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Inconsciencia de los políticos salvadoreños

Salvadorenos protestan en las calles de San Salvador 
Inconsciencia
Por Ronald Portillo*

Sobresueldos, plazas fantasmas, seguros médicos privados, camionetas suntuosas, guardaespaldas, puestos para sus familiares y allegados, partidas secretas, dietas ostentosas… La lista de su traición es tan grande como su doble moral.

El poder corrompe. Los salvadoreños lo tenemos bien claro. Sin importar dónde nos encontremos, hemos sido testigos, o más bien cómplices silenciosos, de cuánto pudren los cargos públicos. Y desde que terminó la guerra civil hemos dejado que ustedes y los de su clase (política) nos pasen encima cuantas veces han querido.

Quizá sea el fardo de represiones por el que nuestra sociedad tuvo que pasar antes y durante el conflicto armado. Quizá sea porque ahora, muy convenientemente para ustedes, leemos en cada pared esa amenaza de “ver, oír y callar”, y sabemos de primera mano que su incumplimiento deriva en sangre derramada. A lo mejor son los callos de tanta traición, porque hemos confiado tantas veces en rostros como los suyos, que un día nos prometieron honestidad y transparencia y al siguiente se engordaban las bolsas con nuestro dinero. Como sea, aunque nos avergonzamos de ustedes, ya no tenemos el valor o las ganas de botarlos. De seguro por eso siguen tan tranquilos y prepotentes.

Así sus banderas, sean rojas, tricolores, verdes, azules, naranjas, blancas o arcoíris, nos han demostrado ser exactamente lo mismo: aves de rapiña que no descansan hasta arrebatarse los puestos entre ustedes mismos para succionar lo que puedan. Derechas, izquierdas y centros han demostrado ser el mismo mal. No les importa otro bienestar más que el suyo. Disfrazan su ambición mencionando a un Dios que no es compatible con sus acciones. Sonríen bonito y se dan golpes de pecho señalando a los otros que quizá solo se les han adelantado un poquito en la tarea de saquear. Dicen vivir para servir al pueblo, pero solo se sirven de él.

Sobresueldos, plazas fantasmas, seguros médicos privados, camionetas suntuosas, guardaespaldas, puestos para sus familiares y allegados, partidas secretas, dietas ostentosas… La lista de su traición es tan grande como su doble moral. ¿No sienten cargo de conciencia? ¿No se han puesto a pensar siquiera un minuto en el daño que provoca su ambición?

El dinero de sus lujos podría usarse para proveer un mejor acceso a la educación para los niños y adolescentes que viven en los lugares más recónditos de nuestro país. Los ancianos abandonados podrían tener un techo y una pensión mínima para no vivir en la miseria y la mendicidad. Podrían desarrollarse programas integrales de educación, de los que de verdad alejen a los niños de la violencia. Más importante aún, ese dinero que ustedes malgastan podría paliar la escasez de tratamientos para pacientes renales del Hospital Rosales. Cada vez que un enfermo muere a causa de la falta de recursos en los hospitales, esa muerte cae sobre sus espaldas. ¿No les pesa?

Mientras ustedes y sus núcleos afectivos disfrutan de la seguridad en una residencial burbuja con sistemas de videovigilancia, familias enteras se unen al éxodo para evitar ser asesinadas y violadas. Mientras pueden costearse esos relajantes viajes con fondos públicos, miles de trabajadores son explotados en maquilas por sueldos que insultan la dignidad. El Salvador está en llamas y ustedes le arrojan gasolina. ¿Qué esperan ahora? ¿Más medallitas y pines de oro como reconocimiento por esa ardua labor?
De momento, parece no haber nadie que pueda o quiera detener sus arbitrariedades y abusos, así que pueden sentirse tranquilos y retozar en sus caprichos. Vociferen la ideología que quieran, fabriquen cortinas de humo cuando se les antoje, desvíen más fondos públicos, quítenle al pueblo lo que le pertenece. Sigan siendo tan buenos verdugos como hasta ahora han sido. Pero no olviden que toda acción tiene una reacción, y que cuando los borregos despertemos, haremos facturas a sus nombres.

Ronald Portillo  es Periodista salvadoreño radicado en Hyattsville, Maryland.

Fuente: Septimo Sentido 
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