entre el anhelado deseo y la aspereza de la realidad.

Entre algunos de los cargos en la factura de los indecisos no abonados todavía por ARENA están la falta de autocrítica en la dirigencia arenera por algunos gruesos errores cometidos en estos últimos 20 años; la zafada automática del gobierno de ARENA de su responsabilidad ante la crisis; el rechazo frontal a aceptar la mala gestión realizada por las personas claves en el gobierno ante el desmadre en el que se ha convertido la violencia y la inseguridad; la insistencia de que el país disfruta, a pesar de todo, de una buena salud económica y financiera; y, finalmente, la rotundidad de que un gane del FMLN significará, 20 sobre 10, la "muerte súbita" de nuestra democracia y de nuestras libertades.

A ARENA sólo le falta decir que, si gana el FMLN, será el inicio de la fase de extinción de la raza guanaca de la faz de la tierra.

Estos manejos por parte de ARENA en la parte final de la campaña, en mi criterio, no conseguirán atrapar el codiciado voto indeciso, por lo menos, buena parte de él –demasiada crudeza y ausencia de realismo cotidiano en la campaña y en el mensaje oficial– pero esos manejos, de todas formas, no podrían ser de otra manera. No es aconsejable proyectar la dureza en su cabalidad de la realidad construida, por activa o por pasiva, alrededor de las grandes mayorías estos últimos 20 años. Hacerlo asustaría al voto duro e incondicional. Así pues ARENA seguirá con su tridente 1) aterrorizando al ciudadano con la amenaza del comunismo, 2) descuartizando a Mauricio Funes y 3) presentando un país y un plan de gobierno de ensueño– hasta el final.

En el otro bando, los comandantes duros del FLMN, después de estrellarse contra el asfalto de cemento el 18 de enero en San Salvador, han decidido, finalmente, apearse de la avioneta, sacar sus chunches y dejar que Mauricio Funes tome el timón para volver a alzar el vuelo, directamente desde el suelo del accidente, con sus asesores sudamericanos actuando como mecánicos y asistentes de vuelo. Apartarse es lo que debieron haber hecho algunos dirigentes históricos del Frente hace tiempo, antes de estrellar su avioneta en el asfalto de la capital.

Parece que ahora los hombres fuertes del partido se han dado cuenta que las batallas electorales en una democracia como la nuestra no se ganan con cargas ideológicas o golpes de encuestas, sino con una estrategia profesional basada en crear conexión, ilusión y simpatías por todo el perímetro ideológico del electorado. Ya no vale –mejor dicho nunca valió– aquel discurso rocoso de que los ricos explotan a los pobres.

Ahora, con Funes timoneando la avioneta comunicativa de la campaña y los sudamericanos al mando de la brújula y el GPS, la estrategia electoral ha dado un giro de 180º.

Ya no hay declaraciones contradictorias provenientes de la dirigencia efemelenista, y la vieja casona 1316 donde antes se planificaban las tácticas de la campaña, ahora se ha trasladado a una impresionante y espaciosa mansión que los sudamericanos han bautizado como El Estudio en la colonia escalón, el lujoso “downtown” de San Salvador reservado sólo a los que tienen rechonchos recursos monetarios.

En menos de un mes Funes y su equipo han lanzado ya tres ofertas claras y concretas: ciudad mujer, fábrica de empleo, plan anticrisis, y próximamente veremos el plan fiscal, el programa de salud pública, el programa de educación nacional y el esperado Plan de Gobierno que tantas veces se ha confundido con el famoso Programa de Gobierno –sigo sin entender el porqué de un Plan y un Programa, se pudieron haber ahorrado la confusión.

De todas las maneras, las exigencias de la nueva estrategia han obligado a Mauricio Funes a desvelar los nombres de algunos posibles miembros del futuro gabinete de gobierno, en caso de resultar electo, como Héctor Silva, Héctor Dada, Roberto Turcios, María Isabel Rodríguez, entre otros, gente de una izquierda mucho más moderada y menos ideologizada.

Hace bien.

Es así cómo deben pelearse estas guerras electorales en Democracia, con astucia, reclutando a gente capaz, con guiños mediáticos, con articulaciones viables, con propuestas, con un equipo de campaña compuesto por profesionales, expertos en comunicación, en estadística, en datos, en sensibilidades sociales, en psicología colectiva, en definitiva, con gente experimentada en victorias electorales.

Los sudamericanos lo son, pero, esta vez, están en El Salvador, el hueso más duro de la derecha latinoamericana.

Faltan 11 días, pronto veremos si estos señores importados de Sudamérica lo consiguen.

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