El sufrimiento de la familia salvadoreña
Ayudando para que nuestra familia salga adelante
Por Manuel García
Hace dos años, mi tío en San Miguel decidió cultivar tomates, no para comerlos en casa, sino para venderlos. Cuando estaba haciendo los cálculos del coste de plantar una “tomatera”, mi tío se dio cuenta que no tenía el dinero para cultivar una manzana de tomates. Necesitaba conseguir dinero. En otros tiempos, él hubiese hipotecado hasta la vaca para conseguir el dinero. Pero sabiendo que mi familia en Estados Unidos abriría la cartera, pidió ayuda económica para plantar la “tomatera”.
Mi familia le hizo un préstamo, sin cobrar ningún interés, con la única condición que el primer dólar que diese la “tomatera” fuese destinado a cancelar la deuda. Visto desde cualquier perspectiva, mi tío no corría ningún riesgo monetario. No era el Banco Agrícola o cualquier otro banco haciéndole el préstamo. Si él hubiese obtenido el préstamo con estas instituciones financieras, ellas le hubiesen podido embargar hasta los calzoncillos. Muchos salvadoreños han perdido sus pertenencias al no poder saldar los préstamos con los bancos o con “prestamistas”, usureros que se dedican a sangrar a los salvadoreños cobrando una tasa de interés que bien puede definirse como crimen amparado por el Gobierno. Existen usureros en El Salvador que ofrecen préstamos con tasas de interés que hacen imposible que una persona pueda saldar la deuda. Prestan al 15, 20 o 25 por ciento diario; es decir al 450, 600 y 750 por ciento mensual. Desgraciadamente, miles de salvadoreños se ven obligados a buscar un préstamo con estos estafadores, como última opción para conseguir dinero para hacer frente a enfermedades u otras situaciones críticas.
Mi tío, como la gran mayoría de pequeños agricultores en El Salvador, sabe cultivar tomates, pero le es imposible comercializarlos a buen precio para cubrir los costes y sacar ganancia. Mi familia en Estados Unidos es solidaria con los que están en El Salvador, y no esperábamos ganar dinero, sino apoyar a los que están en El Salvador a salir adelante. Además de ser una acción loable, nosotros, los que estamos fuera, necesitamos conseguir que los que están en El Salvador sean autosuficientes. Es decir, si nuestros familiares logran ganarse la vida, ya sea cultivando tomates o poniendo un negocio pequeño, no necesitarán que le estemos enviando remesa cada mes.
Lograr que los familiares en El Salvador sean autosuficientes es el sueño de todo salvadoreño que envía remesa cada mes. Siempre he admirado a los salvadoreños que viven fuera de El Salvador. Quizá no exista ningún salvadoreño en el exterior que, si tiene la capacidad financiera, no esté dispuesto a echarle una mano a un familiar emprendedor, con iniciativa y responsable, para que salga adelante. Como muestra de botón, la gran mayoría de aquellos que llegaron a Estados Unidos, personas con iniciativa y dispuestos a tomar riesgos, lo hicieron gracias al dinero de un familiar que decidió invertirlo para pagar al coyote (traficante de personas). Aun más, lo poco que se cultiva en El Salvador generalmente está patrocinado por la remesas de los compatriotas que, cada vez que se tiene que cultivar la tierra, envían religiosamente el dinero para comprar la semilla, el abono y los fertilizantes para que el padre, el tío o el abuelo pueda cultivar su pequeña parcela de tierra.
La tomatera fue todo un éxito. Mi tío nunca había visto tomates tan grandes, ni tan rojos. Pero cuando empezó a buscar comprador, un comerciante de tomates en San Miguel le quería pagar un precio ridículo. Mi tío empezó a desesperar al ver el precio del tomate tan bajo. Además, maldecía la hora cuando decidió plantar tomates después de ver las toneladas de tomates procedentes de Guatemala y Honduras inundando los mercados en San Miguel. Él decía que no podía competir en precio con el tomate procedente del exterior.
Mirando la situación tan crítica para mi tío, le aconsejé que visitase los restaurantes de San Miguel ofreciendo su tomate. Le dije que se pusiese cómo meta inmediata persuadir algunos dueños de restaurantes, no demasiados, pero suficientes, con el mensaje que si les ofrecía un buen precio, les podía garantizar también un producto fresco y de calidad, recogido por manos migueleñas. He destacado la palabra garantizar. Cualquier dueño de restaurante necesita saber que tendrá tomates frescos y de calidad, y con un servicio de transporte fiable. Es decir, mi tío necesitaba demostrar capacidad de ofrecer un mejor servicio que la competencia. En otras palabras, le dije que no podía esperar sentado para vender el tomate.
Al final del día, mi tío dijo que tuvo que dar el tomate casi regalado porque no encontraba compradores que le pagasen un precio justo. Además, nunca obtuvo ayuda del Gobierno para promocionar sus tomates. Y aquí está el problema, desgraciadamente. El Gobierno es incapaz de asistir técnicamente a los pequeños agricultores para que puedan vender sus productos a un precio justo y razonable, que les permita vivir de la agricultura. Crear centros de subastas y almacenes dónde los agricultores puedan llevar sus productos para ser vendidos y dónde los compradores estén obligados a ofertar el precio, ayudaría a nivelar el precio de los productos agrícolas. En España, por ejemplo, los pequeños agricultores venden sus productos en subastas reguladas por el Estado Español. Así, ellos tienen más oportunidades de vender a un buen precio sus productos agrícolas.
Mientras no protejamos a los agricultores pequeños como mi tío, nuestras familias no serán autosuficientes. Mi tío ha vuelto pedir ayuda para cultivar su terreno. Y otra vez, vamos ayudarle.
© 2011 Manuel García es columnista colaborador de Salvadoreños en el Mundo
Por Manuel García
Hace dos años, mi tío en San Miguel decidió cultivar tomates, no para comerlos en casa, sino para venderlos. Cuando estaba haciendo los cálculos del coste de plantar una “tomatera”, mi tío se dio cuenta que no tenía el dinero para cultivar una manzana de tomates. Necesitaba conseguir dinero. En otros tiempos, él hubiese hipotecado hasta la vaca para conseguir el dinero. Pero sabiendo que mi familia en Estados Unidos abriría la cartera, pidió ayuda económica para plantar la “tomatera”.
Mi familia le hizo un préstamo, sin cobrar ningún interés, con la única condición que el primer dólar que diese la “tomatera” fuese destinado a cancelar la deuda. Visto desde cualquier perspectiva, mi tío no corría ningún riesgo monetario. No era el Banco Agrícola o cualquier otro banco haciéndole el préstamo. Si él hubiese obtenido el préstamo con estas instituciones financieras, ellas le hubiesen podido embargar hasta los calzoncillos. Muchos salvadoreños han perdido sus pertenencias al no poder saldar los préstamos con los bancos o con “prestamistas”, usureros que se dedican a sangrar a los salvadoreños cobrando una tasa de interés que bien puede definirse como crimen amparado por el Gobierno. Existen usureros en El Salvador que ofrecen préstamos con tasas de interés que hacen imposible que una persona pueda saldar la deuda. Prestan al 15, 20 o 25 por ciento diario; es decir al 450, 600 y 750 por ciento mensual. Desgraciadamente, miles de salvadoreños se ven obligados a buscar un préstamo con estos estafadores, como última opción para conseguir dinero para hacer frente a enfermedades u otras situaciones críticas.
Mi tío, como la gran mayoría de pequeños agricultores en El Salvador, sabe cultivar tomates, pero le es imposible comercializarlos a buen precio para cubrir los costes y sacar ganancia. Mi familia en Estados Unidos es solidaria con los que están en El Salvador, y no esperábamos ganar dinero, sino apoyar a los que están en El Salvador a salir adelante. Además de ser una acción loable, nosotros, los que estamos fuera, necesitamos conseguir que los que están en El Salvador sean autosuficientes. Es decir, si nuestros familiares logran ganarse la vida, ya sea cultivando tomates o poniendo un negocio pequeño, no necesitarán que le estemos enviando remesa cada mes.
Lograr que los familiares en El Salvador sean autosuficientes es el sueño de todo salvadoreño que envía remesa cada mes. Siempre he admirado a los salvadoreños que viven fuera de El Salvador. Quizá no exista ningún salvadoreño en el exterior que, si tiene la capacidad financiera, no esté dispuesto a echarle una mano a un familiar emprendedor, con iniciativa y responsable, para que salga adelante. Como muestra de botón, la gran mayoría de aquellos que llegaron a Estados Unidos, personas con iniciativa y dispuestos a tomar riesgos, lo hicieron gracias al dinero de un familiar que decidió invertirlo para pagar al coyote (traficante de personas). Aun más, lo poco que se cultiva en El Salvador generalmente está patrocinado por la remesas de los compatriotas que, cada vez que se tiene que cultivar la tierra, envían religiosamente el dinero para comprar la semilla, el abono y los fertilizantes para que el padre, el tío o el abuelo pueda cultivar su pequeña parcela de tierra.
La tomatera fue todo un éxito. Mi tío nunca había visto tomates tan grandes, ni tan rojos. Pero cuando empezó a buscar comprador, un comerciante de tomates en San Miguel le quería pagar un precio ridículo. Mi tío empezó a desesperar al ver el precio del tomate tan bajo. Además, maldecía la hora cuando decidió plantar tomates después de ver las toneladas de tomates procedentes de Guatemala y Honduras inundando los mercados en San Miguel. Él decía que no podía competir en precio con el tomate procedente del exterior.
Mirando la situación tan crítica para mi tío, le aconsejé que visitase los restaurantes de San Miguel ofreciendo su tomate. Le dije que se pusiese cómo meta inmediata persuadir algunos dueños de restaurantes, no demasiados, pero suficientes, con el mensaje que si les ofrecía un buen precio, les podía garantizar también un producto fresco y de calidad, recogido por manos migueleñas. He destacado la palabra garantizar. Cualquier dueño de restaurante necesita saber que tendrá tomates frescos y de calidad, y con un servicio de transporte fiable. Es decir, mi tío necesitaba demostrar capacidad de ofrecer un mejor servicio que la competencia. En otras palabras, le dije que no podía esperar sentado para vender el tomate.
Al final del día, mi tío dijo que tuvo que dar el tomate casi regalado porque no encontraba compradores que le pagasen un precio justo. Además, nunca obtuvo ayuda del Gobierno para promocionar sus tomates. Y aquí está el problema, desgraciadamente. El Gobierno es incapaz de asistir técnicamente a los pequeños agricultores para que puedan vender sus productos a un precio justo y razonable, que les permita vivir de la agricultura. Crear centros de subastas y almacenes dónde los agricultores puedan llevar sus productos para ser vendidos y dónde los compradores estén obligados a ofertar el precio, ayudaría a nivelar el precio de los productos agrícolas. En España, por ejemplo, los pequeños agricultores venden sus productos en subastas reguladas por el Estado Español. Así, ellos tienen más oportunidades de vender a un buen precio sus productos agrícolas.
Mientras no protejamos a los agricultores pequeños como mi tío, nuestras familias no serán autosuficientes. Mi tío ha vuelto pedir ayuda para cultivar su terreno. Y otra vez, vamos ayudarle.
© 2011 Manuel García es columnista colaborador de Salvadoreños en el Mundo
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