Acuerdos de Paz en Los Angeles
Por Jose Manuel Ortiz Benitez
El pájaro de la guara se elevó desde el pacífico salvadoreño para sumergirse, 5 horas después, en una imagen nocturna y vertical en la otra punta del pacífico y, de pronto, vimos un manto horizontal de luces desde una de sus alas.
El valle de San Bernardino es inmenso. Es infinito.
La cabeza de un señor de 40 años se mueve de izquierda a derecha, buscando una maleta que no aparece. Una señora de uniforme la encuentra, cuatro filas más atrás.
El problema en California es que son muchos, muchos inmigrantes, suena por los parlantes de una radio local.
Una fuerza desarmada, blanca de paces intemporales, se ha detenido durante unos instantes en la ciudad azacanada y babélica. En el fondo, una imagen de gran tamaño de Drew Barrymore se impone, anunciando las virtudes de la alta perfumería.
No hay guardias de seguridad en las esquinas. La gente parece feliz, la ciudad mecánica.
Yo soy Peter, dice un joven de descendencia salvadoreña, en el Faculty Club.
Duayne es amigo de Peter. Ninguno cree en la discriminación. Sus padres sí.
Conversación con Johnson: una “jerarquía inerme” y un presidente de otra raza que no convence.
Que hablen otros de la trascendencia histórica, del poder y del alcance de la dialéctica de aquel joven católico, armado de sonrisa y valor, llamado Kennedy y del sucesor del anciano bonancible que fue Juan Pablo II.
Una mujer de más de 40 años de edad, con un libro entre sus manos, viajaba en el pájaro de la guara. Su misión: hablar de paz.
Llegó a la hora convenida. Levantó su mano izquierda y dijo, ante la espesa audiencia, que los cambios que ha iniciado su marido son cualquier cosa, excepto “irreversibles.”
El mundo espera y busca la paz, necesita la paz, pide paz.
Un Pontífice dijo que El Salvador, algún día, alcanzaría la Paz.
Son las 4:45 de la mañana. La ciudad de Los Angeles bostece. El pájaro de la guara se levanta.
Una madre soltera deportada dice a su acompañante, "volvemos a casa."
Otros artículos de esta autor Aquí – Jose Manuel Ortiz Benitez es columnista salvadoreño
El pájaro de la guara se elevó desde el pacífico salvadoreño para sumergirse, 5 horas después, en una imagen nocturna y vertical en la otra punta del pacífico y, de pronto, vimos un manto horizontal de luces desde una de sus alas.
El valle de San Bernardino es inmenso. Es infinito.
La cabeza de un señor de 40 años se mueve de izquierda a derecha, buscando una maleta que no aparece. Una señora de uniforme la encuentra, cuatro filas más atrás.
El problema en California es que son muchos, muchos inmigrantes, suena por los parlantes de una radio local.
Una fuerza desarmada, blanca de paces intemporales, se ha detenido durante unos instantes en la ciudad azacanada y babélica. En el fondo, una imagen de gran tamaño de Drew Barrymore se impone, anunciando las virtudes de la alta perfumería.
No hay guardias de seguridad en las esquinas. La gente parece feliz, la ciudad mecánica.
Yo soy Peter, dice un joven de descendencia salvadoreña, en el Faculty Club.
Duayne es amigo de Peter. Ninguno cree en la discriminación. Sus padres sí.
Conversación con Johnson: una “jerarquía inerme” y un presidente de otra raza que no convence.
Que hablen otros de la trascendencia histórica, del poder y del alcance de la dialéctica de aquel joven católico, armado de sonrisa y valor, llamado Kennedy y del sucesor del anciano bonancible que fue Juan Pablo II.
Una mujer de más de 40 años de edad, con un libro entre sus manos, viajaba en el pájaro de la guara. Su misión: hablar de paz.
Llegó a la hora convenida. Levantó su mano izquierda y dijo, ante la espesa audiencia, que los cambios que ha iniciado su marido son cualquier cosa, excepto “irreversibles.”
El mundo espera y busca la paz, necesita la paz, pide paz.
Un Pontífice dijo que El Salvador, algún día, alcanzaría la Paz.
Son las 4:45 de la mañana. La ciudad de Los Angeles bostece. El pájaro de la guara se levanta.
Una madre soltera deportada dice a su acompañante, "volvemos a casa."
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