Laberinto de Palabras
Laberinto Por José Manuel Ortiz Benitez
He asimilado, en la pequeña medida de que soy capaz, que se tiene algo ganado para que cualquiera tenga la bondad de leer la columna de un señor al que no conoce de nada y opina de todo, si el autor habla de lo mismo que le preocupa a su presunto lector.
Casi siempre hay de donde elegir, pero escasean los asuntos que no depriman por igual al que los trata y al que los ve como intratables. La hermanita menor de la democracia salvadoreña está dando mucho juego, en este momento especial de Transición.
Por otro lado, don Jerry ha echado una manchita en la solapa a la Casa Presidencial y no es fácil llevarla a la tintorería. Los golfos de levita son infinitos. Tampoco habría que descartar el complicado tema del desarrollo del valle de los ilustres, que se les cae de la boca a los trastornadores de la llamada transición, pero ese va a traer más cola de la que se formó cuando el difunto pasó a mejor vida.
También merecería una especulación serena la propuesta de un certificado médico que circula como supuesta medida inteligente para fortalecer la salud pública, reservada solo para pobres o el tenebroso gabinete del próximo gobierno, que firmaría ya en el chasis, por tenerlo más cerca, teniendo en cuenta que su despacho está todavía en fase de futura construcción.
Entre tantas cosas, para probar una vez más mi egolatría, quiero detenerme, con el compromiso de volver, sobre la situación de los impuestos.
Todos nos habían dicho que eran intocables, pero ahora los que mandaban antes se sienten manoseados hasta sus partes más íntimas. Y eso les da pie a realizar una protesta más enérgica.
Los números cantan y la capacidad adquisitiva de los salvadoreños sigue pendiente de poder cobrar una jubilación que en la mano se ve con una reducción de un 10.9%. El restante se va en el imparable consumo del mes al que nos hemos acostumbrado.
Al común de los mortales también le aterran los decimales. Las cifras, que para otros son aceptables, estremecen a 2 millones de salvadoreños, que viven por debajo del nivel de pobreza. Sin embargo, hay que dar gracias a las remesas, sin ellas la pobreza sería mucho mayor.
La vejez, que siempre es una crisis de esperanza, se ve engrosada con la crisis económica de la que se habla a todas horas y en todas partes.
Otros artículos de esta autor aquí -Jose Manuel Ortiz Benitez es columnista salvadoreño
He asimilado, en la pequeña medida de que soy capaz, que se tiene algo ganado para que cualquiera tenga la bondad de leer la columna de un señor al que no conoce de nada y opina de todo, si el autor habla de lo mismo que le preocupa a su presunto lector.
Casi siempre hay de donde elegir, pero escasean los asuntos que no depriman por igual al que los trata y al que los ve como intratables. La hermanita menor de la democracia salvadoreña está dando mucho juego, en este momento especial de Transición.
Por otro lado, don Jerry ha echado una manchita en la solapa a la Casa Presidencial y no es fácil llevarla a la tintorería. Los golfos de levita son infinitos. Tampoco habría que descartar el complicado tema del desarrollo del valle de los ilustres, que se les cae de la boca a los trastornadores de la llamada transición, pero ese va a traer más cola de la que se formó cuando el difunto pasó a mejor vida.
También merecería una especulación serena la propuesta de un certificado médico que circula como supuesta medida inteligente para fortalecer la salud pública, reservada solo para pobres o el tenebroso gabinete del próximo gobierno, que firmaría ya en el chasis, por tenerlo más cerca, teniendo en cuenta que su despacho está todavía en fase de futura construcción.
Entre tantas cosas, para probar una vez más mi egolatría, quiero detenerme, con el compromiso de volver, sobre la situación de los impuestos.
Todos nos habían dicho que eran intocables, pero ahora los que mandaban antes se sienten manoseados hasta sus partes más íntimas. Y eso les da pie a realizar una protesta más enérgica.
Los números cantan y la capacidad adquisitiva de los salvadoreños sigue pendiente de poder cobrar una jubilación que en la mano se ve con una reducción de un 10.9%. El restante se va en el imparable consumo del mes al que nos hemos acostumbrado.
Al común de los mortales también le aterran los decimales. Las cifras, que para otros son aceptables, estremecen a 2 millones de salvadoreños, que viven por debajo del nivel de pobreza. Sin embargo, hay que dar gracias a las remesas, sin ellas la pobreza sería mucho mayor.
La vejez, que siempre es una crisis de esperanza, se ve engrosada con la crisis económica de la que se habla a todas horas y en todas partes.
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