Cinco de noviembre de 1811: dos siglos de luchas por la independencia y la dignidad en El Salvador
Víctor Valle*
El Salvador conmemora, el 5 de noviembre de 2011, doscientos años de un evento que ocupa un puesto relevante en la historia de la patria: lo que ha dado en llamarse el Primer Grito por la Independencia de Centroamérica, en el siglo diez y nueve de nuestra era.
Este ensayo contiene un conjunto de reflexiones sobre la inacabada lucha de El Salvador por la independencia y la dignidad que puede tener, en el 5 de noviembre de 1811, un hito en la gran marcha social de El Salvador.
El trabajo contiene cinco acápites:
1. Contexto, significado e interpretaciones sobre el 5 de noviembre de 1811.
2. Algunos de los grandes eventos en El Salvador durante los dos siglos recientes
3. Las muchas oportunidades y las lecciones de la historia
4. Los saldos reales y actuales en la sociedad salvadoreña.
5. El futuro deseable y siempre incierto.
Contexto, significado e interpretaciones
sobre el 5 de noviembre de 1811
El gobierno, los políticos, los medios de comunicación y algunos intelectuales desplegaron, desde que la cadena CNN incluyó a El Salvador en sus eventos conmemorativos, grandes esfuerzos para conmemorar el bicentenario de esa fecha asociada al proceso de lucha por la independencia política. El gobierno creó una comisión oficial para organizar los eventos conmemorativos y encargó de esa tarea al intelectual Rafael Guido Véjar, quien, desde un principio definió el 5 de noviembre de 1811 como “…el inicio de una búsqueda de nuevos rumbos del desarrollo, de la justicia social y de la construcción de una nación incluyente, solidaria y participativa”. Guido Béjar también reflexionó, desde los medios oficiales, que esta conmemoración es ocasión para que los salvadoreños “…recordemos la historia con respeto y profundidad; para que reflexionemos y evaluemos con espíritu crítico constructivo lo bueno que hemos alcanzado y lo que debemos cambiar o mejorar; para mirar y trazar rutas de futuro con optimismo y esperanza.”
Lo cierto es que el 5 de noviembre de 1811 sucedieron hechos en el San Salvador de la época hechos que ya son parte de la historia nacional. Un grupo de personas inconformes con la Corona española y sus representantes en estas tierras, se congregó en la Plaza de Armas de San Salvador (ahora Plaza Libertad) para escuchar del joven Manuel Arce su célebre arenga de “No hay Rey, ni Intendente, ni Capitán General: solo debemos obedecer a nuestros alcaldes.” Sin duda era un grito de rebeldía por la libertad y contra una opresión. Los criollos o hijos de españoles nacidos en estas tierras, querían libertad, sobre todo para su comercio, y se sentían políticamente oprimidos, sobre todos por los representantes de la Corona Española en la Capitanía General de Guatemala. Ese es el primer significado esencial del hecho conmemorado y el hito que representa en la larga marcha de los salvadoreños por la libertad y la dignidad.
La colonia, como todos los coloniajes en sus diversas modalidades, representó un período de inequidades y limitaciones a las libertades, de explotación y opresión, de discriminación y atropellos. Pero siempre contuvo embriones de luchas por las libertades. Podría decirse que el coloniaje español sentó las bases para un sistema de valores que tiene expresiones en la sociedad actual: desdén por lo autóctono, irrespeto a los de abajo, aceptación de dogmas y relaciones sociales verticales y autoritarias.
Los poetas, dramaturgos y otros creadores tienen el talento de expresar con estética ciertos períodos históricos. El Sueño del Celta, de Vargas Llosa, por ejemplo, presenta las durezas y crueldades de una metrópoli colonial contra África; La Controversia de Valladolid, obra de teatro del francés Jean-Claude Carriere, presenta las durezas del coloniaje español en este continente y los prejuicios y crueldades contra nuestros verdaderos antepasados y algunos de sus herederos en esta América Latina democrática. Piénsese en las injusticias y prejuicios que aún dañan a muchos de los cincuenta millones de indígenas que hay en nuestra región.
En esa línea creadora para describir la historia, un poeta salvadoreño, Carlos Bustamante, en ocasión del primer centenario del 5 de noviembre de 1811, escribió unos versos que caracterizan la naturaleza de la colonia en El Salvador.
Era una larga noche
Noche de tres centurias
Noche de esclavitud y mansedumbre
Noche en plena noche.
A principios del siglo XIX, hubo en la América española mucha agitación y se dieron condiciones para la protesta y la rebelión. Los criollos forcejaban con los peninsulares, los venidos de España, y buscaban su espacio para ejercer el poder. Resentían los medios represivos de los representantes de la Corona en estas tierras y los regímenes impositivos en materia fiscal. Por eso, algunos historiadores califican los primeros años del siglo diez y nueve como de movimientos anti-fiscales.
“Entre los años 1811 y 1814 hubo en Centroamérica una serie de movimientos anti-fiscales y anti-españolistas que pusieron en entredicho la autoridad de España”, como lo apunta la historiadora Elizabeth Fonseca en su obra de 1996, publicada por EDUCA, Centroamérica: su Historia.
Estos motivos políticos y económicos fueron alentados por una coyuntura internacional caracterizada por la invasión napoleónica a España en 1808, y el consiguiente debilitamiento del imperio español. Asimismo, las ideas de la ilustración y las revoluciones en Francia y Estados Unidos de América habían irradiado su ejemplo y los criollos querían libertad, igualdad y fraternidad… pero no tanto.
En realidad, estos movimientos fueron por lo general un proceso de elites, desde arriba. Por eso es importante escuchar el llamado de reflexionar con profundidad espíritu crítico y atender lo que un historiador salvadoreño actual, Carlos Cañas Dinarte, ha dicho sobre el bicentenario: “No más leyendas, infundios, mitos y tradiciones orales. Hay que celebrar y festejar, pero con datos fidedignos y con una profunda reflexión.” Diario El Mundo, “Hacia la verdad en torno al 5 de noviembre de 1811”, El Salvador, 4 de noviembre de 2009.
Seguramente, estas élites, en su búsqueda de desplazar a otras élites, no tenían presente o no tomaban en cuenta a los sectores populares, y los de abajo, marginados, no tenían influencia determinante en los acontecimientos. Ese es otro rasgo que se configuró en la sociedad salvadoreña: la marginación de los sectores populares en las grandes decisiones.
Por eso Francisco Figueroa, un poeta centroamericano, en su poema “La Marimba” escribió: (Circa 1940)
Que le importa al indio eso
Que llamáis pomposamente libertades y progreso
Si el del amo su cabaña y sus hijos y su esposa.
Uno de los mitos en los hechos del 5 de noviembre de 1811 –según se reporta– es el del Padre José Matías Delgado tocando a rebato las campanas de la Iglesia de La Merced, la madrugada del cinco de noviembre de 1811. En realidad, esto nunca sucedió, según lo explica el mismo Carlos Cañas Dinarte en el artículo citado:
“Era la madrugada del martes 5 de noviembre de 1811. Hacía pocos momentos, los serenos habían terminado de cantar las salves a la Virgen María en casi todas las esquinas de aquella localidad colonial, aún envuelta en la niebla y el sueño. La ciudad de San Salvador fue despertada por las campanas de las iglesias que llamaban a la primera misa del día. Desde luego, la del templo de La Merced también repicó por esa causa, como lo había venido haciendo desde mucho tiempo atrás. Nada extraordinario. Nada inusual.”
O sea, el Padre Delgado no estaba ahí. El que temprano de la mañana, después de la primera misa y relativamente lejos del Campanario de La Merced, arengaba a un grupo de personas en la Plaza de Armas era Manuel José Arce.
Agrega Cañas Dinarte:
“Cien años después de esos acontecimientos, con ocasión del primer centenario del llamado grito de Independencia –nombre fácil que tan sólo imita al dado en México por el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, en 1810–, el rector de la Universidad Nacional de El Salvador, Dr. Víctor Jerez, pronunció un discurso de estilo en el que señaló que aquella madrugada del 5 de noviembre de 1811 había sido José Matías Delgado y de León quien había tocado a rebato las campanas de la Iglesia de La Merced para llamar a la insurrección contra las autoridades de Guatemala y España. Fue tan sólo una mención, sin ningún apoyo documental ni ninguna prueba.” (Subrayado por el autor).
Todo lo anterior permite afirmar que, afortunadamente para la historia salvadoreña, como disciplina intelectual, desde hace varios años ha habido historiadores y sociólogos que se han dedicado a reflexionar con sentido crítico, profundidad y respeto a la verdad, sobre la historia de El Salvador. Mencionemos a Alejandro Dagoberto Marroquín, de quien se conmemoran el centenario de su nacimiento, (“Apreciación Sociológica de la Independencia Salvadoreña” – varias ediciones de varias editoriales entre 1964 y 2000). También son dignos de mencionar, por sus aportes e interpretativos Rafael Guido Véjar, Roberto Turcios, Carlos Cañas Dinarte, Rafael Lara Martínez, Herbert Lindo-Fuentes y otros.
Algunos de los grandes eventos en El Salvador
durante los dos últimos siglos
A partir de los movimientos por la independencia que culminaron en 1821, han sucedido en la trayectoria histórica de El Salvador, varios eventos que han configurado un tipo de sociedad y una condición del ser salvadoreño. Se mencionan algunos relevantes:
1. La rebelión de los indígenas nonualcos, la proclamación de Anastasio Aquino como Rey de los Nonualcos y su ejecución por el Gobierno de Prado, en 1833.
2. La introducción del cultivo del café a mediados del siglo XIX, donde hubo arreglos regionales, insertó a la economía salvadoreña en una corriente importante del comercio mundial y configuró una estructura de clases sociales que ha estado vigente a lo largo de la historia de El Salvador.
3. La extinción, en 1878, de los ejidos y las propiedades comunales, de parte del gobierno de Rafael Zaldívar, en nombre de hacer un uso más eficiente de la tierra en beneficio de la incipiente clase de cafetaleros.
4. La instauración de las violencias como acción de control social y como reacción de los de abajo.
5. La masacre de 1932 en el marco de una crisis económica mundial y como comienzo de una dictadura militar que duró casi cinco décadas.
6. La irrupción de la guerra fría en los problemas endógenos, y con antecedentes en los grupos organizados que participaron en la rebelión de 1932, y la influencia de la revolución cubana iniciada en 1959.
7. La integración centroamericana y la alianza para el progreso impulsada por los Estados Unidos de América.
8. El agotamiento de la dictadura militar, la guerra civil y los acuerdos de paz mediados por Naciones Unidas en el marco del fin de la guerra fría.
9. La diáspora salvadoreña, como consecuencia de los desaciertos políticos y sociales.
10. El primer gobierno de izquierda, instaurado en 2009 con muchas esperanzas restauradas.
Las guerras han estado presentes en nuestra historia en estos 200 años. En una guerra con Guatemala murió el presidente Justo Rufino Barrios, el siglo 19. En otra contra Guatemala, a principios del siglo 20, estuvieron el general Tomás Regalado, fundador de una poderosa familia, y unos subtenientes que después tuvieron notoriedad: Carlos Ibáñez del Campo –años más tarde Presidente de Chile– y Maximiliano Hernández Martínez. Pero la guerra, que por reciente es la que más recordamos, es la guerra civil de los 80s, durante la cual se cometieron muchas atrocidades que condensan los saldos negativos.
El Dr. Thomas Buerghental es un destacado intelectual y humanista, sobreviviente del Holocausto y muy cercano a la historia reciente de El Salvador. Fue miembro de la Comisión de la Verdad convenida en los Acuerdos de Paz, mediados por Naciones Unidas, firmados el 16 de enero de 1992. Recientemente se publicó el libro: Un Niño Afortunado. De prisionero en Auschwitz a juez de la Corte Internacional. (2008). Plataforma Editorial. Barcelona, España, (Primera Edición), que es la autobiografía de Thomas Buerghental.
En la página 44 del libro se lee:
"Hasta que trabajé en la Comisión de la Verdad, siempre había creído que mi experiencia en el Holocausto me había formado una coraza que me protegía a la hora de presenciar las más espantosas violaciones a los derechos humanos. En El Salvador descubrí que no era así.¨Por ejemplo, contemplar el esqueleto de un bebé aún en el vientre de su madre asesinada durante la masacre de El Mozote fue más de lo que pude soportar sin sentirme profundamente afectado ante la brutal depravación de quienes habían cometido ése y otros crímenes similares”. Concluye Buerghental: “El sufrimiento padecido por tanta gente en aquel pequeño país a lo largo de su terrible guerra civil dejó una huella que perdura en mi alma”
Las muchas oportunidades
y las lecciones de la historia
En mi artículo “Cien años de Ansiedad en El Salvador: 1910-2010”. Publicado en el diario Colatino el 29 de julio de 2010, expresé lo siguiente:
El Salvador actual es, políticamente, la consecuencia de las acciones y omisiones de los salvadoreños, principalmente de los que han conducido los asuntos públicos.
En los últimos cien años, cada 20 años, han sucedido hechos que, históricamente, están relacionados. Veinte años atrás es un tiempo relativamente reciente y, por tanto, es un momento cercano a El Salvador dentro de 20 años.
En 1910 fue la campaña para elegir presidente a Manuel Enrique Araujo, asesinado en 1913. Su muerte es aún objeto de especulaciones. Araujo es muy apreciado por los militares. La Escuela de Comando y Estado Mayor lleva su nombre. Un aporte importante de este médico y terrateniente fue la fundación de la Guardia Nacional, de tan ingratos recuerdos y que fue suprimida con base en los Acuerdos de Paz de 1992. La muerte de Manuel Enrique Araujo trajo agitaciones y ansiedades y abrió paso a una serie de gobiernos oligárquico-civiles, principalmente a lo que se conoce como la dinastía Meléndez-Quiñonez.
En 1930, El Salvador pasaba penurias y ansiedades por la crisis económica mundial. Otro Araujo –el Ingeniero Arturo Araujo- fundó el Partido Laborista, se hizo acompañar del Maestro Alberto Masferrer y dirigió una campaña electoral que lo llevó al triunfo el año siguiente, con un gran apoyo popular y simpatías de miembros del recién fundado Partido Comunista.
La campaña y el triunfo fueron un impulso para construir la democracia e iniciar caminos de equidad en el país. Arturo Araujo sembró esperanzas; pero el terreno tenía malezas y raíces de explotación y represión contra los sectores populares. El derrocamiento del breve gobierno de Araujo, en 1931, abrió paso a la dictadura militar que se inauguró con la masacre de 1932.
En 1950 y en los albores de la guerra fría, un gobierno de facto, que tuvo la osadía de llamarse el gobierno de la revolución del 48, promulgó la Constitución Política de 1950 la que, según muchos entendidos, modernizaba al Estado salvadoreño. Famoso es su artículo que reconoce la propiedad privada en función social. A la postre se vio que, como dice el pueblo, el papel aguanta de todo y la modernidad y el progreso esperados no llegaron o no lograron cambios profundos. Ojalá la tal función social se hubiera concretado en abrir empleos decentes, pagar salarios dignos y pagar impuestos justos. Con eso bastaba.
En 1970, El Salvador aún se conmovía por el absurdo de la guerra con Honduras. Ese año, la Asamblea Legislativa convocó al Primer Congreso sobre Reforma Agraria. Se abrió el debate sobre un problema medular en las injusticias del país. Fue la ocasión de airear, desde un espacio oficial, discusiones sobre los grandes problemas de El Salvador. Hubo atisbos de visiones esperanzadoras que, al final, no se concretaron.
En abril de 1970, Salvador Cayetano Carpio, líder obrero de gran presencia en las luchas populares, fundó las Fuerzas Populares de Liberación “Farabundo Martí”, con innegables efectos en la historia reciente y la situación actual de El Salvador. Meses antes, Cayetano Carpio renunció de su cargo de Secretario General del Partido Comunista, por discrepancias
con otros dirigentes en cuanto a la posición del Partido en relación a la guerra con Honduras y al tipo de lucha para alcanzar el poder político.
En 1990, veinte años y 100.000 muertos después, cuando la guerra fría se había evaporado y la ofensiva del FMLN de noviembre de 1989 había puesto en evidencia un empate militar, el Secretario General de Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuellar, por mandato del Consejo de Seguridad, facilitaba la reunión de abril de 1990, en Ginebra, para que el FMLN y el Gobierno iniciaran una negociación que dio curso a los Acuerdos de Paz en El Salvador.
Ese mismo año, la negociación dio su primer fruto histórico: el Acuerdo sobre Derechos Humanos, suscrito en Costa Rica. Fue un año de ansiedades y esperanzas. Es bueno recordar que la mitad de la población actual de El Salvador ha nacido después de 1990.
Veinte años después, en el actual 2010, nos encontramos con un gobierno de izquierda que brega por hacer bien las cosas, en medio del acoso de los sectores conservadores y de ansiedades de algunos compatriotas que votaron esperanzados.
La situación es crítica. Se viven muchas ansiedades. El miedo que prevalece tiene bases muy concretas. La gente está insegura. Al decir de Belisario Betancur en el informe de la Comisión de la Verdad, con los Acuerdos de Paz, pasamos de la locura a la esperanza. Ahora se siente que, otra vez, hemos pasado de la esperanza a la locura. El bus quemado y sus pasajeros calcinados en la ciudad de Mejicanos, en junio recién pasado, es un símbolo de esta demencia cruel.
En El Salvador, esta matriz socio-cultural de atrocidades contra la vida humana es, tristemente, antigua y producto de un largo proceso de aprendizaje. Los achicharrados y los descuartizados no los inventaron los mareros-pandilleros, ellos perfeccionaron la barbarie. Ver el cortísimo film “Masacre La Joya, 1982”, sobre un hecho cruel en el Cantón La Joya, del Departamento de la Paz, con testimonios de sobrevivientes sobre quemados y descuartizados.
Ojalá los planteamientos de Alberto Masferrer y Arturo Araujo en 1930, los postulados de la Constitución de 1950, las propuestas de cambios sociales en el Congreso de Reforma Agraria de 1970 o los principios orientadores de las negociaciones de paz en 1990 se hubieran llevado hasta las últimas consecuencias. Otros gallos estarían cantando en nuestros amaneceres.
¿Cómo será El Salvador en el 2030? Pensemos y actuemos. El Salvador, aunque haya vivido la condena de cien años de ansiedad, ha tenido más de una segunda oportunidad sobre la tierra. No sigamos echando las oportunidades por los albañales de la historia.
Los saldos reales y actuales
en la sociedad salvadoreña
Después de doscientos años de vida republicana, de luchas y esperanzas, hay un saldo preocupante en El Salvador actual. La lucha por la libertad y la dignidad continúan en un marco de violencias sociales, matanza perpetua y emigraciones forzadas por la falta de oportunidades.
En estos 200 años ha habido grandes conmociones y elevadas aspiraciones. Quizá merezca la pena anotar dos informaciones recientes, que condensan en gran medidas los resultados de lo que, como sociedad, acumulamos en El Salvador.
El 27 de octubre recién pasado, la entidad Carga Global de la Violencia Armada, se dio a conocer un informe, según el cual, El Salvador es el país más violento del mundo y, según el mismo informe, seis de los 14 países más violentos del mundo están en América Latina. En un año promedio entre 2004 y 2009, el número de muertes por habitante fue mayor en El Salvador que en Irak…
Pero hay otros hechos que nos dicen que hemos avanzado hacia una institucionalidad democrática. El Diario de Hoy, del domingo 6 de noviembre, informó que el Gobierno acatará el fallo de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia sobre la ilegalidad de la transferencia de fondos entre las distintas carteras de Estado, incluida la Presidencia, sin que se tenga el aval de la Asamblea Legislativa. Al menos el Ministro de Hacienda, Carlos Cácere, así lo manifestó a varios periodistas en los actos alusivos al bicentenario del primer grito de la independencia centroamericana.
Lo cierto es que hay un saldo negativo, desde el punto de vista social, en El Salvador en sus 200 años de lucha por la independencia y la dignidad. Ese saldo negativo significa que El Salvador ocupa el puesto 105, entre 187 países computados, en el Índice de Desarrollo Humano; el puesto 109 en el Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en la distribución del ingreso nacional y que, mientras la Tasa de Mortalidad Infantil es 3 por mil en Islandia y Noruega, 4 por mil en Cuba y 9 en Costa Rica, en El Salvador es 20 por mil.
Cierto es que la quinta parte de la economía la hacen las remesas de los que se fueron, y eso es precisamente parte del modelo fallido. Es más, el saldo de ese modelo que construimos por dos siglos, ese país de la sonrisa y país impresionante de los publicistas del régimen de turno, ha puesto a tres millones de salvadoreños en todos los confines de la tierra. Es un modelo que hizo a Francisco Gavidia escribir, en algún momento del siglo veinte, en uno de sus poemas (“Los Abuelos y Los Nietos”) que El Salvador era un país donde:
La justicia está muerta
La ley escarnecida
Las almas sin virtudes
Y las bocas sin pan.
El futuro deseable y siempre incierto
Ni la más refinada ciencia puede predecir el futuro. Hay aproximaciones y tendencias y sobre todo sueños y proyectos. Lo que hay que estar seguro es que la lucha por la independencia y la dignidad aún continúa.
Héctor Samour, Secretario de Cultura del país, quien llevó la voz oficial, dijo a los salvadoreños que la conmemoración del 5 de noviembre de 1811, dos siglos después, es el momento de retomar los actos que llevaron a El Salvador a independizarse de la colonia como se hizo en 1811, para llevar por un mejor camino a la sociedad y alcanzar la democracia plena en estos tiempos. Asimismo, Samour reconoció que esta celebración es un punto de llegada y de partida para enrumbar al país a una verdadera independencia. En sus palabras recalcó: “Los retos que se plantean hoy es luchar contra la pobreza y educar a los más desposeídos, o sea la población excluida”. (Colatino 6 de noviembre de 2011. Versión digital)
Ojalá, dentro de cien años haya un poeta que diga que pasaron tres centurias desde el 5 de noviembre de 1811; pero que no fueron de esclavitud y mansedumbre, como dijo Carlos Bustamante de los tres siglos de colonia española, sino que, en el siglo XXI, hubo una noche tachonada de estrellas de esperanza, de presagio de un alba promisoria, para que, en nuestro país, la justicia esté viva, las almas tengan virtudes –con base en una educación liberadora de la conciencia y de las potencialidades de todos- y las bocas tengan pan –con base en un desarrollo humano integral.
*Víctor Valle, Doctor en Educación por la George Washington University, USA, salvadoreño, profesor y Vicerrector Asociado de la Universidad para la Paz, afiliada a Naciones Unidas. La presente conferencia fue pronunciada el martes 8 de noviembre de 2011 en actividad conmemorativa del Primer Grito de Independencia de Centroamérica organizada por la Embajada de El Salvador en Costa Rica y la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica.
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