EL Mozote: Perdón y Verdad
Por David Hernández*
El solemne acto de El Mozote del pasado 16 de enero, en el cual el presidente de la República, en nombre de la nación, pidió perdón por los crímenes de lesa humanidad cometidos por unos mal llamados militares que se ensañaron con niños, mujeres y ancianos indefensos asesinándolos a sangre fría, es un parteaguas de la historia nacional que abre la posibilidad de cerrar heridas del pasado en aras de superar el trauma nacional de los conflictos fratricidas del siglo XX.
El año pasado el presidente pidió perdón a la nación por el etnocidio perpetrado por el régimen de facto del general Maximiliano Hernández Martínez a partir del 22 de enero de 1932, fundamentalmente contra la población indígena de los Izalcos, que se alzaron en una insurrección desesperada debido a que no tenían comida ni trabajo.
Hay un consenso en la sociedad salvadoreña para perdonar a los culpables; nuestro pueblo, posee ese don maravilloso de olvidar afrentas, tal como quedó patente en las declaraciones y los discursos de los familiares de las víctimas masacradas de El Mozote durante la ceremonia de desagravio.
Sin embargo, lo que claman los familiares de las víctimas así como la nación es la verdad sobre los sucesos luctuosos tanto durante el conflicto armado de 1980-1992 como durante el genocidio contra los Izalcos en 1932. De las experiencias internacionales en esta galería del horror sabemos, por ejemplo, que en Alemania tuvo que llevarse a cabo un profundo proceso de desnazificación y de esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los nazis en nombre de una raza superior para que en dicho país volviera a reinar no solo la paz social sino también la democracia y junto con ello, el progreso y la prosperidad.
Tanto en Argentina como en Chile, países que también sufrieron la barbarie de dictaduras militares, el tema de los asesinatos de lesa humanidad, que nunca prescriben, sigue vigente, y los asesinos de ayer continúan recibiendo condenas de prisión a medida que se van esclareciendo los delitos cometidos en nombre de una falsa defensa de la democracia y la libertad.
En El Salvador es paradigmático el caso de la familia Dalton, que ya perdonó a los asesinos materiales del poeta Roque Dalton García, los ciudadanos Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez, así como al autor intelectual de dicho asesinato, el ciudadano Edgar Alejandro Rivas Mira. Lo único que piden es la verdad de los hechos y que devuelvan los restos mortales de su esposo, padre y abuelo.
En todos estos casos, negarse a reconocer la verdad es sinónimo de culpabilidad y prueba de que esos mismos sentimientos de odio, venganza y sed de sangre inocente siguen latentes. La genuflexión del canciller Willi Brandt en 1970 ante el Guetto de Varsovia pidiendo perdón en nombre de la Alemania nazi por los crímenes cometidos durante la II Guerra Mundial es un ejemplo de humanidad y arrepentimiento. Postrados ante la historia y la justicia, los asesinos de ayer deben pedir perdón a los ofendidos y aclarar esos hechos por horrendos que sean. En la medida del esclarecimiento de estos crímenes estará la medida de su superación. Quienes no lo hagan están condenados a un merecido lugar en la historia universal de la infamia.
David Hernández es escritor salvadoreño
El solemne acto de El Mozote del pasado 16 de enero, en el cual el presidente de la República, en nombre de la nación, pidió perdón por los crímenes de lesa humanidad cometidos por unos mal llamados militares que se ensañaron con niños, mujeres y ancianos indefensos asesinándolos a sangre fría, es un parteaguas de la historia nacional que abre la posibilidad de cerrar heridas del pasado en aras de superar el trauma nacional de los conflictos fratricidas del siglo XX.
El año pasado el presidente pidió perdón a la nación por el etnocidio perpetrado por el régimen de facto del general Maximiliano Hernández Martínez a partir del 22 de enero de 1932, fundamentalmente contra la población indígena de los Izalcos, que se alzaron en una insurrección desesperada debido a que no tenían comida ni trabajo.
Hay un consenso en la sociedad salvadoreña para perdonar a los culpables; nuestro pueblo, posee ese don maravilloso de olvidar afrentas, tal como quedó patente en las declaraciones y los discursos de los familiares de las víctimas masacradas de El Mozote durante la ceremonia de desagravio.
Sin embargo, lo que claman los familiares de las víctimas así como la nación es la verdad sobre los sucesos luctuosos tanto durante el conflicto armado de 1980-1992 como durante el genocidio contra los Izalcos en 1932. De las experiencias internacionales en esta galería del horror sabemos, por ejemplo, que en Alemania tuvo que llevarse a cabo un profundo proceso de desnazificación y de esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los nazis en nombre de una raza superior para que en dicho país volviera a reinar no solo la paz social sino también la democracia y junto con ello, el progreso y la prosperidad.
Tanto en Argentina como en Chile, países que también sufrieron la barbarie de dictaduras militares, el tema de los asesinatos de lesa humanidad, que nunca prescriben, sigue vigente, y los asesinos de ayer continúan recibiendo condenas de prisión a medida que se van esclareciendo los delitos cometidos en nombre de una falsa defensa de la democracia y la libertad.
En El Salvador es paradigmático el caso de la familia Dalton, que ya perdonó a los asesinos materiales del poeta Roque Dalton García, los ciudadanos Joaquín Villalobos y Jorge Meléndez, así como al autor intelectual de dicho asesinato, el ciudadano Edgar Alejandro Rivas Mira. Lo único que piden es la verdad de los hechos y que devuelvan los restos mortales de su esposo, padre y abuelo.
En todos estos casos, negarse a reconocer la verdad es sinónimo de culpabilidad y prueba de que esos mismos sentimientos de odio, venganza y sed de sangre inocente siguen latentes. La genuflexión del canciller Willi Brandt en 1970 ante el Guetto de Varsovia pidiendo perdón en nombre de la Alemania nazi por los crímenes cometidos durante la II Guerra Mundial es un ejemplo de humanidad y arrepentimiento. Postrados ante la historia y la justicia, los asesinos de ayer deben pedir perdón a los ofendidos y aclarar esos hechos por horrendos que sean. En la medida del esclarecimiento de estos crímenes estará la medida de su superación. Quienes no lo hagan están condenados a un merecido lugar en la historia universal de la infamia.
David Hernández es escritor salvadoreño
Labels
Tribuna de escritores
Comentarios
No comments :
Gracias por participar en SPMNEWS de Salvadoreños por el Mundo