¿Un mundo con tres monedas de reserva?
Por Paul Kennedy
Quienes acostumbren a husmear en las páginas de opinión y en las secciones de finanzas y moneda de la prensa más autorizada al respecto -por ejemplo, The Wall Street Journal, Financial Times o The Economist- habrán detectado, en las semanas precedentes, la aparición de un interesante debate: concretamente el suscitado entre banqueros y economistas, a propósito de cómo sería nuestro mundo si el dólar estadounidense perdiera su peculiar estatus de única moneda de reserva mundial y pasara a ser, simplemente, una de las tres monedas de ese tipo junto al euro y el yuan. El debate volvió a suscitarse por un informe del Banco Mundial del 17 de mayo sobre los principales cambios en las economías mundiales en el que se señalaba que media docena de países emergentes (Brasil, China, India, Indonesia, Corea del Sur y Rusia), al convertirse en los principales protagonistas del crecimiento económico mundial, están perdiendo su dependencia del dólar como moneda de referencia en sus intercambios financieros y se desplazan hacia un régimen con al menos tres monedas de reserva. Como sugirió el Financial Times ese mismo día, la era de la primacía del dólar está llegando a su fin.
El debate sin duda habrá obtenido un estímulo adicional en una edición especial de The Wall Street Journal del 2 de junio (¡10 artículos nada menos!) sobre el creciente vigor financiero chino, donde se sugería que, dada la firme apreciación de su valor y los enormes excedentes de capital de China, el yuan podría conseguir el estatus de divisa de reserva más pronto que tarde. Y ciertamente atraerá aún más atención después de que la agencia Moody's haya advertido que pronto podría rebajar la calificación crediticia del Gobierno de Estados Unidos si este no ponía en orden sus colosales déficits. Lo que condujo al ataque de los republicanos a la Administración de Obama, por su fracaso en cortar el gasto federal, y a las acusaciones de los demócratas de que la mayor parte del déficit la habían causado las deficientes políticas fiscales de los Gobiernos republicanos.
Ese debate es inmaduro, ya que no aborda los puntos principales: el crédito de Estados Unidos está en cuestión, una calificación más baja significaría tipos más altos de interés (en tiempos nada propicios) y el país podría perder su excepcionalidad y verse sometido cada vez más a las severas evaluaciones crediticias bajo las que se desenvuelven todas las demás monedas y naciones. No es un panorama alentador.
Hagamos, por un momento, el esfuerzo de conceder verosimilitud a la materialización real de ese mundo, en torno al año 2025, con esas tres divisas como monedas de reserva igualmente poderosas. Y es que llega a dar dolor de cabeza leer la abundancia de opiniones de estridentes expertos que "demuestran" que el billete verde mantendrá una condición inexpugnable, debido a la especial posición de hard power de Estados Unidos en el mundo, debido al papel que desempeña el dólar como puerto seguro en las tempestades globales, debido al prestigio sin igual de la Reserva Federal, y demás argumentos adjuntos del mismo género; y debido -lo que resulta muy duro de digerir- a que los actuales déficits, pausada pero firmemente, desaparecerán.
Dejemos también a un lado nuestra consideración acerca de la situación, realmente mala y estúpida, en la que se encuentra la Unión Europea a causa de sus incoherentes políticas sobre las asombrosas deficiencias fiscales de algunos de sus más irresponsables Estados miembros. Tal vez, como piensa el Banco Mundial, resurja con más fuerza en el futuro, debido a su peso total en el sistema comercial e industrial global. Y tratemos de olvidar también los problemas (muchos de ellos hábilmente manejados por Pekín) a los que se enfrentan las posibilidades de que el yuan sea una moneda de reserva plenamente comerciable a escala mundial.
Asumamos, en favor del argumento, que en 2025, Gobiernos, bancos nacionales, bancos privados, operadores de divisas, corporaciones multinacionales, compañías petroleras e individuos particulares habiten un mundo con más de una moneda de reserva en la que depositar las propias reservas de dinero.
Entonces ¿qué? Lo que sigue no puede ser sino tentativo y teórico, pero tiene el legítimo propósito de pedir a los lectores que imaginen cómo sería un mundo de triple moneda de reserva. Seguramente la transición no estaría exenta de turbulencias fiscales, pues la historia no registra ningún caso en el que el sistema internacional se mueva de una estructura a otra mediante el suave método de pasarse el bastón de mando, ni sin ganadores ni perdedores. Incluso los presuntos ganadores -el euro y el yuan, en su realzado nuevo estatus- podrían resultar perdedores en algunos aspectos, si van a tener que lidiar con las indudables responsabilidades internacionales con las que cargó el Banco de Inglaterra durante un siglo y el Tesoro y la Reserva Federal norteamericanos durante cerca de 70 años.
Los grandes ganadores serían en ese escenario los comerciantes, esos operadores hábiles e insensibles en el mundo sin fronteras de hoy que no tienen lealtades nacionales sino que emplean cada segundo del día buscando ventajas marginales. No han hecho sino destruir toda racionalidad en los mercados de materias primas (donde, por ejemplo, en realidad no compran futuros de cobre porque produzcan cable de cobre; lo compran para venderlo al día siguiente con un 15% de beneficio), pueden comerciar contra una moneda nacional hasta dimensiones perjudiciales y pueden hacer subir y bajar los precios del transporte global hasta grados alarmantes. Podrán hacer su agosto cuando haya tres monedas globales de reserva con las que jugar.
Por otra parte, ¿no querrán ser menos dependientes de una sola moneda los sensibles gestores del fondo soberano de inversión de Dubái? ¿No querrá serlo el fondo de pensiones de los empleados estatales de Noruega? ¿No querrá serlo un nuevo multimillonario ruso? ¿Por qué no extender las apuestas y repartir los huevos en más de una cesta? Después de todo, en 2025 las tres mayores economías del mundo serán, con diferencia, Estados Unidos, la Unión Europea y China -casi iguales, según diversas estimaciones- así que ¿por qué debería una de ellas cargar con el peso de tener la única moneda de reserva? Ya ahora, solamente cerca de un 61% de las reservas extranjeras está denominado en dólares, y la cifra cae cada año. Como dicen los expertos, en el futuro, su suerte está echada.
Si todo eso sucede en 2025 o sucede 10 años más tarde, las consecuencias para Estados Unidos serán colosales. Quizá sea un alivio no cargar con el peso de la moneda de reserva, tambaleándose al modo de un fatigado titán. Pero la transición tendrá un coste. Se habrán acabado los días en que el país podía encontrar la vía de escape a sus descomunales deudas simplemente imprimiendo aún más dólares, mientras ningún otro país podía hacerlo. El resto del mundo dispondrá para entonces de nuevas opciones, y Moody's y sus agencias de calificación hermanas podrán seguir bajando de categoría a Estados Unidos, haciendo de él un país normal que bien podría -horror- tener que adoptar las mismas buenas reglas de administración doméstica respecto a impuestos, gasto y déficits que Alemania o Suiza. También podríamos encontrarnos con muchos más cambios volátiles del valor del dólar en el ámbito internacional, como los que han experimentado los británicos desde los años cincuenta, y la consiguiente gran incertidumbre para las industrias exportadoras norteamericanas. (De hecho, las compañías multinacionales estadounidenses tal vez fueran de las más rápidas en recurrir al sistema de la triple moneda de reserva, pues de otro modo ¿cómo podrían sobrevivir?).
No lo vamos a tener fácil. Y la patente incapacidad de los políticos norteamericanos para pensar en términos estratégicos bien podría precipitar ese nuevo, inestable y quizá hostil orden mundial. Los más bien oscuros y técnicos artículos de la prensa financiera podrían traer aparejado un significado mucho mayor para el futuro de nuestro planeta que toda la fanfarria publicitaria a propósito del último iPod. Pues este último es sencillamente una herramienta que nos facilita cosas. Pero las monedas son lo que hace que el mundo gire.
© 2011, Tribune Media Services, INC.
Paul Kennedy es profesor de la cátedra Dilworth de Historia y director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Traducción de Juan Ramón Azaola
El debate sin duda habrá obtenido un estímulo adicional en una edición especial de The Wall Street Journal del 2 de junio (¡10 artículos nada menos!) sobre el creciente vigor financiero chino, donde se sugería que, dada la firme apreciación de su valor y los enormes excedentes de capital de China, el yuan podría conseguir el estatus de divisa de reserva más pronto que tarde. Y ciertamente atraerá aún más atención después de que la agencia Moody's haya advertido que pronto podría rebajar la calificación crediticia del Gobierno de Estados Unidos si este no ponía en orden sus colosales déficits. Lo que condujo al ataque de los republicanos a la Administración de Obama, por su fracaso en cortar el gasto federal, y a las acusaciones de los demócratas de que la mayor parte del déficit la habían causado las deficientes políticas fiscales de los Gobiernos republicanos.
Ese debate es inmaduro, ya que no aborda los puntos principales: el crédito de Estados Unidos está en cuestión, una calificación más baja significaría tipos más altos de interés (en tiempos nada propicios) y el país podría perder su excepcionalidad y verse sometido cada vez más a las severas evaluaciones crediticias bajo las que se desenvuelven todas las demás monedas y naciones. No es un panorama alentador.
Hagamos, por un momento, el esfuerzo de conceder verosimilitud a la materialización real de ese mundo, en torno al año 2025, con esas tres divisas como monedas de reserva igualmente poderosas. Y es que llega a dar dolor de cabeza leer la abundancia de opiniones de estridentes expertos que "demuestran" que el billete verde mantendrá una condición inexpugnable, debido a la especial posición de hard power de Estados Unidos en el mundo, debido al papel que desempeña el dólar como puerto seguro en las tempestades globales, debido al prestigio sin igual de la Reserva Federal, y demás argumentos adjuntos del mismo género; y debido -lo que resulta muy duro de digerir- a que los actuales déficits, pausada pero firmemente, desaparecerán.
Dejemos también a un lado nuestra consideración acerca de la situación, realmente mala y estúpida, en la que se encuentra la Unión Europea a causa de sus incoherentes políticas sobre las asombrosas deficiencias fiscales de algunos de sus más irresponsables Estados miembros. Tal vez, como piensa el Banco Mundial, resurja con más fuerza en el futuro, debido a su peso total en el sistema comercial e industrial global. Y tratemos de olvidar también los problemas (muchos de ellos hábilmente manejados por Pekín) a los que se enfrentan las posibilidades de que el yuan sea una moneda de reserva plenamente comerciable a escala mundial.
Asumamos, en favor del argumento, que en 2025, Gobiernos, bancos nacionales, bancos privados, operadores de divisas, corporaciones multinacionales, compañías petroleras e individuos particulares habiten un mundo con más de una moneda de reserva en la que depositar las propias reservas de dinero.
Entonces ¿qué? Lo que sigue no puede ser sino tentativo y teórico, pero tiene el legítimo propósito de pedir a los lectores que imaginen cómo sería un mundo de triple moneda de reserva. Seguramente la transición no estaría exenta de turbulencias fiscales, pues la historia no registra ningún caso en el que el sistema internacional se mueva de una estructura a otra mediante el suave método de pasarse el bastón de mando, ni sin ganadores ni perdedores. Incluso los presuntos ganadores -el euro y el yuan, en su realzado nuevo estatus- podrían resultar perdedores en algunos aspectos, si van a tener que lidiar con las indudables responsabilidades internacionales con las que cargó el Banco de Inglaterra durante un siglo y el Tesoro y la Reserva Federal norteamericanos durante cerca de 70 años.
Los grandes ganadores serían en ese escenario los comerciantes, esos operadores hábiles e insensibles en el mundo sin fronteras de hoy que no tienen lealtades nacionales sino que emplean cada segundo del día buscando ventajas marginales. No han hecho sino destruir toda racionalidad en los mercados de materias primas (donde, por ejemplo, en realidad no compran futuros de cobre porque produzcan cable de cobre; lo compran para venderlo al día siguiente con un 15% de beneficio), pueden comerciar contra una moneda nacional hasta dimensiones perjudiciales y pueden hacer subir y bajar los precios del transporte global hasta grados alarmantes. Podrán hacer su agosto cuando haya tres monedas globales de reserva con las que jugar.
Por otra parte, ¿no querrán ser menos dependientes de una sola moneda los sensibles gestores del fondo soberano de inversión de Dubái? ¿No querrá serlo el fondo de pensiones de los empleados estatales de Noruega? ¿No querrá serlo un nuevo multimillonario ruso? ¿Por qué no extender las apuestas y repartir los huevos en más de una cesta? Después de todo, en 2025 las tres mayores economías del mundo serán, con diferencia, Estados Unidos, la Unión Europea y China -casi iguales, según diversas estimaciones- así que ¿por qué debería una de ellas cargar con el peso de tener la única moneda de reserva? Ya ahora, solamente cerca de un 61% de las reservas extranjeras está denominado en dólares, y la cifra cae cada año. Como dicen los expertos, en el futuro, su suerte está echada.
Si todo eso sucede en 2025 o sucede 10 años más tarde, las consecuencias para Estados Unidos serán colosales. Quizá sea un alivio no cargar con el peso de la moneda de reserva, tambaleándose al modo de un fatigado titán. Pero la transición tendrá un coste. Se habrán acabado los días en que el país podía encontrar la vía de escape a sus descomunales deudas simplemente imprimiendo aún más dólares, mientras ningún otro país podía hacerlo. El resto del mundo dispondrá para entonces de nuevas opciones, y Moody's y sus agencias de calificación hermanas podrán seguir bajando de categoría a Estados Unidos, haciendo de él un país normal que bien podría -horror- tener que adoptar las mismas buenas reglas de administración doméstica respecto a impuestos, gasto y déficits que Alemania o Suiza. También podríamos encontrarnos con muchos más cambios volátiles del valor del dólar en el ámbito internacional, como los que han experimentado los británicos desde los años cincuenta, y la consiguiente gran incertidumbre para las industrias exportadoras norteamericanas. (De hecho, las compañías multinacionales estadounidenses tal vez fueran de las más rápidas en recurrir al sistema de la triple moneda de reserva, pues de otro modo ¿cómo podrían sobrevivir?).
No lo vamos a tener fácil. Y la patente incapacidad de los políticos norteamericanos para pensar en términos estratégicos bien podría precipitar ese nuevo, inestable y quizá hostil orden mundial. Los más bien oscuros y técnicos artículos de la prensa financiera podrían traer aparejado un significado mucho mayor para el futuro de nuestro planeta que toda la fanfarria publicitaria a propósito del último iPod. Pues este último es sencillamente una herramienta que nos facilita cosas. Pero las monedas son lo que hace que el mundo gire.
© 2011, Tribune Media Services, INC.
Paul Kennedy es profesor de la cátedra Dilworth de Historia y director de Estudios de Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Traducción de Juan Ramón Azaola
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