Psique del Corrupto Por José Manuel Ortiz Benítez
Hace 12 meses, la Corte Suprema de Justicia decidió desenvainar el machete y mocharle un dedo a la corrupción en El Salvador. El Nuevo Fiscal General de la República también desenvainó su sable, y ahora parece que son dos las instituciones en guerra contra los corruptos.
“Como mecanismo de disuasión y a modo de reparación ciudadana, al corrupto hay que sentenciarlo y permitir que cada ciudadano le administre dos latigazos en la espalda en la plaza pública, y después meterlo al calabozo a que cumpla su sentencia” propone muy seriamente mi estimado tocayo Don Manuel en un arranque de histeria, promovido por las noticias que está monitoreando en los telediarios estos días.
Infiel a ideologías, la corrupción es una dama sutil, cautelosa, discreta, altamente venenosa para el interés de la colectividad.
La corrupción no se obvia con faltantes fácilmente detectables en una caja de tesorería o en una cuenta fiduciaria de una dependencia del estado. Al contrario, la corrupción se oculta sigilosamente bajo formas misteriosas para no dejar pistas, ni rastros a quienes la buscan. Puede venir bajo la forma de despido de un auditor interno que pone en entredicho la honestidad del jefe superior, puede venir como soborno en un sobre anónimo, como pago a un tercero por alguna licitación amañada, como un viaje gratis para dos a Paris o Nueva York, o puede venir en forma de invitación a volar en un jet privado hacia alguna isla de arena blanca en el Caribe.
Puede haber corrupción masiva, sin haber faltante en ningún lado, este es uno de los objetivos del corrupto: ocultar las evidencias y borrar rastros y cuando se juzga el caso, al igual que en un homicidio sin la aparición del arma, el involucrado puede recurrir como defensa al reclamo del faltante.
En la operación anticorrupción que se libra en El Salvador, al igual que el carterista de barrio, el corrupto intercepta el botín, salta el muro y barajusta calle abajo en busca del atajo que lo lleve hasta un lugar seguro, pero esta vez, en la guinda, el fiscal asignado corre tras él. El corrupto dobla en la esquina sobre el callejón y, con el aliento del fiscal encima de la nuca, tropieza y cae.
Una vez aprehendido, el corrupto no confesará su delito, nunca aceptará haber cometido ningún acto de corrupción. Se siente inocente como una blanca paloma en un palomar. Su primera reacción será que hay alguna “confabulación” en su contra para desprestigiar su imagen y su gestión.
Por muy claras y contundentes que sean las pruebas, el corrupto negará las evidencias, rechazará los hechos, y siempre respirará el aire de su inocencia y creerá concienzudamente que el mundo conspira contra él.
El corrupto dará una versión sólida sobre su gestión y alegará ser víctima de alguna persecución política de parte de sus adversarios. En el psique del corrupto, no existe prueba válida contra él, solo un complot, un complot cuidadosamente diseñado por sus enemigos para hacerlo caer.
El corrupto alegará envidia, odio, desquite, engaño, trampa, deslealtad. Pedirá públicamente que se le acuse, por todos los pecados del mundo, excepto por haber cometido algún acto ilícito. El corrupto denunciará que ha habido vicios en el proceso, rechazará el sistema de justicia que le imputa los cargos y denunciará las profundas violaciones de sus derechos como ciudadano.
El corrupto acusará a los medios de dar noticias falsas y tendenciosas y repetirá una y otra vez que tiene la “conciencia tranquila.”
El corrupto llegará a la casa por la noche y dirá a su mujer, que no se preocupe, que tiene todo bajo control, porque es totalmente inocente de los cargos que se le acusa. Por la mañana, el corrupto restará peso a la alarma de sus suegros y cuñados, y les pedirá una vez más que depositen en él un último voto de confianza para esclarecer el caso.
El corrupto dirá a sus hijos que todo saldrá bien, porque él ha obrado bien, que son los demás los que están obrando mal en contra de él y de su familia.
El corrupto arremeterá contra jueces, fiscales, testigos, periodistas, comentaristas, ex colaboradores y todo aquel amigo que crea en las evidencias del caso para apuntalar a cualquier precio su inocencia.
En su tozudez, el corrupto no acepta que a lo mejor se equivocó y no asume que probablemente su inocencia solo es un espejismo fluctuando en el líquido al interior de su cerebro, como producto del trastorno psíquico y emocional que le ha causado el caso a su sistema nervioso.
José Manuel Ortiz Benítez es columnista salvadoreño en la ciudad de Washington, DC.
“Como mecanismo de disuasión y a modo de reparación ciudadana, al corrupto hay que sentenciarlo y permitir que cada ciudadano le administre dos latigazos en la espalda en la plaza pública, y después meterlo al calabozo a que cumpla su sentencia” propone muy seriamente mi estimado tocayo Don Manuel en un arranque de histeria, promovido por las noticias que está monitoreando en los telediarios estos días.
Infiel a ideologías, la corrupción es una dama sutil, cautelosa, discreta, altamente venenosa para el interés de la colectividad.
La corrupción no se obvia con faltantes fácilmente detectables en una caja de tesorería o en una cuenta fiduciaria de una dependencia del estado. Al contrario, la corrupción se oculta sigilosamente bajo formas misteriosas para no dejar pistas, ni rastros a quienes la buscan. Puede venir bajo la forma de despido de un auditor interno que pone en entredicho la honestidad del jefe superior, puede venir como soborno en un sobre anónimo, como pago a un tercero por alguna licitación amañada, como un viaje gratis para dos a Paris o Nueva York, o puede venir en forma de invitación a volar en un jet privado hacia alguna isla de arena blanca en el Caribe.
Puede haber corrupción masiva, sin haber faltante en ningún lado, este es uno de los objetivos del corrupto: ocultar las evidencias y borrar rastros y cuando se juzga el caso, al igual que en un homicidio sin la aparición del arma, el involucrado puede recurrir como defensa al reclamo del faltante.
En la operación anticorrupción que se libra en El Salvador, al igual que el carterista de barrio, el corrupto intercepta el botín, salta el muro y barajusta calle abajo en busca del atajo que lo lleve hasta un lugar seguro, pero esta vez, en la guinda, el fiscal asignado corre tras él. El corrupto dobla en la esquina sobre el callejón y, con el aliento del fiscal encima de la nuca, tropieza y cae.
Una vez aprehendido, el corrupto no confesará su delito, nunca aceptará haber cometido ningún acto de corrupción. Se siente inocente como una blanca paloma en un palomar. Su primera reacción será que hay alguna “confabulación” en su contra para desprestigiar su imagen y su gestión.
Por muy claras y contundentes que sean las pruebas, el corrupto negará las evidencias, rechazará los hechos, y siempre respirará el aire de su inocencia y creerá concienzudamente que el mundo conspira contra él.
El corrupto dará una versión sólida sobre su gestión y alegará ser víctima de alguna persecución política de parte de sus adversarios. En el psique del corrupto, no existe prueba válida contra él, solo un complot, un complot cuidadosamente diseñado por sus enemigos para hacerlo caer.
El corrupto alegará envidia, odio, desquite, engaño, trampa, deslealtad. Pedirá públicamente que se le acuse, por todos los pecados del mundo, excepto por haber cometido algún acto ilícito. El corrupto denunciará que ha habido vicios en el proceso, rechazará el sistema de justicia que le imputa los cargos y denunciará las profundas violaciones de sus derechos como ciudadano.
El corrupto acusará a los medios de dar noticias falsas y tendenciosas y repetirá una y otra vez que tiene la “conciencia tranquila.”
El corrupto llegará a la casa por la noche y dirá a su mujer, que no se preocupe, que tiene todo bajo control, porque es totalmente inocente de los cargos que se le acusa. Por la mañana, el corrupto restará peso a la alarma de sus suegros y cuñados, y les pedirá una vez más que depositen en él un último voto de confianza para esclarecer el caso.
El corrupto dirá a sus hijos que todo saldrá bien, porque él ha obrado bien, que son los demás los que están obrando mal en contra de él y de su familia.
El corrupto arremeterá contra jueces, fiscales, testigos, periodistas, comentaristas, ex colaboradores y todo aquel amigo que crea en las evidencias del caso para apuntalar a cualquier precio su inocencia.
En su tozudez, el corrupto no acepta que a lo mejor se equivocó y no asume que probablemente su inocencia solo es un espejismo fluctuando en el líquido al interior de su cerebro, como producto del trastorno psíquico y emocional que le ha causado el caso a su sistema nervioso.
José Manuel Ortiz Benítez es columnista salvadoreño en la ciudad de Washington, DC.
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