Cacería
Por Manuel Vincent*
En el museo de Jorge Oteiza, en Alzuza, se exhiben varias de sus cajas metafísicas, unas esculturas que están entre el cubismo, el constructivismo y la abstracción. Una de ellas es un homenaje a la Anunciación de Leonardo da Vinci: dos paralelepípedos de acero crean un claroscuro en su interior, que es el espacio negativo, según Oteiza. El museo estaba desierto aquella mañana.
Después de una detenida observación descubrí que desde el ángulo de una de aquellas cajas metafísicas, precisamente la dedicada a Leonardo, se elevaba un hilo casi imperceptible, que después de cruzar verticalmente toda la sala, quedaba prendido de uno de los focos de luz cenital en el techo. Puesto que me encontraba en un museo de escultura, sin abandonar la emoción estética, podía considerar que aquel hilo tan sutil era una obra maestra de arte mínimal, incluso el último estadio espiritual antes de alcanzar el vacío, pero en realidad se trataba de una simple telaraña, una creación elaborada con la baba de este arácnido para cazar insectos, un arte para matar.
La araña permanecía en estado de alerta en un extremo de su obra y era casi milagrosa la velocidad con que se deslizaba por aquel hilo de luz y la precisión matemática con que se abatía contra cualquier insecto que había caído en la trampa. Por un momento tuve la tentación de admitir que era más artista la araña que el propio Oteiza. Una caja metafísica era un trabajo muy rudimentario frente a la sutileza con que aquel hilo de baba luminosa creaba un espacio zen a su alrededor.
La caja metafísica no tenía ninguna finalidad; en cambio la telaraña estaba al servicio de la vida y de la muerte. Dejé de lado estas disquisiciones, absorto en la contemplación de una acción mucho más fascinante, que era la propia cacería. La araña no solía fallar.
Su instinto de supervivencia dejaba atrás toda clase de belleza. En esto, un mosquito diminuto quedó prendido en la trampa y desde la luz cenital la araña se precipitó en su captura, pero antes de ser atrapado, el mosquito logró zafarse y buscó refugio en el interior de la caja metafísica dedicada a Leonardo. La araña se quedó confusa y desarmada ante aquel espacio negativo. Pensé que el arte o la metafísica servían para algo si acababan de salvar la vida de un mosquito.
Manuel Vincent es escritor español
En el museo de Jorge Oteiza, en Alzuza, se exhiben varias de sus cajas metafísicas, unas esculturas que están entre el cubismo, el constructivismo y la abstracción. Una de ellas es un homenaje a la Anunciación de Leonardo da Vinci: dos paralelepípedos de acero crean un claroscuro en su interior, que es el espacio negativo, según Oteiza. El museo estaba desierto aquella mañana.
Después de una detenida observación descubrí que desde el ángulo de una de aquellas cajas metafísicas, precisamente la dedicada a Leonardo, se elevaba un hilo casi imperceptible, que después de cruzar verticalmente toda la sala, quedaba prendido de uno de los focos de luz cenital en el techo. Puesto que me encontraba en un museo de escultura, sin abandonar la emoción estética, podía considerar que aquel hilo tan sutil era una obra maestra de arte mínimal, incluso el último estadio espiritual antes de alcanzar el vacío, pero en realidad se trataba de una simple telaraña, una creación elaborada con la baba de este arácnido para cazar insectos, un arte para matar.
La araña permanecía en estado de alerta en un extremo de su obra y era casi milagrosa la velocidad con que se deslizaba por aquel hilo de luz y la precisión matemática con que se abatía contra cualquier insecto que había caído en la trampa. Por un momento tuve la tentación de admitir que era más artista la araña que el propio Oteiza. Una caja metafísica era un trabajo muy rudimentario frente a la sutileza con que aquel hilo de baba luminosa creaba un espacio zen a su alrededor.
La caja metafísica no tenía ninguna finalidad; en cambio la telaraña estaba al servicio de la vida y de la muerte. Dejé de lado estas disquisiciones, absorto en la contemplación de una acción mucho más fascinante, que era la propia cacería. La araña no solía fallar.
Su instinto de supervivencia dejaba atrás toda clase de belleza. En esto, un mosquito diminuto quedó prendido en la trampa y desde la luz cenital la araña se precipitó en su captura, pero antes de ser atrapado, el mosquito logró zafarse y buscó refugio en el interior de la caja metafísica dedicada a Leonardo. La araña se quedó confusa y desarmada ante aquel espacio negativo. Pensé que el arte o la metafísica servían para algo si acababan de salvar la vida de un mosquito.
Manuel Vincent es escritor español
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