Un cuento: Orígenes y sueños de un niño salvadoreño en un pueblo llamado Nonualco
Por José Leandro Flores*
“Nonualco, lugar de mudos”, anclado entre los ríos Achinca y Amayo, en el Departamento de La Paz, El Salvador, fue la cuna de “Sombrero Viejo” que se confundía entre los niños tripudos, de extremidades delgadas, ojos tristes y bocas abiertas, que eran los hijos de los campesinos sin tierra, que habitaban entre los ranchos camuflados entre la maleza crecida por las incesantes lluvias de los seis meses de invierno de cada año.
Al caer la noche, entre gallinas, perros y cerdos, se podían encontrar a los numerosos infantes durmiendo en el suelo sobre pedazos de petates que los aislaban del contacto de arañas, alacranes y ratones, que venían en busca de restos de alimentos entre las cenizas de las hornillas de leña que humeaban sin cesar. Allí no era fácil sobrevivir, y con frecuencia se escuchaban las explosiones de la pólvora de cochotes que sacaban esta exclamación: "¡Otro angelito que se va al cielo!". Luego, cortaban flores, y con un ramito en la mano se dirigían al rancho que había dado la señal de pólvora, donde encontraban una aglomeración de mujeres y niños, cantando himnos religiosos y comiendo animadamente las viandas preparada por el suceso. Era notorio que había más fiesta por un niño que moría que por otros que nacieran. Esto reflejaba la mentalidad de su pueblo, que era más importante el nacimiento a la vida del cielo, que el nacimiento a la efímera vida terrestre en la región de los nonualcos.
Por esos días falleció su abuelo de padre, de nombre Juan. El partió sin casi dirigirle la palabra, porque fue siempre adusto y serio como si el fin del mundo llegase ese mismo día. Como su abuelo analfabeto, también su padre, heredó ese carácter, por lo que Sombrero Viejo los recuerda, más que todo por sus miradas tristes, frías o llenas de cólera. Y el sombrero viejo que le dejó su abuelo, fue siempre la característica de este niño que soñaba con ser distinto de sus progenitores; con él se protegía de la lluvia y del sol, cuando se dirigía a la escuela “Grupo Escolar Irineo de León”, y cuando se encontraba en medio de las algodoneras. A Ambos destinos se dirigía descalzo y con sus ropas remendadas, con la frente en alto, porque le animaba el verbo de su madre, quien le recordaba: "Ser pobre no es motivo de vergüenza; solamente debería sentir vergüenza el que roba".
Así, en medio del polvo de verano de aquellos caminos de tierra colorada, Sombrero Viejo, corría y corría por la vereda que conducía al río, hasta llegar a sentirse como un pájaro que volaba. Y eso le gustaba: ¡Volar! Sentía que se desprendía del polvo de la tierra que cubría su delgado cuerpo cada noche que se iba a costar, o mejor dicho, a subirse a su hamaca para dormir. Y mientras se mecía en ella, soñaba que algún día saldría de ese lugar, porque él quería hablar. Ser un artista de la palabra. Ese secreto solo lo conocía su madre, quien también era la única que lo apoyaba enseñándole a leer y a sumar en las noches tormentosas de invierno, llenas de relámpagos y rayos estruendosos.
Y las jornadas de trabajo, para Sombrero Viejo, comenzaban muy temprano. A los primeros cantos de los gallos que indicaban que ya era hora de levantarse, porque eran las dos de la madrugada. Y con todo lo que habían dejado listo la noche anterior, rápidamente se encontraba caminando detrás de su padre rumbo a las algodoneras, distantes hasta cuatro horas de camino. Ese recorrido lo hacían por veredas, atravesando cercas de alambrados de púas, en medio de la oscuridad, acompañados, de vez en cuando, del ladrido de los perros cuidadores y del canto de los gallos que seguían anunciando la llegada del nuevo día.
Ya entre los blancos algodonales en el mes de diciembre, el fuerte sol del mediodía asolaba el disminuido cuerpo de Sobrero Viejo, quien a pesar de esforzarse por ir cerca de su padre cortando el algodón... la insolación rápidamente lo doblegaba, y el niño terminaba a orillas del río Achinca, perdiendo el desayuno que había tomado muy de madrugada ese día, antes de emprender la caminata.
A Sombrero Viejo le daba rabia su debilidad física, y se prometía así mismo que saldría de ese lugar, tan cercano al mismo infierno, donde el color blanco de los millares de brotes de algodón contrastaba con la piel morena de las manos que los iban cortando y colocando en sacos de yute atados a las cinturas de los innumerables cortadores.
Una vez de regreso a su rancho, a la hora del crepúsculo, Sobrero Viejo, acostumbraba retirarse entre los bambúes, y quedarse allí en medio de cenzontles, guacalchías y arroceros que revoloteaban junto con bandadas de pericos, produciendo su característico bullicio melodioso cada atardecer. En esa soledad y colorida compañía, el niño, disfrutaba mucho dialogar consigo mismo y con los inquietos pajarillos por las horas que transcurrían casi sin darse cuenta.
Allí repasaba las voces, colores y olores del día... las imágenes que había visto con detenimiento, llevado por su innata curiosidad. Volvía a ver las filas de hombres, mujeres y niños, cargando centenares de quintales de algodón hacia los centros de acopio. Volvía a presenciar aquellos signos de tristeza en los rostros de los campesinos que extendían sus flacas manos para recibir el mísero salario por los quintales de algodón cortados; faena que realizaban bajo los ruidosos motores de las avionetas que zumbaban sobre sus cabezas, mientras iban dejando caer, cual raudales de agua, grandes cantidades de veneno contra las plagas de la mariposa blanca... pero mientras que las mariposas y afines resistían cada vez más las fórmulas químicas del veneno, muchos de los peces del río "Achinca" y de los niños que ayudaban a su padres, no quedaban vivos para la próxima corta de algodón.
Entrada la noche, el murmullo de las pájaros cesaba, los bambúes volvían a recobrar su tranquilidad, y el niño, volvía a su rancho, repasando en sus retinas aquellos rostros de hombres y mujeres sin dientes, curtidos por el sol, que a los cuarenta años parecían ancianos de ochenta, y morían como tales, también entre su familia. Tampoco podía dejar de ver como se iba endureciendo el suelo y alejando cada vez más las aguas de aquellos campos que un día le cuentan que fueron boscosos y llenos de animales de toda especie. Ahora, él presenciaba a su alrededor el avance de la desertificación de la región... y, que nadie hacía algo para revertir aquel mortal proceso. Aunque, él era muy pequeño para comprender el amplísimo tema de la ecología, podía darse cuenta que no era buen signo ver como aquellas quebradas que deberían llevar agua, permanecían, en cambio, secas y llenas de piedras; o aquel río que un día alimentó con peces a sus abuelos, ahora carecía de vida animal, porque había sido alcanzado por los efectos mortíferos del veneno "Paration"; el maldito insecticida que descendía siempre cual nube de fantasmas sedientos de la muerte de todos los bichos nocivos al producto blanco que cubría la región en grandes plantaciones, que se extendían hasta las costas del océano pacífico.
En esas meditaciones crepusculares, Sombrero Viejo, no sólo se reponía del cansancio de su espalada que había cargado los sacos llenos de algodón que posteriormente se iban empacados rumbo a Japón, sino también contemplaba con extrañeza y dolor el silencio cómplice con el maltrato de la tierra. Sentía ansias de hablar, y que lo escucharan los nonualcos... pero eso era impensable en una sociedad donde la voz y la autoridad la tenían solo los jefes de cada rancho, aunque éstos no hablaran ni ejercieran ese derecho, como era el caso de su familia.
En su familia, la dimensión política no tenía cabida. Eso era mal visto. O claramente vista como un mal. La virtud la situaban sólo en la religión. Domingo a domingo, el niño, trataba de entender el lenguaje medio italiano y medio español de aquel hombre alto y flaco vestido de color café que levantaba las manos con emoción para bendecir y maldecir a los presentes, según estuviera hablando de las bienaventuranzas de Mateo o de las imprecaciones del profeta sobre Sodoma y Gomorra por su mal comportamiento como los habitantes de Nínive. Y Sombrero Viejo se sentía enamorado del arte de hablar más que del contenido que tenía el mismo matiz de premio y castigo paralizante para las conciencias de los nonualcos. A él le impresionaba la actitud de la gente que se agolpaba dentro de las paredes del templo, escuchando en completo silencio a aquél orador llegado de lejanas tierras de Italia. El poder de la palabra lo dejaba extasiado.
Y le llamaba la atención el contraste de los dos mundos. Uno, era el que había comenzado a conocer tempranamente: el mundo de la pobreza y de la miseria. Donde las montañas de limitaciones eran asfixiantes para todos los nacidos a ese lado del río Achinca. Un mundo donde faltaban las palabras, las letras y los razonamientos. Faltaban las técnicas, los recursos y las oportunidades. No había lugar para la creatividad ni se sospechaba una pizca de cambio para mejorar aquellas condiciones. Y algo muy distinto, era ese mundo de dos horas de cada domingo, tan lleno de palabras, historias, e ilusiones, que se proyectaba hasta más allá de la vida terrenal. Y se preguntaba, ¿Cuál de los dos era más real? ¿Cómo podía compaginar ambos, una persona como él que vivía dos realidades tan diferentes? Y miraba ese mundo de las palabras tan lejano como las estrellas que contemplaba en el cielo, cuando su madre le contaba cuentos de los antepasados importantes de su pueblo.
Pero antes que este niño llegara a su pubertad, sucedió que los extensos algodonales que él pudo ver, mientras trabajaba con de su padre, se terminaron. Sí, ¡Desaparecieron! Y no fue por arte de magia, sino por efecto del excesivo riego del veneno Paratión contra los hongos y bichos cada vez más resistentes a las fuertes dosis aplicadas.
Y lo que fue una desgracia más para los campesinos sin tierra como su padre, que se quedarían una vez más a la buena de Dios, y otra vez volverían ver las relucientes estrellas de la noche con el estómago vacío, esperando mejores tiempos... para Sombrero Viejo, en cambio, ese hecho coincidió con el inicio de la realización de sus sueños.
Salvadoreño residente en Ecuador
“Nonualco, lugar de mudos”, anclado entre los ríos Achinca y Amayo, en el Departamento de La Paz, El Salvador, fue la cuna de “Sombrero Viejo” que se confundía entre los niños tripudos, de extremidades delgadas, ojos tristes y bocas abiertas, que eran los hijos de los campesinos sin tierra, que habitaban entre los ranchos camuflados entre la maleza crecida por las incesantes lluvias de los seis meses de invierno de cada año.
Al caer la noche, entre gallinas, perros y cerdos, se podían encontrar a los numerosos infantes durmiendo en el suelo sobre pedazos de petates que los aislaban del contacto de arañas, alacranes y ratones, que venían en busca de restos de alimentos entre las cenizas de las hornillas de leña que humeaban sin cesar. Allí no era fácil sobrevivir, y con frecuencia se escuchaban las explosiones de la pólvora de cochotes que sacaban esta exclamación: "¡Otro angelito que se va al cielo!". Luego, cortaban flores, y con un ramito en la mano se dirigían al rancho que había dado la señal de pólvora, donde encontraban una aglomeración de mujeres y niños, cantando himnos religiosos y comiendo animadamente las viandas preparada por el suceso. Era notorio que había más fiesta por un niño que moría que por otros que nacieran. Esto reflejaba la mentalidad de su pueblo, que era más importante el nacimiento a la vida del cielo, que el nacimiento a la efímera vida terrestre en la región de los nonualcos.
Por esos días falleció su abuelo de padre, de nombre Juan. El partió sin casi dirigirle la palabra, porque fue siempre adusto y serio como si el fin del mundo llegase ese mismo día. Como su abuelo analfabeto, también su padre, heredó ese carácter, por lo que Sombrero Viejo los recuerda, más que todo por sus miradas tristes, frías o llenas de cólera. Y el sombrero viejo que le dejó su abuelo, fue siempre la característica de este niño que soñaba con ser distinto de sus progenitores; con él se protegía de la lluvia y del sol, cuando se dirigía a la escuela “Grupo Escolar Irineo de León”, y cuando se encontraba en medio de las algodoneras. A Ambos destinos se dirigía descalzo y con sus ropas remendadas, con la frente en alto, porque le animaba el verbo de su madre, quien le recordaba: "Ser pobre no es motivo de vergüenza; solamente debería sentir vergüenza el que roba".
Así, en medio del polvo de verano de aquellos caminos de tierra colorada, Sombrero Viejo, corría y corría por la vereda que conducía al río, hasta llegar a sentirse como un pájaro que volaba. Y eso le gustaba: ¡Volar! Sentía que se desprendía del polvo de la tierra que cubría su delgado cuerpo cada noche que se iba a costar, o mejor dicho, a subirse a su hamaca para dormir. Y mientras se mecía en ella, soñaba que algún día saldría de ese lugar, porque él quería hablar. Ser un artista de la palabra. Ese secreto solo lo conocía su madre, quien también era la única que lo apoyaba enseñándole a leer y a sumar en las noches tormentosas de invierno, llenas de relámpagos y rayos estruendosos.
Y las jornadas de trabajo, para Sombrero Viejo, comenzaban muy temprano. A los primeros cantos de los gallos que indicaban que ya era hora de levantarse, porque eran las dos de la madrugada. Y con todo lo que habían dejado listo la noche anterior, rápidamente se encontraba caminando detrás de su padre rumbo a las algodoneras, distantes hasta cuatro horas de camino. Ese recorrido lo hacían por veredas, atravesando cercas de alambrados de púas, en medio de la oscuridad, acompañados, de vez en cuando, del ladrido de los perros cuidadores y del canto de los gallos que seguían anunciando la llegada del nuevo día.
Ya entre los blancos algodonales en el mes de diciembre, el fuerte sol del mediodía asolaba el disminuido cuerpo de Sobrero Viejo, quien a pesar de esforzarse por ir cerca de su padre cortando el algodón... la insolación rápidamente lo doblegaba, y el niño terminaba a orillas del río Achinca, perdiendo el desayuno que había tomado muy de madrugada ese día, antes de emprender la caminata.
A Sombrero Viejo le daba rabia su debilidad física, y se prometía así mismo que saldría de ese lugar, tan cercano al mismo infierno, donde el color blanco de los millares de brotes de algodón contrastaba con la piel morena de las manos que los iban cortando y colocando en sacos de yute atados a las cinturas de los innumerables cortadores.
Una vez de regreso a su rancho, a la hora del crepúsculo, Sobrero Viejo, acostumbraba retirarse entre los bambúes, y quedarse allí en medio de cenzontles, guacalchías y arroceros que revoloteaban junto con bandadas de pericos, produciendo su característico bullicio melodioso cada atardecer. En esa soledad y colorida compañía, el niño, disfrutaba mucho dialogar consigo mismo y con los inquietos pajarillos por las horas que transcurrían casi sin darse cuenta.
Allí repasaba las voces, colores y olores del día... las imágenes que había visto con detenimiento, llevado por su innata curiosidad. Volvía a ver las filas de hombres, mujeres y niños, cargando centenares de quintales de algodón hacia los centros de acopio. Volvía a presenciar aquellos signos de tristeza en los rostros de los campesinos que extendían sus flacas manos para recibir el mísero salario por los quintales de algodón cortados; faena que realizaban bajo los ruidosos motores de las avionetas que zumbaban sobre sus cabezas, mientras iban dejando caer, cual raudales de agua, grandes cantidades de veneno contra las plagas de la mariposa blanca... pero mientras que las mariposas y afines resistían cada vez más las fórmulas químicas del veneno, muchos de los peces del río "Achinca" y de los niños que ayudaban a su padres, no quedaban vivos para la próxima corta de algodón.
Entrada la noche, el murmullo de las pájaros cesaba, los bambúes volvían a recobrar su tranquilidad, y el niño, volvía a su rancho, repasando en sus retinas aquellos rostros de hombres y mujeres sin dientes, curtidos por el sol, que a los cuarenta años parecían ancianos de ochenta, y morían como tales, también entre su familia. Tampoco podía dejar de ver como se iba endureciendo el suelo y alejando cada vez más las aguas de aquellos campos que un día le cuentan que fueron boscosos y llenos de animales de toda especie. Ahora, él presenciaba a su alrededor el avance de la desertificación de la región... y, que nadie hacía algo para revertir aquel mortal proceso. Aunque, él era muy pequeño para comprender el amplísimo tema de la ecología, podía darse cuenta que no era buen signo ver como aquellas quebradas que deberían llevar agua, permanecían, en cambio, secas y llenas de piedras; o aquel río que un día alimentó con peces a sus abuelos, ahora carecía de vida animal, porque había sido alcanzado por los efectos mortíferos del veneno "Paration"; el maldito insecticida que descendía siempre cual nube de fantasmas sedientos de la muerte de todos los bichos nocivos al producto blanco que cubría la región en grandes plantaciones, que se extendían hasta las costas del océano pacífico.
En esas meditaciones crepusculares, Sombrero Viejo, no sólo se reponía del cansancio de su espalada que había cargado los sacos llenos de algodón que posteriormente se iban empacados rumbo a Japón, sino también contemplaba con extrañeza y dolor el silencio cómplice con el maltrato de la tierra. Sentía ansias de hablar, y que lo escucharan los nonualcos... pero eso era impensable en una sociedad donde la voz y la autoridad la tenían solo los jefes de cada rancho, aunque éstos no hablaran ni ejercieran ese derecho, como era el caso de su familia.
En su familia, la dimensión política no tenía cabida. Eso era mal visto. O claramente vista como un mal. La virtud la situaban sólo en la religión. Domingo a domingo, el niño, trataba de entender el lenguaje medio italiano y medio español de aquel hombre alto y flaco vestido de color café que levantaba las manos con emoción para bendecir y maldecir a los presentes, según estuviera hablando de las bienaventuranzas de Mateo o de las imprecaciones del profeta sobre Sodoma y Gomorra por su mal comportamiento como los habitantes de Nínive. Y Sombrero Viejo se sentía enamorado del arte de hablar más que del contenido que tenía el mismo matiz de premio y castigo paralizante para las conciencias de los nonualcos. A él le impresionaba la actitud de la gente que se agolpaba dentro de las paredes del templo, escuchando en completo silencio a aquél orador llegado de lejanas tierras de Italia. El poder de la palabra lo dejaba extasiado.
Y le llamaba la atención el contraste de los dos mundos. Uno, era el que había comenzado a conocer tempranamente: el mundo de la pobreza y de la miseria. Donde las montañas de limitaciones eran asfixiantes para todos los nacidos a ese lado del río Achinca. Un mundo donde faltaban las palabras, las letras y los razonamientos. Faltaban las técnicas, los recursos y las oportunidades. No había lugar para la creatividad ni se sospechaba una pizca de cambio para mejorar aquellas condiciones. Y algo muy distinto, era ese mundo de dos horas de cada domingo, tan lleno de palabras, historias, e ilusiones, que se proyectaba hasta más allá de la vida terrenal. Y se preguntaba, ¿Cuál de los dos era más real? ¿Cómo podía compaginar ambos, una persona como él que vivía dos realidades tan diferentes? Y miraba ese mundo de las palabras tan lejano como las estrellas que contemplaba en el cielo, cuando su madre le contaba cuentos de los antepasados importantes de su pueblo.
Pero antes que este niño llegara a su pubertad, sucedió que los extensos algodonales que él pudo ver, mientras trabajaba con de su padre, se terminaron. Sí, ¡Desaparecieron! Y no fue por arte de magia, sino por efecto del excesivo riego del veneno Paratión contra los hongos y bichos cada vez más resistentes a las fuertes dosis aplicadas.
Y lo que fue una desgracia más para los campesinos sin tierra como su padre, que se quedarían una vez más a la buena de Dios, y otra vez volverían ver las relucientes estrellas de la noche con el estómago vacío, esperando mejores tiempos... para Sombrero Viejo, en cambio, ese hecho coincidió con el inicio de la realización de sus sueños.
Salvadoreño residente en Ecuador
Labels
Literatura
Hola " sombrero viejo " ,mi nombre es Napoleon Ventura (conocido por Napo
ReplyDeleteGuevara ) te felicito por tu bonito cuento; Yo conoci a una persona con tu
nombre en San Juan Nonualco y no en Santiago como aparece en la foto y en
el mapa del articulo.Podrias por favor contestar mi correo si vos sos de
San Juan Nonualco , hermano de Pastor . Creo no equivocarme,hasta luego
Leandro
Super interesante relato de como el deterioro ambiental a ido borrando todo lo bonito, esas fumagaciones para el algodon las veia yo en La Union
ReplyDeleteLos Nonualcos tierra de la resistencia ancestral del Indio Aquino y sus caciques de sangre virtual de la tierra Cuscatleca; primo hermano de Feliciano Ama !
ReplyDeleteFIELES REDENTORES DE LA HISTORIA ANCESTRAL Y DE LA ENMANCIPACION ACTUAL DE NUESTRAS RAICES !
A ESOS ROSTROS CURTIDOS QUIERO PARECERME YO.
Jose Matatias Delgado Y Del HAmbre.
De las veredas angostas, entre las milpas y los nances, los niños salvadoreños entretegen sus sueños; sueños que llegan hasta las estrellas. Ellos son la mayor riqueza de nuestro País. Su carácter y su coraje atreviesa montañas, hacia el Norte y hacia el Sur. Y ellos miran desde donde estén a su tierra que los vio nacer, y probablemente también, morir.
ReplyDeleteJosé Leandro Flores
Este relato de Sombrero Viejo toca realidades nacionales que desde la epoca latifundista-colonial hasta hoy dia, no han dejado de ser el injusto juez y cruel verdugo de nuestros campesinos salvadoreños. La primera y triste realidad que me viene a mente es la explotación inclemte de nuestros hombres, mujeres y hombres campesinos subyugados a una pobreza eterna. Segunda realidad, es la indiferencia con la que los anteriores y actuales gobiernos tratan a nuestra gente pobre - sin escuelas, sin servicios básicos de salud. Y por último, el trato de recursos naturales.Poco a poco, los explotadores de gente y recurson han ido acabando con la bella flora y fauna de nuestro pais. ¿Hasta cuando seremos capaces de luchar por lo que nos pertenece a todos y no solo a unos pocos...?
ReplyDelete"MEL" DEL SILENCIO AL PROTAGONISMO
ReplyDeleteEl mundo entero te contempla, Honduras,
con tu líder Mel Zelaya;
admirdos por la proeza que están realizando,
propia sólo de héroes.
La gratitud de los pueblos es infinita,
porque ustedes han elegido construir y defender la vida,
a través de la Democracia Participativa (muy distinta del "cascaron" de la Democracia Representativa).
Y los muros de la intransigencia de los esclavos de los poderes económico-político-religioso-militares,
se desmoronarán frente a los caudales de los ríos humanos, de los pobres, de los creyentes en el Dios de la vida;
que los mueve la fuerza de su conciencia y del amor por la justicia y la verdad.
Pueblo digno que nos muestra con sus gestas el camino a seguir: salir del individualismo y del egoísmo,
y defender los valores ignorados y pisoteados por los adoradores del dinero.
Hoy, el mundo contempla y acompaña vuestra gesta heróica, pueblo hondureño,
acompañados por un líder "convertido", sensibilizado por los rostros del ochenta por ciento de los pobres
que anhelan vivir, trabajar y desarrollarse.
Ha sido en el "silencio" de décadas del pueblo,
donde se ha fraguado el talante de la dignidad,
que hoy brilla cual sol para el mundo
que está expectante y comprometido con la causa del respeto a los derechos inalienables de los pueblos.
La gran dictadura mediática esta vez no ha sido capaz de engañar, como siempre lo había hecho.
y sus mentiras aparecen más grandes que Zacate Grande y Del Tigre,
y así se extienden por el mundo haciendo el ridículo cuando hablan de Democracia, de paz, verdad y justicia.
En esta hora histórica, Uds. han dicho presente,
y han dejdo estupefactos al mundo
que los contempla incrédulos de lo que puede hacer el amor en los humildes;
o los humildes movidos por la fuerza del amor.
josé leandro flores
Chile, 18 de Julio de 2009.
Honduras ha entrado en una nueva etapa de su historia. Gracias a los graves desaciertos de un grupo de civiles y militares poderosos en dinero y armas, se han desenmascarado como nunca; y queda claro al pueblo humilde y sencillo, al 80 por ciento de los que viven en la pobreza en Honduras, que sus así llamadas "autoridades" lo que han hecho es servirse y apropiarse de su País. De un País que es de todos y no sólo de unos pocos.
ReplyDeletePor eso, Oh admirado pueblo hondureño, hoy en día cuando se reclamaba el fin de las idelologías y solamente el predominio del pragamatismo del mercado..., Uds. han retomado la fuerza de los valores, de los derechos humanos, y de la dignidad del ser humano. Hoy Uds. están caminando días y días, y vuestros pies llagados, vuestra piel curtida por el sol, y vuestros cuerpos débiles tienen más fuerza que los fusiles y los cañones de los poderosos. Uds. están entregando la vida y alcanzarán la victoria para vuestros hijos de una País nuevo. Donde no imperen las élites política-militares-religiosas corruptas, y de las cenizas surja un nuevo hombre y una nueva mujer hondureña revstidos de solidariad, de paz y justicia.
Gracias por vuestra gran lección, pueblo hondureño. Gracias por haber detenido el primer golpe militar en el siglo XXI.
josé leandro flores
Chile, 8 de Agosto de 2009.
Honduras ha entrado en una nueva etapa de su historia. Gracias a los graves desaciertos de un grupo de civiles y militares poderosos en dinero y armas, se han desenmascarado como nunca; y queda claro al pueblo humilde y sencillo, al 80 por ciento de los que viven en la pobreza en Honduras, que sus así llamadas "autoridades" lo que han hecho es servirse y apropiarse de su País. De un País que es de todos y no sólo de unos pocos.
ReplyDeletePor eso, Oh admirado pueblo hondureño, hoy en día cuando se reclamaba el fin de las idelologías y solamente el predominio del pragamatismo del mercado..., Uds. han retomado la fuerza de los valores, de los derechos humanos, y de la dignidad del ser humano. Hoy Uds. están caminando días y días, y vuestros pies llagados, vuestra piel curtida por el sol, y vuestros cuerpos débiles tienen más fuerza que los fusiles y los cañones de los poderosos. Uds. están entregando la vida y alcanzarán la victoria para vuestros hijos de una País nuevo. Donde no imperen las élites política-militares-religiosas corruptas, y de las cenizas surja un nuevo hombre y una nueva mujer hondureña revstidos de solidariad, de paz y justicia.
Gracias por vuestra gran lección, pueblo hondureño. Gracias por haber detenido el primer golpe militar en el siglo XXI.
josé leandro flores
Chile, 8 de Agosto de 2009.
“ LA MIRADA DE MARÍA Y MANUEL… EN BUSCA DE UN PUNTO DE INICIO”
ReplyDeletePor: José Leandro Flores
Chile, 12/06/2009 9:08:12
“ LA MIRADA DE MARÍA Y MANUEL… EN BUSCA DE UN PUNTO DE INICIO”
I
EL SÍNDROME DE LA REACCIÓN
YO NO SOY QUIEN
II
EL COMIENZO DEL FIN
DONDE YO APRENDO
NO QUIERO CAMINAR SOLA...
¿PESIMISTA?
¿QUÉ HAY DE MI REBELDÍA?
DIÁLOGO CON UN PROFESOR
APELANDO A LA RESILIENCIA
III. NUESTRO PRIMER APRENDIZAJE.
POR FIN, HABLA MANUEL
LA NUEVA COMUNICACIÓN
¿COMO SERÍA ESE CAMINO?
PACIENCIA, TOLERANCIA, COMPRENSIÓN
¿QUÉ PASA...?
IV. TENEMOS QUE UNIRNOS, SER FUERTES, INNOVADORES Y CREATIVOS
ES HORA DE PROPOSICIONES, Y NO DE DIAGNÓSTICOS
EL DESARROLLO ORGANIZACIONAL
¿QUÉ PODEMOS HACER EN ESTA DIRECCIÓN?
ESCUCHEMOS, ESCUCHEMOS Y ACOMPAÑEMOS...
ReplyDelete• Muchos días son noches para mí, y camino en medio de ellos como una especie de robot. Miro pero no veo. Estoy en la sala de clase, pero no estoy. Oigo pero no escucho… A veces pienso que todos son como yo, pero que disimulan. Tengo la impresión que nadie cree en lo que dice. Que todos llevan dobles vidas… y por eso, yo prefiero ser de una pieza.
Por supuesto, esto no lo converso con nadie. Con mis amistades nada más somos como somos, y no nos cuestionamos de cómo somos. Es más, la verdad es que no nos interesa ser como los demás. Nos caen mal. Creemos que están equivocados, y que han hecho mal todo; incluso con nosotras han sido torpes.
En realidad, nosotras no somos como somos porque queramos, sino porque somos el producto de las circunstancias que han creado a nuestro alrededor los adultos. Ellos han tenido el primer turno de ser los protagonistas, y nosotros somos en gran parte su producto. Somos su resultado. Por eso nos molesta mucho que se quejen, que nos reclamen, y que nos acusen, como si nosotras fuéramos las tontas, las flojas (perezosas), las descarriadas.
De verdad, nos reímos de todo esto, porque sinceramente pensamos que todos esos epítetos en primer lugar se los merecen ellos mismos. Aunque no se den cuenta o no quieran reconocerlo.
Y por eso, me he decidido a escribir este relato, para dar cuenta de lo que he vivido y he visto que a otras les ha tocado vivir; que no son cualquiera, sino que son mis amigas y amigos, conocidos y vecinos. No me anima el resentimiento ni sentimientos de venganza; al contario, soy consciente que necesito de todos Uds. Para poder vivir y desarrollarme. Pero esto solamente va a ser posible cuando “nos entandamos”.
Bien sabemos que lo que hoy reina entre nosotras, es la descalificación. Y esto está generando una fuerza que nos impulsa a actuar a nosotras de manera incontrolada y de forma reaccionaria. Uds. Tienen que saber que nosotras somos las primeras es darnos cuenta, porque lo vivimos así, que estamos siendo víctimas de un síndrome perverso de incomunicación.
Este fin de semana para mí ha sido un desastre. He consumido, me he dejado llevar por la vorágine del descontrol personal, envuelta en el remolino de la irresponsabilidad conmigo misma, con mi salud, con mi dignidad… Y ante esto, yo casi los puedo comprender a Uds. Que me juzguen y condenen como una cualquiera, sin valores ni principios… Pero quisiera que se dieran cuenta que todo esto es una “reacción”.