Lágrimas de un Presidente
Por José Manuel Ortiz Benitez
El Caserío El Mozote sigue siendo un escenario complicado para muchos salvadoreños. Unos lo toman como un precio de guerra que hay que asumir y olvidar y otros lo toman como el peor exterminio de vidas humanas en la historia moderna latinoamericana que el pueblo salvadoreño nunca debe olvidar.
El cielo luce limpio y un zopilote solitario sobrevuela la ladera en busca de carne muerta. Allá en la lejanía, se vislumbra un grupito familiar que avanza por el sendero a paso de hormiga. La vegetación es espesa y en el fondo se escucha el canto de un gallo nauseabundo. No hay aire, solo hay calor, muchedumbre y mucha expectación.
Son las nueve de la mañana y la vida aquí en El Mozote hoy tiene un significado especial. Todos los accesos están custodiados por agentes de la PNC y efectivos especiales de la Fuerza Armada. Se ha improvisado un helipuerto de aterrizaje múltiple a 4 kilómetros de aquí, al otro lado de la montaña. La gente de estas comunidades espera que aquí hoy ocurra algo para la posteridad.
“Va a ser difícil llegar hasta arriba, hay que estacionar aquí y seguir a pata” me anuncia uno de los acompañantes.
La distancia a pata fue de apróximamente 3 kilómetros de empedrado, pavimento y polvareda, en la que nos encontramos mucho tráfico de gente humilde vestida de rojo, caminando cuesta arriba al lado de un desfile interminable de Landcruisers blindados del Estado salvadoreño y del cuerpo diplomático.
Pasamos por delante de la gente que hacía cola y nos saltamos el primer cacheo. Al llegar al segundo control, volvimos a hacer lo mismo. Al tercer control, fue imposible. Había que ser miembro del Gabinete, de la Asamblea Legislativa, del Parlamento Centroamericano, de la Corte Suprema de Justicia o tener un cargo de alto rango en el entramado institucional.
“Ustedes no pueden ingresar. Este espacio está reservado para invitados especiales y altos funcionarios del gobierno” nos soltó en la cara una señorita de Casa Presidencial, que estaba sofocando una auténtica avalancha humana.
“Él si puede pasar” dijo la señorita de traje oscuro.
Al acompañante de más altura institucional le sobresalía la cabeza entre el resto de los funcionarios, quienes disfrutaban tranquilamente de la sombra y del espacio reservado. A nosotros, no nos quedó de otra que aguantar la espesa condensación colectiva bajo el sol.
Durante 10 minutos, soportamos la presión humana sin poder avanzar hacia ningún lado, hasta que alguien nos rescató de la muchedumbre y de la cólera del sol. Dentro se respiraba otro ambiente, siempre bajo la tremenda expectación.
Desde la primera fila, pude observar que, a pesar de las invitaciones oficiales, no había presencia de ninguna figura de proyección nacional que no fuera del FMLN, de ONGs, o de embajadas y organismos “amigos” de los derechos humanos.
Hubo una ausencia generalizada de la otra parte de la población, de la clase históricamente más poderosa del país.
“Ellos tienen sus razones para no estar aquí hoy” me dice un joven de nacionalidad francesa. “Yo estoy aquí por invitación de un gobernador” continuó el muchacho de Lyon.
“Lo acontecido aquí, hace más de 30 años, fue una medida de diseño de alta precisión” razona François, con un tono parisino muy abultado.
“Ahí se instalaron con sendas metralletas” me sopla en la oreja un lugareño de la comunidad, sentado detrás del francés.
Al contrario que François, don Porfirio tiene el rostro curtido, la mirada gacha, parece un hombre infeliz.
Don Porfirio dice que se siente perseguido por muchos fantasmas, entre ellos el recuerdo, pero que quiere perdonar. El problema, dice él, es que no sabe a quién.
“Hasta la Navidad de 1981, nunca antes el Estado salvadoreño había invertido tantos recursos en la zona de El Mozote como en la exterminación de sus propios pobladores” llora don Porfirio, debajo de su sombrero de paja.
Aquella mañana de 1981, el General Domingo Monterrosa Barrios –un tipo de maneras exactas, extremadamente táctico, un gran patriota salvadoreño– optó por defender los ideales de su patria, sin importarle el precio ni las consecuencias. “Los mato a todos”, resume don Porfirio viendo el altar de las víctimas.
La orden fue sencilla como le gustaba al General. El 10, 11 y 12 de diciembre de 1981 se llevó acabo en este caserío y sus comunidades colindantes una operación militar de alto nivel bautizada como Tierra Arrasada.
En Tierra Arrasada no había blancos militares. Únicamente hubo exterminación de personas pobres, desnutridas y desalmadas.
Es un hecho objetivo, una realidad dolorosa que nos conmueve e igualmente nos separa. Así somos de desgraciados los salvadoreños.
Entramos a las 11: 30, la comunidad y los invitados están a la expectativa, doña Maria Dorila Marques, representante de la víctimas, sigue inmersa en un mar de lágrimas, en lo alto, el zopilote sigue en busca de su porción diaria de carroña, CNN Internacional continúa con la señal en vivo y en directo para todo el planeta, el Presidente de la República alarga la pausa.
“Por esa masacre, por las aberrantes violaciones de los derechos humanos y por los abusos perpetrados, en nombre del Estado salvadoreño, pido perdón a las familias de las víctimas”, exclamó el presidente Funes roto en lágrimas, en el centro de la plaza del caserío de El Mozote, al lado de los nombres grabados en bronce de todos los masacrados, a las 11:32 de la mañana el día de 16 de enero de 2012, día en que se celebró el XX Aniversario de la Firma de los Acuerdos de Paz firmado entre el gobierno y la guerrilla salvadoreña.
Con toda la valentía institucional, el Presidente de la República vino aquí a llorar genuinamente ante la tumba de las víctimas y 24 horas después, las consignas “Lágrimas de Cocodrilo” y “Un Oscar para el Presidente” circulaban en toda la red.
¡Hay que joderse!
Otros artículos de este autor Aquí – Jose Manuel Ortiz Benitez es columnista salvadoreño
El Caserío El Mozote sigue siendo un escenario complicado para muchos salvadoreños. Unos lo toman como un precio de guerra que hay que asumir y olvidar y otros lo toman como el peor exterminio de vidas humanas en la historia moderna latinoamericana que el pueblo salvadoreño nunca debe olvidar.
El cielo luce limpio y un zopilote solitario sobrevuela la ladera en busca de carne muerta. Allá en la lejanía, se vislumbra un grupito familiar que avanza por el sendero a paso de hormiga. La vegetación es espesa y en el fondo se escucha el canto de un gallo nauseabundo. No hay aire, solo hay calor, muchedumbre y mucha expectación.
Son las nueve de la mañana y la vida aquí en El Mozote hoy tiene un significado especial. Todos los accesos están custodiados por agentes de la PNC y efectivos especiales de la Fuerza Armada. Se ha improvisado un helipuerto de aterrizaje múltiple a 4 kilómetros de aquí, al otro lado de la montaña. La gente de estas comunidades espera que aquí hoy ocurra algo para la posteridad.
“Va a ser difícil llegar hasta arriba, hay que estacionar aquí y seguir a pata” me anuncia uno de los acompañantes.
La distancia a pata fue de apróximamente 3 kilómetros de empedrado, pavimento y polvareda, en la que nos encontramos mucho tráfico de gente humilde vestida de rojo, caminando cuesta arriba al lado de un desfile interminable de Landcruisers blindados del Estado salvadoreño y del cuerpo diplomático.
Pasamos por delante de la gente que hacía cola y nos saltamos el primer cacheo. Al llegar al segundo control, volvimos a hacer lo mismo. Al tercer control, fue imposible. Había que ser miembro del Gabinete, de la Asamblea Legislativa, del Parlamento Centroamericano, de la Corte Suprema de Justicia o tener un cargo de alto rango en el entramado institucional.
“Ustedes no pueden ingresar. Este espacio está reservado para invitados especiales y altos funcionarios del gobierno” nos soltó en la cara una señorita de Casa Presidencial, que estaba sofocando una auténtica avalancha humana.
“Él si puede pasar” dijo la señorita de traje oscuro.
Al acompañante de más altura institucional le sobresalía la cabeza entre el resto de los funcionarios, quienes disfrutaban tranquilamente de la sombra y del espacio reservado. A nosotros, no nos quedó de otra que aguantar la espesa condensación colectiva bajo el sol.
Durante 10 minutos, soportamos la presión humana sin poder avanzar hacia ningún lado, hasta que alguien nos rescató de la muchedumbre y de la cólera del sol. Dentro se respiraba otro ambiente, siempre bajo la tremenda expectación.
Desde la primera fila, pude observar que, a pesar de las invitaciones oficiales, no había presencia de ninguna figura de proyección nacional que no fuera del FMLN, de ONGs, o de embajadas y organismos “amigos” de los derechos humanos.
Hubo una ausencia generalizada de la otra parte de la población, de la clase históricamente más poderosa del país.
“Ellos tienen sus razones para no estar aquí hoy” me dice un joven de nacionalidad francesa. “Yo estoy aquí por invitación de un gobernador” continuó el muchacho de Lyon.
“Lo acontecido aquí, hace más de 30 años, fue una medida de diseño de alta precisión” razona François, con un tono parisino muy abultado.
“Ahí se instalaron con sendas metralletas” me sopla en la oreja un lugareño de la comunidad, sentado detrás del francés.
Al contrario que François, don Porfirio tiene el rostro curtido, la mirada gacha, parece un hombre infeliz.
Don Porfirio dice que se siente perseguido por muchos fantasmas, entre ellos el recuerdo, pero que quiere perdonar. El problema, dice él, es que no sabe a quién.
“Hasta la Navidad de 1981, nunca antes el Estado salvadoreño había invertido tantos recursos en la zona de El Mozote como en la exterminación de sus propios pobladores” llora don Porfirio, debajo de su sombrero de paja.
Aquella mañana de 1981, el General Domingo Monterrosa Barrios –un tipo de maneras exactas, extremadamente táctico, un gran patriota salvadoreño– optó por defender los ideales de su patria, sin importarle el precio ni las consecuencias. “Los mato a todos”, resume don Porfirio viendo el altar de las víctimas.
La orden fue sencilla como le gustaba al General. El 10, 11 y 12 de diciembre de 1981 se llevó acabo en este caserío y sus comunidades colindantes una operación militar de alto nivel bautizada como Tierra Arrasada.
En Tierra Arrasada no había blancos militares. Únicamente hubo exterminación de personas pobres, desnutridas y desalmadas.
Es un hecho objetivo, una realidad dolorosa que nos conmueve e igualmente nos separa. Así somos de desgraciados los salvadoreños.
Entramos a las 11: 30, la comunidad y los invitados están a la expectativa, doña Maria Dorila Marques, representante de la víctimas, sigue inmersa en un mar de lágrimas, en lo alto, el zopilote sigue en busca de su porción diaria de carroña, CNN Internacional continúa con la señal en vivo y en directo para todo el planeta, el Presidente de la República alarga la pausa.
“Por esa masacre, por las aberrantes violaciones de los derechos humanos y por los abusos perpetrados, en nombre del Estado salvadoreño, pido perdón a las familias de las víctimas”, exclamó el presidente Funes roto en lágrimas, en el centro de la plaza del caserío de El Mozote, al lado de los nombres grabados en bronce de todos los masacrados, a las 11:32 de la mañana el día de 16 de enero de 2012, día en que se celebró el XX Aniversario de la Firma de los Acuerdos de Paz firmado entre el gobierno y la guerrilla salvadoreña.
Con toda la valentía institucional, el Presidente de la República vino aquí a llorar genuinamente ante la tumba de las víctimas y 24 horas después, las consignas “Lágrimas de Cocodrilo” y “Un Oscar para el Presidente” circulaban en toda la red.
¡Hay que joderse!
Otros artículos de este autor Aquí – Jose Manuel Ortiz Benitez es columnista salvadoreño
Ahora solo falta ver quién pedirá perdón en nombre del FMLN por los atropellos cometidos, que no fueron pocos ni menos crueles (¿Empezar una guerra les parece poco? ¿Tan rápido se quedaron sin medios de presión pacíficos o es que la URSS ya les estaba apurando ?).
ReplyDeleteClaro que a algunos culturetas franceses les puede parecer fascinante, a la gente de a pie le importa poco.
Y a la gente de a pie con medio cerebro seguimos esperando una acción similar de parte del FMLN,ya que los tratados pusieron un fin a la guerra sin ganadores (Excepto los guerrilleros efemelenistas que pudieron aspirar a cargos públicos), el pedir perdón por solo una de las partes involucradas es dejar a la otra como héroes, lo que es históricamente incorrecto.
El Presidente fue testigo de toda las violaciones a los derechos humanos ejecutadas por el Ejército, pues fue corresponsal de guerra tanto para la Prensa Nacional como internacional.
ReplyDeletePor ello creo en la autenticidad de sus lágrimas, al recordar todos los hechos crueles se acongojó.
No creo que sea necesario que el FMLN pida perdón a nadie por luchar por los cambios sociales en favor de todos nosotros.
No es lo mismo que hayan matado a militares y asesores gringos, que matar a centares de civiles inocentes, que no empuñaban un arma.
¿Corresponsal de prensa? Vaya papel más pasivo dentro de tremendo escenario.
ReplyDeleteSr Anónimo (Patética forma de expresar su opinión), ¿Los asesores de la URSS tenían la venia divina, o que poder les dio derecho de inmiscuirse en este país? ¿Cuáles desarmados, si precisamente había guerrillas? ¿Y las matanzas manos de la guerrilla?