El Código Trump
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Donald Trump en el Despacho Oval |
Por Sergio Servellón*
Luego del ataque realizado por Trump a Siria, han corrido ríos de tinta desmenuzando sus intenciones y el tipo de mensajes que ha querido enviar adheridos a sus 59 Tomahawks. Entrando al meollo de este complejo asunto es muy difícil abarcar la totalidad interpretativa de las acciones y decisiones de Trump debido a que se salen del marco de la política tradicional, tal como la conocemos desde que se acuñó en occidente el concepto de la “realpolitik”. Nuestra perplejidad conceptual nos hace, provisionalmente, pensar en un matiz diferente en cuanto a lo que ha sido en llamar “los mensajes enviados” y sus supuestos destinatarios a través de una acción militar.
En primer lugar y para desarrollar nuestra interpretación, debemos cambiar la percepción (en el caso de Trump) de la política de Estado a las formas de administración empresarial de las multinacionales. Esto significaría, a nuestro entender, que Trump concibe a su Gabinete como un consejo de administración empresarial y que, el Estado no es un concepto jurídico-político sino que los EEUU son un consorcio empresarial en el cual, sus votantes se constituyen en los accionistas de dicho consorcio. Por tanto, su primer mensaje no es, en primer lugar, a Washington sino a sus votantes accionariales.
El mensaje a Washington (Senado, Cámara y establishment) se desplaza a un segundo plano una vez que ha satisfecho las expectativas (cumplimiento de las promesas electorales) pues ese Washington, debe entender que si el electorado (accionariado) apoya al gran empresario jefe, la perspectiva de las próximas elecciones de recambio legislativo depende de ese caudal de votos y en tal caso, el mensaje ya no es tal, sino que se convierte en advertencia.
En segundo lugar, la manera de gestionar la administración se vuelve vertical y decisoria, haciendo caso omiso del sistema de contrapoderes clásicos de los EEUU; solamente así podemos explicarnos su manera de gestionar (difícil es decir gobernar) a través de decretos ejecutivos y cambiando sus gabinetes a voluntad, como un empresario hace con sus gerentes y empleados.
Luego, hay un componente psicológico narcisista, clásico del dueño de una empresa, que hace uso de su única voluntad puesto que es de su propiedad. El éxito de su quehacer solo puede concebirlo de una manera personalizada y no consultiva. Y así le va… hasta ahora. Como los sucesos van más rápido de lo que se escribe hay hechos que ya son cuestión obsoleta; sin embargo, interpretamos que el término “mensaje” de los misiles varía en su versión según el destinatario:
- Acción militar concreta a Siria (no importa la dimensión de daños causados sino el hecho de que lo puede hacer cuando quiera) y de paso, un guiño de complicidad a Israel.
- Advertencia política a Rusia (donde Tyllerson si va, pero luego de los bombardeos. No es cuestión de llegar a improvisar). Naturalmente Rusia no se deja impresionar y responde de tú a tú: si jugar póker quieres, escojamos en cual mesa lo jugamos.
- Mensaje político a China (a quien hace partícipe del ataque en primicia para demostrarle su querencia en lugar de Rusia) e intentando retomar la antigua política de Kissinger y asegurarse de su apoyo en la zona del Pacífico y, faltaría más, para amortiguar la posible tormenta de la deuda externa depositada en los bancos chinos, y como efecto derivado, una provoción:
- Amenaza real a Corea del Norte si no se aviene a las buenas a cesar sus ensayos balísticos. Para esto, usa el señuelo del envío de una flota de peso que aparenta dirigirse a la zona y se desvía a su destino original de maniobras en Australia. El cebo sirve para medir la reacción norcoreana quien, fiel a su estilo, no deja entrever reacciones públicas de relevancia. No obstante, este mismo día, emerge un submarino nuclear entre Japón y Corea del Norte. Casualidades oportunas.
- Mensaje político derivado de esta amenaza, se destina otra a Corea del Sur, Japón y por extensión, a la ASEAN donde también hay armamento nuclear (India, Pakistán y otros ocultos).
En el fondo, el planteamiento de las variantes semánticas de los mensajes es intencionalmente dirigido hacia su propio terreno: a su empresa y accionarios. Deja planetariamente plasmada su voluntad hegemónica frente a aquella expansiva de Rusia pero, realmente, se dirige a lo único que puede permitirle actuar: su caudal electoral y de apoyo social que es lo único que le consentirá (o no) cumplir con lo prometido. Las promesas de mayor empleo y de protección a la producción nacional son miel sobre hojuelas para un sector de la población dispuesta, de manera egoísta, a dejar de lado un “Obamacare” y a soportar mayores recortes sociales a cambio de la esperanza de un empleo por muy precario que éste sea.
Hasta ahora, se trata de gesticulaciones pero que no son a tomar a la ligera. Trump con su concepto de la “sacralización de lo local” (America first) quiere gestionar su país a “toque de corneta” y cuenta con obtener el apoyo unánime del complejo industrial militar a través del gesto de gastar 59 misiles de aparente “low cost” y que promete, a futuro, un incremento de mayor inversión puesto que ya logró el 9% adicional presupuestario de la Defensa.
El “quid” de la cuestión reside en si la “sacralización de lo local” es capaz de fracturar la tradicional independencia de poderes y sobrepasar la voluntad de un Congreso y una Cámara de Representantes que saben que sus escaños estarán en subasta pública a un año y medio vistas. La Justicia se resiste a aceptar los decretos presidenciales, las Cámaras no aprueban el gasto de la construcción del muro y la Prensa, le toma a chacota en cada intervención de sus portavoces. Los llamados “contrapoderes” no tienen la voluntad de ceder su propio protagonismo.
La confrontación está servida y en fase de dirimirse entre dos campos claramente definidos: por un lado, el consorcio Trump con su administración presidencial de lujo (Wall Street y empresariado multinacional) más su accionariado de votantes. Por el otro, una administración tradicional (central, estatal y local) y muy aferrada a sus usos y costumbres (incluidos los servicios de inteligencia), más una variopinta oposición civil e institucional que es el granero de votos de Republicanos y Demócratas.
Un acuerdo transaccional debería suceder para salir del atolladero actual dado que no parece, actualmente, una posibilidad de imposición presidencial como Trump la desea. El “toque de corneta” no hará desfilar obedientes a los ciudadanos, pero si pueden obtemperar egoístamente a cambio de ofertas concretas de beneficio personal. Si esto es así, los “tambores de guerra” no desaparecen del horizonte dado que la guerra es el instrumento económico esencial de crecimiento. Guerra fuera del suelo nacional, claro está.
Como la figura del “empeachment” es actualmente ilusoria, la confrontación entre “la sacralización de lo local” y “la realpolitik tradicional” dará el verdadero mensaje de lo que el consorcio Trump nos depara. Confiamos con bastante desánimo en que no se cumpla el antiguo adagio de “reunión de imanes, oveja muerta”
Sergio Servellón es colaborador de SMPNEWS
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