Trump a la luz de Melville Por Jordi Soler
Escritor Herman Melville |
En el momento en que sus lectores identificaron una de sus novelas, La conjura contra América, con la realidad política que se ha instalado en Washington desde la llegada de Donald Trump, el escritor Philip Roth salió a defenderse, en las páginas de la revista The New Yorker. Dijo que discrepaba de sus lectores, que naturalmente no había sido su intención escribir una novela à clef y además explicó que Lindbergh, el personaje del libro, al margen de sus excesos, era un héroe de la aviación que cruzó el Atlántico en 1927 y que en cambio Donald Trump no es más que “un estafador”, y como lectura para empezar a entender al nuevo presidente propone, en lugar de la suya, una novela de Herman Melville: The Confidence Man (1857).
Donald Trump no lee libros y, sin embargo, los escribe: en 1987 publicó The Art of the Deal, un recetario para el negociante donde nos presenta un interesante concepto, que entonces aplicaba en sus negocios y hoy aplica en su Gobierno: truthful hyperbole, hipérbole veraz, que quiere decir, según sus propias palabras, “una forma inocente de exageración, y una forma muy efectiva de promoción”.
Los personajes de The Confidence Man, la novela de Melville, giran en torno a la hipérbole veraz, van a bordo del Fidèle, un barco que navega el río Misisipi rumbo a Nueva Orleans, el 1 de abril, que en Estados Unidos es el Día de los Inocentes; los personajes van practicando todo tipo de estafas: uno vende acciones de una compañía quebrada, otro pide dinero para una asociación ficticia que se ocupa de viudas y huérfanos, otro vende remedios naturales para curar enfermedades graves, que por supuesto no funcionan.
La hipérbole veraz, esa “forma inocente de exageración” que practica Trump, le permite, además de promocionarse estupendamente, mantener en la opacidad sus flancos más comprometedores; cosa nada sencilla en la era de la transparencia, si no se actúa como uno de los trileros que van a bordo del Fidèle, Misisipi abajo, y que enseñan una cosa con gran despliegue de energía para que permanezca en la sombra lo que no quieren que se descubra.
La opacidad de Trump ganó frente a la transparencia, involuntaria, de su rival. Por haber sido servidora pública Hillary Clinton estuvo sometida a un escrutinio que Donald Trump, por ser un outsider, no tuvo y, muy probablemente, no tendrá. La moraleja es muy dañina: triunfa quien logra mantener intactas sus zonas opacas, y las de él están muy bien escondidas debajo de sus exabruptos misóginos, de sus decretos racistas, de sus proyectos delirantes como el muro fronterizo que está empeñado en construir y un largo etcétera que se multiplica cada semana y que funciona como las distracciones que implementaban los tramposos del barco de la novela de Melville.
Los estafadores que navegan por el Misisipi representan a la sociedad estadounidense que en esa época se asentaba y crecía desplegando un capitalismo salvaje, que no respetaba nada más que su propia expansión y al que estorbaban zarandajas como la conciencia ecológica o la dimensión humana de los indios y de los negros.
En esa época gobernaba Andrew Jackson, un outsider igual que Trump, que llegó a poner en su sitio a la élite política de Washington; además Jackson era rico, racista y lenguaraz y, por si fuera poco, se jactaba de las multitudes que habían acudido el día que tomó posesión del cargo aunque en su caso, a diferencia del de Trump, parece que efectivamente era una notable muchedumbre, pues las crónicas de aquel evento describen a la turba entrando a los salones de la Casa Blanca, y subiéndose, con los zapatos llenos de lodo, a sillas, sillones y mesillas, para poder ver al presidente que acababan de elegir. Pero lo que sabemos de él se lo debemos a los periodistas de la época, que publicaban sus artículos en periódicos de papel que circulaban con una lentitud que diluía sus exabruptos, al contrario de lo que pasa con Trump, cuyas majaderías se expanden instantáneamente desde su cuenta de Twitter.
The Confidence Man fue la última obra que escribió Melville antes de retirarse de la escritura y convertirse, acosado por las deudas, en inspector de aduanas. La novela fue recibida con hostilidad por la crítica de la época, y de sus libros es seguramente el que menos lectores ha tenido. Quizá ahora, 160 años después, Donald Trump, como ya hizo con 1984, de Orwell, logre convertirla en un best seller.
Jordi Soler es escritor
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