José Mourinho, el entrenador 'hooligan'
Por JOHN CARLIN
José Mourinho, el entrenador 'hooligan'
El técnico del Real Madrid lo tiene todo para ser dichoso y universalmente admirado, pero se complica la vida. La inmadurez de un adolescente y la intolerancia de un dictador militar sacuden su personalidad, contradictoria y literariamente fascinante. Este es su retrato.
Sus logros en el fútbol son lo de menos. Lo realmente asombroso es cómo en los 20 meses desde que José Mourinho asumió el cargo de entrenador del Real Madrid se ha convertido, de lejos, en el personaje más polémico de España. Posiblemente nadie haya provocado más división -más repulsa o más fanática adhesión- desde tiempos de Franco.
Los cuatro años que vivió en la capital británica, como entrenador del Chelsea, fueron otra cosa. Fue feliz allá. Él mismo lo dijo poco después de marcharse: "El único problema que tuve en Londres fue el incidente con mi perro".
Tuvo su gracia aquel "incidente", pese a que acabó siendo detenido por la policía. Tuvo su gracia porque demostró que Mourinho el padre de familia, a diferencia del personaje que presenta al mundo, tiene su punto de ternura. Según trascendió en la prensa, y él nunca negó esta versión de los hechos, estaba en un evento en el que se premiaba a los mejores jugadores del Chelsea cuando recibió una llamada de casa. Su mujer y dos niños estaban histéricos. Dos policías habían llegado a la puerta y querían llevarse a la mascota familiar. No, no un rottweiler; un diminuto yorkshire terrier, uno de esos perritos de falda peludos, populares entre señoras mayores, cuyos rostros parecen expresar dulce, perpleja -y permanente- sorpresa.
Mourinho salió disparado a casa. Arrebató el perro de las manos de los oficiales de la ley, hubo un forcejeo y el animal, misteriosamente, desapareció. Nunca quedó muy claro si Mourinho lo escondió o si se fugó a la noche londinense. Lo que sí se supo -Scotland Yard lo confirmó- fue que Mourinho fue detenido y llevado a la comisaría. El problema tuvo que ver con las complicadas leyes de cuarentena británicas y con la sospecha que tenía la policía de que el perro había entrado en Inglaterra sin que sus dueños cumpliesen los necesarios requisitos legales. El desenlace del episodio fue que, lejos de provocar la indignación del público inglés, Mourinho quedó como un héroe: defensor de su perro, símbolo en carne y hueso (al menos para los ingleses, grandes amantes de la especie canina) de la unidad y felicidad familiar. Los incondicionales de Mourinho en España (los adeptos al "mourinhismo", palabra incorporada ya al vocabulario español, como si fuera una ideología, o una secta religiosa) habrían sacado una similar conclusión.
Pero hubo otra interpretación posible de aquel incidente londinense, una a la que se predispondría aquel sector de la población española que (el verbo no es ninguna exageración) lo detesta: que Mourinho es tan prepotente y grosero que se considera por encima de cualquier ley, humana o divina; que sus éxitos en el fútbol le han hecho creer que está más allá del bien y del mal. Ahora estos éxitos han sido considerables. No le faltan motivos para sentirse satisfecho consigo mismo. Su trayectoria profesional ha sido estelar, compensando con creces la frustración que sintió en su juventud por no dar la talla como jugador. En menos de 12 años como entrenador ha ganado la máxima competición de clubes mundial, la Liga de Campeones, dos veces; la primera (quizá su hazaña más extraordinaria), con el Oporto en 2004, y la segunda, con el Inter de Milán en 2010, tras vencer al todopoderoso Barcelona en semifinales. Ha ganado la Liga portuguesa, la italiana y, con el Chelsea, la inglesa dos veces. Y ha acumulado varios trofeos importantes más, entre ellos, la Copa del Rey con el Real Madrid la temporada pasada. Hoy está en vías de ganar la Liga española por primera vez, ya que lleva cinco puntos de ventaja sobre el Barcelona, y va viento en popa en la Liga de Campeones. Triunfar a tal nivel de manera tan consistente en tan poco tiempo en el deporte -en el fenómeono de masas- más grande del mundo no es poca cosa. Cuando Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid, afirma que es el mejor entrenador del mundo, no es fácil refutarle. Hasta se puede llegar a comprender porque le ha entregado, desde su llegada en mayo de 2010, prácticamente el poder absoluto en el club, o más poder del que había tenido jamás un entrenador del Real Madrid.
Mourinho tiene todo en sus manos -sin excluir un salario básico de 10 millones de euros anuales- para ser una persona dichosa y universalmente admirada. Pero el hombre se complica mucho la vida, o quizá sea víctima de una personalidad Jekyll y Hyde. En casa, con su familia y perro, no hay motivos para dudar de que sea alegre y cariñoso. Pero la cara pública es la de un personaje permanentemente iracundo y resentido que ve enemigos por todos lados. No es paranoia, porque enemigos sí tiene. Pero los tiene en gran medida porque se los ha buscado. Sus declaraciones, e incluso sus gestos, parecerían estar sistemáticamente diseñadas para generar antipatía en un amplio sector de la población. El otro sector, el que está con él, le adula en buena medida por el antagonismo que ha generado en los demás. Uno o está con él o contra él, y si está con él, con toda seguridad va a ser un aficionado del Real Madrid. Lo interesante y novedoso de lo que está ocurriendo ahora es que el mourinhismo está perdiendo adeptos. La fe se diluye. Por primera vez, el fin de semana pasado, y pese a que su equipo jugó bien y ganó por goleada, fue pitado por un amplio sector del estadio Bernabéu. La prensa deportiva madrileña, que vive de las ventas a los aficionados del Real Madrid, se mostró más crítico con él que nunca, en algunos casos sugiriendo que quizá se acercaba el momento de decirle adiós.
¿Cómo se explica? Principalmente, por la monumental prioridad que la afición madridista le otorga a la rivalidad con el Barcelona. Se fichó a Mourinho ante todo para que bajara al campeón de casi todo de su pedestal, pero lo que pasó la semana pasada -el desencadenante del enfado sin precedentes que provocó- fue que, una vez más (de los 10 partidos que los ha enfrentado desde la llegada de Mourinho, el Madrid solo ha ganado uno), el equipo catalán triunfó. Nada nuevo ahí, pero lo que inflamó a la afición fue la manera -y las maneras- con la que se perdió. Fue, en resumen, la gota que colmó el vaso. Porque lo que se entiende ahora con más claridad que nunca es que hacía ya tiempo que muchos aficionados del Real Madrid albergaban dudas sobre su entrenador, sobre su estilo de juego y su forma de ser.
Ha habido como consecuencia un inesperado acercamiento entre los antimourinhistas y los que, por un sentimiento de lealtad o por no querer dañar a su equipo, decían apoyarle. Hubo muchas "gotas" acumuladas antes de la semana pasada, muchas que aquellos madridistas apegados a aquel concepto de "señorío" con el que se gusta identificar al club se vieron obligados a tragar. Las raíces del problema se pueden trazar a la derrota del Madrid por 5 a 0 contra el Barcelona en su primer encuentro de la era Mourinho. Fue a partir de ahí que Mr. Hyde se destapó.
Las primeras señales se detectaron en los malos tratos hacia determinados individuos, como su antecesor en el Madrid, Manuel Pellegrini, cuando declaró que nunca trabajaría en un club como al que se había traspasado, el Málaga (de paso, insultó a toda una ciudad); como Manolo Preciado, el españolísimo y muy querido entrenador del Sporting de Gijón, que respondió que Mourinho era "un canalla"; y, lo peor, Jorge Valdano, el director general del Real Madrid, antiguo jugador y entrenador del equipo y además campeón del mundo con Argentina, al que despreció y humilló sin ningún disimulo (¿no podría haber librado su batalla personal en privado?) hasta que logró echarle del club.
Y luego, los berrinches. Muchas de las ruedas de prensa de Mourinho han sido como sesiones públicas de psicoanálisis en las que descarga sus agravios contra el mundo, contra el destino o, por decirlo de otra manera, contra los árbitros o los jugadores rivales. Con la ceguera de un fundamentalista, es incapaz de reconocer que existen argumentos en su contra, que los árbitros se equivocan con el Barcelona tanto como con el Real Madrid, que si algún jugador rival finge, los suyos a veces fingen también. Su "¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?" la temporada pasada tras caer derrotado en la Liga de Campeones contra el Barcelona pasará a la historia, el equivalente futbolero al clamor de un Camus o un Sartre contra la apatía del universo, o la de un creyente dolido contra la injusticia divina.
Después ha habido un sinfín de filtraciones del vestuario, nunca negadas, alegando todo tipo de pugnas internas, de antagonismos entre los españoles de la plantilla y los demás, de órdenes que ha dado Mourinho a los jugadores de que en sus declaraciones a la prensa no se desvíen de su guión antiarbitral, que no reconozcan que el rival, sencillamente, jugó mejor, o tuvo un mejor planteamiento. Cuando Iker Casillas, el capitán de la selección española, llamó a Xavi Hernández, compañero de la selección y jugador del Barça, para hacer las paces, Mourinho lo castigó con un partido en el banquillo.
Siempre hay conspiraciones contra él, provengan estas de los árbitros, de equipos rivales, de la prensa, de sectores dentro de su propio club, sin excluir a los jugadores.
Rodeado de gente, según él lo percibe, que lo quiere destruir, habrá visto cierta justificación (nunca pidió perdón) por la gran grosería por la que su estancia en el Real Madrid será siempre recordada: el dedo que le metió en el ojo a Tito Vilanova, el asistente del entrenador del Barcelona, Pep Guardiola, el verano pasado, tras caer derrotado en la Supercopa española. Lo más reciente, lo que desató la bronca en el Bernabéu, la alineación ultradefensiva -algunos dijeron "cobarde"- y la actitud destructora que acabó en derrota en casa contra el Barcelona. La imagen de ese partido fue el pisotón de Pepe, el soldado más fiel a la letra y el espíritu de Mourinho, en la mano de Leo Messi. Ante las críticas, Mourinho respondió como hizo hace un año, cuando hubo un momento en el que parecía que no se estaba saliendo con la suya: deslizó que podría abandonar el club, lo que provocó que Alfredo Relaño, director del diario As y entre los periodistas que más duros han sido con Mourinho en la última semana, escribiera que el portugués tenía "vocación de Schettino" (el capitán del barco que se hundió en la costa italiana la semana pasada.)
Es casi inevitable concluir que el motivo por el cual Mourinho cae tan mal entre tantos españoles (y más y más en el resto del mundo, ya que el Real Madrid es un fenómeno global) es que combina dos cualidades poco admirables en un ser humano: la inmadurez de un adolescente complicado con la intolerancia y la exigencia de lealtad absoluta de un dictador militar. Decía precisamente esto sobre Mourinho un conocido personaje del fútbol español en una conversación esta semana. Lo que le caracteriza, agregó, es un egocentrismo tan total que le da igual que el equipo a su mando sea el Madrid, el Chelsea, el Oporto o el Inter con tal de crear ejércitos en cuyos triunfos él se pueda vanagloriar; el fútbol es su escenario, pero no da ninguna sensación de amar el deporte en sí, como manifiestamente lo aman rivales suyos como Guardiola, o Alex Ferguson (del Manchester United), o Jorge Valdano. Lo suyo igual podría haber sido el béisbol, la banca o la política. Sería una traición mencionar el nombre del conocido personaje que citamos, pero tampoco es tan descabellada, o incluso tan especialmente aguda, su opinión. En realidad, es tan difícil de refutar como el brillante palmarés profesional del que Mourinho goza.
Como suele ser el caso en los adolescentes difíciles y los dictadores, el personaje que Mourinho expone al público (¿quién sabe, repetimos, cómo es en casa o con sus mejores amigos?) parece carecer de inteligencia emocional. Todos metemos la pata de vez en cuando, insultando al prójimo sin necesariamente querer hacerlo, delatando nuestras inseguridades o vanidades. Cuando lo recordamos, lo normal es ruborizarse y prometernos a nosotros mismos que no se va a repetir. Mourinho mete la pata una y otra vez, cayendo en el ridículo o el oprobio sin arrepentirse o siquiera, aparentemente, darse cuenta. No siente ninguna necesidad de corregir su comportamiento y, como carece de una figura paterna que le reprenda (más bien, es un adolescente consentido), lo sigue haciendo.
La notoriedad y el éxito le han devorado, y los únicos en España que han intentado cerrar los ojos a esta obviedad han sido los aficionados -aunque no todos, porque algunos siempre se sintieron molestos con él- del Real Madrid. Ahora, muchos que estaban dispuestos a darle el beneficio de la duda ya son incapaces de hacerlo. Hoy ya no genera tanta división como antes: hoy lo que hay es más bien un repudio generalizado. Con una notable excepción: el núcleo duro representado por el grupo conocido como los Ultra Sur, que aplaude el ojo en el dedo, que corea su nombre cuando los demás le pitan, que es incondicional en su lealtad al líder máximo y cuyas tendencias políticas, como es bien sabido, son -curiosa casualidad- de corte fascista.
Ahora, una de las grandes verdades del fútbol es que el estado de ánimo del aficionado puede cambiar de un día para otro. El Real Madrid cayó eliminado de la Copa del Rey tras un empate con el Barcelona en el Camp Nou esta semana, pero cayó con nobleza, mereciendo ganar. En el campo. Porque, una hora después del partido, Mourinho fue incapaz, una vez más, de controlar al Mr. Hyde que lleva dentro y en el parking del Camp Nou le dijo de todo al árbitro del partido. "Artista, jodes a los que trabajan", fueron sus palabras textuales. "No respetas a los profesionales serios. Ahora te vas a fumar un puro y te reirás, sinvergüenza".
O sea, el entrenador transformado en hooligan. Lo curioso es que el gran partido que acababan de hacer sus jugadores podría marcar una nueva etapa para el equipo, podría haber acabado con el complejo que Mourinho arrastra desde aquel lacerante 5-0 en el primer encuentro entre los dos grandes rivales. Quizá sí se quite el complejo y acabe ganando no solo la Liga española, sino que triunfe también en la Liga de Campeones. Puede que vuelva a consagrarse como un ganador sin parangón. Pero la pregunta que se deben de estar haciendo algunos madridistas es si los trofeos -e incluso la posibilidad de sumar victorias contra el Barcelona- tienen más valor que la imagen que proyecta al mundo y el ejemplo que da a los niños un club que tiene como bandera y buque insignia a un personaje como José Mourinho. Por más que quiera a su perro.
JOHN CARLIN es periodista inglés
El técnico del Real Madrid lo tiene todo para ser dichoso y universalmente admirado, pero se complica la vida. La inmadurez de un adolescente y la intolerancia de un dictador militar sacuden su personalidad, contradictoria y literariamente fascinante. Este es su retrato.
Sus logros en el fútbol son lo de menos. Lo realmente asombroso es cómo en los 20 meses desde que José Mourinho asumió el cargo de entrenador del Real Madrid se ha convertido, de lejos, en el personaje más polémico de España. Posiblemente nadie haya provocado más división -más repulsa o más fanática adhesión- desde tiempos de Franco.
Los cuatro años que vivió en la capital británica, como entrenador del Chelsea, fueron otra cosa. Fue feliz allá. Él mismo lo dijo poco después de marcharse: "El único problema que tuve en Londres fue el incidente con mi perro".
Tuvo su gracia aquel "incidente", pese a que acabó siendo detenido por la policía. Tuvo su gracia porque demostró que Mourinho el padre de familia, a diferencia del personaje que presenta al mundo, tiene su punto de ternura. Según trascendió en la prensa, y él nunca negó esta versión de los hechos, estaba en un evento en el que se premiaba a los mejores jugadores del Chelsea cuando recibió una llamada de casa. Su mujer y dos niños estaban histéricos. Dos policías habían llegado a la puerta y querían llevarse a la mascota familiar. No, no un rottweiler; un diminuto yorkshire terrier, uno de esos perritos de falda peludos, populares entre señoras mayores, cuyos rostros parecen expresar dulce, perpleja -y permanente- sorpresa.
Mourinho salió disparado a casa. Arrebató el perro de las manos de los oficiales de la ley, hubo un forcejeo y el animal, misteriosamente, desapareció. Nunca quedó muy claro si Mourinho lo escondió o si se fugó a la noche londinense. Lo que sí se supo -Scotland Yard lo confirmó- fue que Mourinho fue detenido y llevado a la comisaría. El problema tuvo que ver con las complicadas leyes de cuarentena británicas y con la sospecha que tenía la policía de que el perro había entrado en Inglaterra sin que sus dueños cumpliesen los necesarios requisitos legales. El desenlace del episodio fue que, lejos de provocar la indignación del público inglés, Mourinho quedó como un héroe: defensor de su perro, símbolo en carne y hueso (al menos para los ingleses, grandes amantes de la especie canina) de la unidad y felicidad familiar. Los incondicionales de Mourinho en España (los adeptos al "mourinhismo", palabra incorporada ya al vocabulario español, como si fuera una ideología, o una secta religiosa) habrían sacado una similar conclusión.
Pero hubo otra interpretación posible de aquel incidente londinense, una a la que se predispondría aquel sector de la población española que (el verbo no es ninguna exageración) lo detesta: que Mourinho es tan prepotente y grosero que se considera por encima de cualquier ley, humana o divina; que sus éxitos en el fútbol le han hecho creer que está más allá del bien y del mal. Ahora estos éxitos han sido considerables. No le faltan motivos para sentirse satisfecho consigo mismo. Su trayectoria profesional ha sido estelar, compensando con creces la frustración que sintió en su juventud por no dar la talla como jugador. En menos de 12 años como entrenador ha ganado la máxima competición de clubes mundial, la Liga de Campeones, dos veces; la primera (quizá su hazaña más extraordinaria), con el Oporto en 2004, y la segunda, con el Inter de Milán en 2010, tras vencer al todopoderoso Barcelona en semifinales. Ha ganado la Liga portuguesa, la italiana y, con el Chelsea, la inglesa dos veces. Y ha acumulado varios trofeos importantes más, entre ellos, la Copa del Rey con el Real Madrid la temporada pasada. Hoy está en vías de ganar la Liga española por primera vez, ya que lleva cinco puntos de ventaja sobre el Barcelona, y va viento en popa en la Liga de Campeones. Triunfar a tal nivel de manera tan consistente en tan poco tiempo en el deporte -en el fenómeono de masas- más grande del mundo no es poca cosa. Cuando Florentino Pérez, el presidente del Real Madrid, afirma que es el mejor entrenador del mundo, no es fácil refutarle. Hasta se puede llegar a comprender porque le ha entregado, desde su llegada en mayo de 2010, prácticamente el poder absoluto en el club, o más poder del que había tenido jamás un entrenador del Real Madrid.
Mourinho tiene todo en sus manos -sin excluir un salario básico de 10 millones de euros anuales- para ser una persona dichosa y universalmente admirada. Pero el hombre se complica mucho la vida, o quizá sea víctima de una personalidad Jekyll y Hyde. En casa, con su familia y perro, no hay motivos para dudar de que sea alegre y cariñoso. Pero la cara pública es la de un personaje permanentemente iracundo y resentido que ve enemigos por todos lados. No es paranoia, porque enemigos sí tiene. Pero los tiene en gran medida porque se los ha buscado. Sus declaraciones, e incluso sus gestos, parecerían estar sistemáticamente diseñadas para generar antipatía en un amplio sector de la población. El otro sector, el que está con él, le adula en buena medida por el antagonismo que ha generado en los demás. Uno o está con él o contra él, y si está con él, con toda seguridad va a ser un aficionado del Real Madrid. Lo interesante y novedoso de lo que está ocurriendo ahora es que el mourinhismo está perdiendo adeptos. La fe se diluye. Por primera vez, el fin de semana pasado, y pese a que su equipo jugó bien y ganó por goleada, fue pitado por un amplio sector del estadio Bernabéu. La prensa deportiva madrileña, que vive de las ventas a los aficionados del Real Madrid, se mostró más crítico con él que nunca, en algunos casos sugiriendo que quizá se acercaba el momento de decirle adiós.
¿Cómo se explica? Principalmente, por la monumental prioridad que la afición madridista le otorga a la rivalidad con el Barcelona. Se fichó a Mourinho ante todo para que bajara al campeón de casi todo de su pedestal, pero lo que pasó la semana pasada -el desencadenante del enfado sin precedentes que provocó- fue que, una vez más (de los 10 partidos que los ha enfrentado desde la llegada de Mourinho, el Madrid solo ha ganado uno), el equipo catalán triunfó. Nada nuevo ahí, pero lo que inflamó a la afición fue la manera -y las maneras- con la que se perdió. Fue, en resumen, la gota que colmó el vaso. Porque lo que se entiende ahora con más claridad que nunca es que hacía ya tiempo que muchos aficionados del Real Madrid albergaban dudas sobre su entrenador, sobre su estilo de juego y su forma de ser.
Ha habido como consecuencia un inesperado acercamiento entre los antimourinhistas y los que, por un sentimiento de lealtad o por no querer dañar a su equipo, decían apoyarle. Hubo muchas "gotas" acumuladas antes de la semana pasada, muchas que aquellos madridistas apegados a aquel concepto de "señorío" con el que se gusta identificar al club se vieron obligados a tragar. Las raíces del problema se pueden trazar a la derrota del Madrid por 5 a 0 contra el Barcelona en su primer encuentro de la era Mourinho. Fue a partir de ahí que Mr. Hyde se destapó.
Las primeras señales se detectaron en los malos tratos hacia determinados individuos, como su antecesor en el Madrid, Manuel Pellegrini, cuando declaró que nunca trabajaría en un club como al que se había traspasado, el Málaga (de paso, insultó a toda una ciudad); como Manolo Preciado, el españolísimo y muy querido entrenador del Sporting de Gijón, que respondió que Mourinho era "un canalla"; y, lo peor, Jorge Valdano, el director general del Real Madrid, antiguo jugador y entrenador del equipo y además campeón del mundo con Argentina, al que despreció y humilló sin ningún disimulo (¿no podría haber librado su batalla personal en privado?) hasta que logró echarle del club.
Y luego, los berrinches. Muchas de las ruedas de prensa de Mourinho han sido como sesiones públicas de psicoanálisis en las que descarga sus agravios contra el mundo, contra el destino o, por decirlo de otra manera, contra los árbitros o los jugadores rivales. Con la ceguera de un fundamentalista, es incapaz de reconocer que existen argumentos en su contra, que los árbitros se equivocan con el Barcelona tanto como con el Real Madrid, que si algún jugador rival finge, los suyos a veces fingen también. Su "¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?" la temporada pasada tras caer derrotado en la Liga de Campeones contra el Barcelona pasará a la historia, el equivalente futbolero al clamor de un Camus o un Sartre contra la apatía del universo, o la de un creyente dolido contra la injusticia divina.
Después ha habido un sinfín de filtraciones del vestuario, nunca negadas, alegando todo tipo de pugnas internas, de antagonismos entre los españoles de la plantilla y los demás, de órdenes que ha dado Mourinho a los jugadores de que en sus declaraciones a la prensa no se desvíen de su guión antiarbitral, que no reconozcan que el rival, sencillamente, jugó mejor, o tuvo un mejor planteamiento. Cuando Iker Casillas, el capitán de la selección española, llamó a Xavi Hernández, compañero de la selección y jugador del Barça, para hacer las paces, Mourinho lo castigó con un partido en el banquillo.
Siempre hay conspiraciones contra él, provengan estas de los árbitros, de equipos rivales, de la prensa, de sectores dentro de su propio club, sin excluir a los jugadores.
Rodeado de gente, según él lo percibe, que lo quiere destruir, habrá visto cierta justificación (nunca pidió perdón) por la gran grosería por la que su estancia en el Real Madrid será siempre recordada: el dedo que le metió en el ojo a Tito Vilanova, el asistente del entrenador del Barcelona, Pep Guardiola, el verano pasado, tras caer derrotado en la Supercopa española. Lo más reciente, lo que desató la bronca en el Bernabéu, la alineación ultradefensiva -algunos dijeron "cobarde"- y la actitud destructora que acabó en derrota en casa contra el Barcelona. La imagen de ese partido fue el pisotón de Pepe, el soldado más fiel a la letra y el espíritu de Mourinho, en la mano de Leo Messi. Ante las críticas, Mourinho respondió como hizo hace un año, cuando hubo un momento en el que parecía que no se estaba saliendo con la suya: deslizó que podría abandonar el club, lo que provocó que Alfredo Relaño, director del diario As y entre los periodistas que más duros han sido con Mourinho en la última semana, escribiera que el portugués tenía "vocación de Schettino" (el capitán del barco que se hundió en la costa italiana la semana pasada.)
Es casi inevitable concluir que el motivo por el cual Mourinho cae tan mal entre tantos españoles (y más y más en el resto del mundo, ya que el Real Madrid es un fenómeno global) es que combina dos cualidades poco admirables en un ser humano: la inmadurez de un adolescente complicado con la intolerancia y la exigencia de lealtad absoluta de un dictador militar. Decía precisamente esto sobre Mourinho un conocido personaje del fútbol español en una conversación esta semana. Lo que le caracteriza, agregó, es un egocentrismo tan total que le da igual que el equipo a su mando sea el Madrid, el Chelsea, el Oporto o el Inter con tal de crear ejércitos en cuyos triunfos él se pueda vanagloriar; el fútbol es su escenario, pero no da ninguna sensación de amar el deporte en sí, como manifiestamente lo aman rivales suyos como Guardiola, o Alex Ferguson (del Manchester United), o Jorge Valdano. Lo suyo igual podría haber sido el béisbol, la banca o la política. Sería una traición mencionar el nombre del conocido personaje que citamos, pero tampoco es tan descabellada, o incluso tan especialmente aguda, su opinión. En realidad, es tan difícil de refutar como el brillante palmarés profesional del que Mourinho goza.
Como suele ser el caso en los adolescentes difíciles y los dictadores, el personaje que Mourinho expone al público (¿quién sabe, repetimos, cómo es en casa o con sus mejores amigos?) parece carecer de inteligencia emocional. Todos metemos la pata de vez en cuando, insultando al prójimo sin necesariamente querer hacerlo, delatando nuestras inseguridades o vanidades. Cuando lo recordamos, lo normal es ruborizarse y prometernos a nosotros mismos que no se va a repetir. Mourinho mete la pata una y otra vez, cayendo en el ridículo o el oprobio sin arrepentirse o siquiera, aparentemente, darse cuenta. No siente ninguna necesidad de corregir su comportamiento y, como carece de una figura paterna que le reprenda (más bien, es un adolescente consentido), lo sigue haciendo.
La notoriedad y el éxito le han devorado, y los únicos en España que han intentado cerrar los ojos a esta obviedad han sido los aficionados -aunque no todos, porque algunos siempre se sintieron molestos con él- del Real Madrid. Ahora, muchos que estaban dispuestos a darle el beneficio de la duda ya son incapaces de hacerlo. Hoy ya no genera tanta división como antes: hoy lo que hay es más bien un repudio generalizado. Con una notable excepción: el núcleo duro representado por el grupo conocido como los Ultra Sur, que aplaude el ojo en el dedo, que corea su nombre cuando los demás le pitan, que es incondicional en su lealtad al líder máximo y cuyas tendencias políticas, como es bien sabido, son -curiosa casualidad- de corte fascista.
Ahora, una de las grandes verdades del fútbol es que el estado de ánimo del aficionado puede cambiar de un día para otro. El Real Madrid cayó eliminado de la Copa del Rey tras un empate con el Barcelona en el Camp Nou esta semana, pero cayó con nobleza, mereciendo ganar. En el campo. Porque, una hora después del partido, Mourinho fue incapaz, una vez más, de controlar al Mr. Hyde que lleva dentro y en el parking del Camp Nou le dijo de todo al árbitro del partido. "Artista, jodes a los que trabajan", fueron sus palabras textuales. "No respetas a los profesionales serios. Ahora te vas a fumar un puro y te reirás, sinvergüenza".
O sea, el entrenador transformado en hooligan. Lo curioso es que el gran partido que acababan de hacer sus jugadores podría marcar una nueva etapa para el equipo, podría haber acabado con el complejo que Mourinho arrastra desde aquel lacerante 5-0 en el primer encuentro entre los dos grandes rivales. Quizá sí se quite el complejo y acabe ganando no solo la Liga española, sino que triunfe también en la Liga de Campeones. Puede que vuelva a consagrarse como un ganador sin parangón. Pero la pregunta que se deben de estar haciendo algunos madridistas es si los trofeos -e incluso la posibilidad de sumar victorias contra el Barcelona- tienen más valor que la imagen que proyecta al mundo y el ejemplo que da a los niños un club que tiene como bandera y buque insignia a un personaje como José Mourinho. Por más que quiera a su perro.
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