Schwarzenegger, Hasta la vista, baby

No se puede dejar pasar esta oportunidad para darle una despedida a nuestro "gobernator" Arnold Schwarzenegger, quien a partir de hoy ya no es el gobernador de California y vuelve a la vida privada en la que antes hizo dos tipos de películas: las malas que hacen plata —las Terminator— y las malas que no hacen plata, como ese horror llamado Jingle all the way y la espantosa Commando.
La verdad es que no sé si volverá a hacer películas, pero lo cierto es que en ese rol tuvo muchísimo más éxito que en el de gobernador de California, un papel para el que siempre se sintió sobrado pero en el que tuvo un performance menos que estelar.
Todos vamos a extrañar algunas cosas del "gobernator".
Recuerdo su campaña de 2003. Al ver que un congresista republicano iba a poner unos cuantos milloncitos en el proceso de destitución del gober Gray Davis, Arnold dijo "esta es la mía" y se lanzó como candidato.
Bajo ninguna otra circunstancia Schwarzenegger podía haber sido gobernador; no hubiera sobrevivido la primaria republicana, porque los republicanos nunca confiaron en él; es demasiado progresista en el medio ambiente.
Y como no hubo primaria, sino una especie de "gang bang" donde todos fueron contra todos para quitar de encima a Davis, Arnold navegó hacia el triunfo con su plata y su estrellato. No sin antes ganarse a unos cuantos retrógrados prometiendo que los inmigrantes "ilegales" iban a pagar sus pecados y que, no señor, de ninguna manera iban a tener licencias de conducir.
Así que ahí estaba el nuevo gobernator, todo lleno de seguridad en sí mismo, moviendo la tetosterona a diestra y siniestra y diciendo que "aquí las cosas se van a hacer como yo diga", vamos a "romper los esquemas" y a terminar con el déficit. "Vamos a vivir dentro de nuestras posibilidades y volver a California a los años dorados". Arnold soñaba con esa California de las palmeras y el sol que veía desde su sección de pesas en el Gold Gym de Venice Beach, cuando era Mr. Universo y sus músculos eran más grandes que el mar.
En un arranque de macho trasnochado, llamó "girlie men" (mujercitas) a los legisladores por no hacer las cosas como el quería. Trató de gobernar por medio de iniciativas y los votantes se las derrotaron. En poco más de dos años, el gobernator se dio cuenta de que la cosa no iba a ser tan fácil como decir dos líneas y mostrar los músculos.
Se volvió más pragmático. Durante una reunión editorial con La Opinión en 2005, ante una pregunta mía, se echó para atrás en su apoyo de los años noventas a la Proposición 187, una medida odiada por los residentes latinos de California. De repente se dio cuenta de que los votantes latinos importaban y comenzó a suavizar sus posturas "pro Minuteman".
Voy a extrañar esos momentos especiales con Arnold. En 2007, en la plenaria de apertura de la conferencia de la Asociación Nacional de Periodistas Hispanos, nos dijo que los trabajadores inmigrantes "harían bien dejando de ver y leer medios en español para aprender inglés". Los cientos de periodistas bilingües allí presentes aguantaron la respiración. Su servidora, que estaba en el escenario como parte de un panel que lo interrogaba, no se aguantó y le dijo que, en realidad, esos trabajadores estaba demasiado ocupados trabajando por el sueldo mínimo para poder sobrevivir. Me miró con cara de plato austríaco y no dijo nada.
Arnold hizo cosas buenas. No muchas, por eso las dejo para el último párrafo. Aprobó una ley pro medio ambiental muy progresista que hoy es el modelo de la nación. Trató de hacer una reforma de salud para cubrir a los californianos y se encontró con algunas de las mismas trabas que tuvo Obama a nivel nacional. Lanzó iniciativas e ideas de reforma a California que han prosperado, como la comisión ciudadana para la distribución de distritos y que pueden llegar a ser positivas, si funcionan. Por lo demás, su record se limita a eso y a quitar las licencias a indocumentados, "su gran logro".
Debo reconocer que en sus últimos tiempos me pareció más inteligente y mesurado que nunca. Quizá ya había aceptado sus limitaciones. Y hasta llegó a caerme bien, aunque no se note.
Unas últimas palabras: esa destitución de Gray Davis en 2003 no hacía falta, no sirvió de nada y no resolvió los problemas de California. Si entonces teníamos un déficit presupuestal de $15,000 millones y un problema estructural de prioridades mal puestas, hoy tenemos lo mismo, sólo que el déficit es de al menos $25,000 millones y el estado sigue estando entre los últimos en educación, cuando en una época estuvo entre los primeros.
Mejor suerte al gobernador entrante. Y por el momento, hasta la visa, baby.
pilar.marrero@laopinion.com www.twitter.com/PilarMarrero
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