Ahí vienen los traquetos
Por Carlos Dada*
Julián no se llama Julián pero es mejor no decir cómo se llama. Ya me entenderán por qué. Trabaja en el campo guatemalteco y ese es, al parecer, un lugar privilegiado para observar la meteórica invasión del narcotráfico en los últimos años. Un lugar privilegiado, si nos olvidamos por un momento de que los observados vienen armados y tienen una reputación poco saludable.
Nos sentamos a tomar un café en un lugar discreto. Es una conversación informal que él abre quejándose, a sus cuarenta años, de que los tiempos han cambiado y que las cosas ya no son como antes.
Ahora, dice, el sueño de las mujeres de pueblo es hacerse novia de un narco. Casarse con un narco. El crimen organizado ha penetrado tanto en Guatemala que los criminales no disimulan su ocupación. La presumen. Se pasean con el pecho forrado por cadenas de oro grueso; relojes de oro con diamantes; con carátulas de la virgen de Guadalupe o de la Santa Muerte. Son mexicanos o hablan como mexicanos. El cinturón con hebilla gruesa; la pistola a la vista. Con la cacha de oro.
-Te sentás a beber con los amigos y de repente llegan en las camionetas. Con las pistolas de fuera. Y todo mundo dice: 'Ahí vienen los traquetos'.
-¿Por qué les dicen así?
-Pues porque usan unas armas que le hacen traca-traca-traca.
Traquetos. Los problemas con las mujeres ahora tienen que ver con eso.
-Es que si ya ves que un traqueto se le anda metiendo pues ya no le entrás, ¿verdad? Y ahora todas quieren andar con un narco.
-¿Y eso por qué?
-Pues porque tienen dinero y tienen poder. Yo creo que es culpa de esas novelas que han salido: El Cartel de Los Sapos; La Reina del Sur; Las Muñecas de la Mafia. Han hecho a los narcos como unas figuras románticas y los narcos quieren ser como los de la tele. Y a las mujeres les parece atractivo, además de que se los agarran y ya se garantizaron la camioneta y la mansión.
La invasión de los carteles mexicanos alcanza casi todo el país. Es tan extensa su presencia que parece mentira que entraron hace apenas tres años, cuando unos narcotraficantes locales contrataron a Los Zetas para matar a Juancho León. Y los mexicanos se quedaron.
Julián conoció a Juancho León. Era un bandido local que hizo mucho dinero robando droga a otros cárteles. Julián lo conoció porque en los pueblos todos se conocen. Porque la oferta de bares y restaurantes es nula, y sus versiones rurales, los chupaderos y los comedores, se limitan a uno o dos, y ahí terminan todos juntos: Los narcos y los alcaldes y los comerciantes y los peones.
-Juancho León era un tipo alto. Te imponía. Y llegaba a todos lados con cuarenta guardaespaldas. A veces nos sentábamos a chupar en La Laguna, que fue donde lo mataron. Era como un lugar de veraneo pues. Juancho era el dueño. Ahí se junta todo mundo. Y ya se sabía que venía el Juancho, por las camionetas. Llegaban como diez camionetas. Era un hombre malo. De mirada mala y de corazón malo.
Los negocios, dice Julián, eran muy sencillos: Si Juancho León quería tus tierras te las compraba.
-Te decía: 'me gusta tu finca. vendémela. Te doy un millón de dólares'.
-¿Y si no querías vender?
-Fácil: '¿No querés el millón de dólares? te mato'. Y como él con eso no bromeaba, pues le vendías. Si Juancho León le echaba el ojo a tus tierras, pues ya sabías que las habías perdido.
Juancho León puso una clínica y una escuela. Se trajo profesores de francés para la escuela. En ese campo guatemalteco, cerca de la ciudad de Zacapa, hay niños que hablan francés. Gracias a Juancho León. Eso dice Julián.
Cuando vinieron Los Zetas primero quisieron negociar con él, le dijeron que pagara lo que se había robado. "Ahí los anduvo como un mes a todos. Se sentaba a chupar con ellos, a jugar cartas. Eran ya como amigos pues. Pero al mes se aburrieron y lo partieron en dos".
Ahí quedó Juancho León en La Laguna. En su propio balneario. Y los Zetas se quedaron. Y quieren acaparar todo. Al lado del negocio de Julián hoy hay otro negocio. Compran más caro y venden más barato. Así lo quieren sacar. Así lo van a sacar. Aunque terminen las tardes bebiendo todos juntos, Julián y los traquetos. "Pues sí, al final esos son tus amigos, pero ya sabes que no duran mucho. Como a la mitad de los compañeros de chupa ya los mataron".
Julián se queda pensando: "El narco se lo come todo. Tarde o temprano me va a comer a mi también".
Carlos Dada es periodista salvadoreño director de El Faro.net - Fuente: Blogs El Pais
Julián no se llama Julián pero es mejor no decir cómo se llama. Ya me entenderán por qué. Trabaja en el campo guatemalteco y ese es, al parecer, un lugar privilegiado para observar la meteórica invasión del narcotráfico en los últimos años. Un lugar privilegiado, si nos olvidamos por un momento de que los observados vienen armados y tienen una reputación poco saludable.
Nos sentamos a tomar un café en un lugar discreto. Es una conversación informal que él abre quejándose, a sus cuarenta años, de que los tiempos han cambiado y que las cosas ya no son como antes.
Ahora, dice, el sueño de las mujeres de pueblo es hacerse novia de un narco. Casarse con un narco. El crimen organizado ha penetrado tanto en Guatemala que los criminales no disimulan su ocupación. La presumen. Se pasean con el pecho forrado por cadenas de oro grueso; relojes de oro con diamantes; con carátulas de la virgen de Guadalupe o de la Santa Muerte. Son mexicanos o hablan como mexicanos. El cinturón con hebilla gruesa; la pistola a la vista. Con la cacha de oro.
-Te sentás a beber con los amigos y de repente llegan en las camionetas. Con las pistolas de fuera. Y todo mundo dice: 'Ahí vienen los traquetos'.
-¿Por qué les dicen así?
-Pues porque usan unas armas que le hacen traca-traca-traca.
Traquetos. Los problemas con las mujeres ahora tienen que ver con eso.
-Es que si ya ves que un traqueto se le anda metiendo pues ya no le entrás, ¿verdad? Y ahora todas quieren andar con un narco.
-¿Y eso por qué?
-Pues porque tienen dinero y tienen poder. Yo creo que es culpa de esas novelas que han salido: El Cartel de Los Sapos; La Reina del Sur; Las Muñecas de la Mafia. Han hecho a los narcos como unas figuras románticas y los narcos quieren ser como los de la tele. Y a las mujeres les parece atractivo, además de que se los agarran y ya se garantizaron la camioneta y la mansión.
La invasión de los carteles mexicanos alcanza casi todo el país. Es tan extensa su presencia que parece mentira que entraron hace apenas tres años, cuando unos narcotraficantes locales contrataron a Los Zetas para matar a Juancho León. Y los mexicanos se quedaron.
Julián conoció a Juancho León. Era un bandido local que hizo mucho dinero robando droga a otros cárteles. Julián lo conoció porque en los pueblos todos se conocen. Porque la oferta de bares y restaurantes es nula, y sus versiones rurales, los chupaderos y los comedores, se limitan a uno o dos, y ahí terminan todos juntos: Los narcos y los alcaldes y los comerciantes y los peones.
-Juancho León era un tipo alto. Te imponía. Y llegaba a todos lados con cuarenta guardaespaldas. A veces nos sentábamos a chupar en La Laguna, que fue donde lo mataron. Era como un lugar de veraneo pues. Juancho era el dueño. Ahí se junta todo mundo. Y ya se sabía que venía el Juancho, por las camionetas. Llegaban como diez camionetas. Era un hombre malo. De mirada mala y de corazón malo.
Los negocios, dice Julián, eran muy sencillos: Si Juancho León quería tus tierras te las compraba.
-Te decía: 'me gusta tu finca. vendémela. Te doy un millón de dólares'.
-¿Y si no querías vender?
-Fácil: '¿No querés el millón de dólares? te mato'. Y como él con eso no bromeaba, pues le vendías. Si Juancho León le echaba el ojo a tus tierras, pues ya sabías que las habías perdido.
Juancho León puso una clínica y una escuela. Se trajo profesores de francés para la escuela. En ese campo guatemalteco, cerca de la ciudad de Zacapa, hay niños que hablan francés. Gracias a Juancho León. Eso dice Julián.
Cuando vinieron Los Zetas primero quisieron negociar con él, le dijeron que pagara lo que se había robado. "Ahí los anduvo como un mes a todos. Se sentaba a chupar con ellos, a jugar cartas. Eran ya como amigos pues. Pero al mes se aburrieron y lo partieron en dos".
Ahí quedó Juancho León en La Laguna. En su propio balneario. Y los Zetas se quedaron. Y quieren acaparar todo. Al lado del negocio de Julián hoy hay otro negocio. Compran más caro y venden más barato. Así lo quieren sacar. Así lo van a sacar. Aunque terminen las tardes bebiendo todos juntos, Julián y los traquetos. "Pues sí, al final esos son tus amigos, pero ya sabes que no duran mucho. Como a la mitad de los compañeros de chupa ya los mataron".
Julián se queda pensando: "El narco se lo come todo. Tarde o temprano me va a comer a mi también".
Carlos Dada es periodista salvadoreño director de El Faro.net - Fuente: Blogs El Pais
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