Nayib Bukele,Presidente Tuitero
Presidente de El SalvadorNayib Bukele |
Lo que está pasando con Nayib Bukele no tiene precedentes. El mandatario salvadoreño (con menos de una semana en el poder) está usando la plataforma para compartir con aqueos y troyanos una narrativa de comunicación fresca que se distingue de la vetusta diatriba a la que nos tienen acostumbrados los flamantes integrantes de la clase política.
Por América Pacheco
Para todas aquellas almas que no sepan que para sobrevivir al capitalismo salvaje tengo que rentar mi limitada reserva neuronal a una prestigiosa agencia de publicidad digital, en verdad os digo que han estado viviendo bajo una piedra hasta el fondo de una caverna oscura. Mis licenciosas andanzas digitales son las que pagan las cuentas de mi hogar y a ellas les dedico esta triste canción de amor. Siempre uso el anterior argumento cuando se me señala una notoria actividad en social media. Y aunque no me crean, es un argumento válido en cualquier corte internacional. Saber cómo funcionan las plataformas de social media, cuál es su penetración en los países clave para las industrias a las que prestamos servicio y cómo podemos hacer uso de ellas en nuestro beneficio es lo que hace de mi vida laboral un carnaval.
Si alguien me hubiera preguntado hace diez años cuál era mi red social favorita, hubiera contestado atropelladamente que Twitter. Twitter fue mi primer amor. El más grande y exigente. Lamentablemente, esta plataforma digital ha mutado en un peligroso Leviatán. Twitter ya no es nada más el indicador infalible del pulso del mundo y de lo que está sucediendo dentro de él. Ahora es un barómetro de exactitud prodigiosa del odio y la frustración de los hijos de Eva. Pero, sobre todo, un mecanismo polarizante que es capaz de influir dramáticamente en procesos democráticos electorales en países civilizados, así como en disturbios en junglas dictatoriales. El cofundador de Twitter, Ev Williams, tuvo que disculparse públicamente por el papel fundamental que desempeñó la plataforma en la elección que colocó a Donald Trump en la sala oval. Reconoció que ayudaron a crear un “ecosistema de medios que se apoya y prospera en la atención y eso es lo que nos hace más tontos”.
Hace un par de meses desalenté a una poderosa industria norteamericana de usar Twitter como plataforma de comunicación de brand en toda Latinoamérica porque todos sabemos que está desacelerándose peligrosamente. El crecimiento de usuarios se está estancando. El interés en la plataforma disminuye en la misma proporción en la que Instagram se acelera. Todos los esfuerzos que han realizado en perfeccionar el modelado demográfico, así como la creación de audiencias clave son insuficientes. Es una lástima contemplar que la poderosa data de Twitter se utilice preponderantemente para favorecer agenda política y viralizar campañas de odio. Dónde antes existían campos fértiles en el que cohabitaba la discusión y análisis, ahora pastorean ejércitos de bots.
El día de ayer, mientras la tienda de rebajas de aparatos descompuestos de mi mente (Cortázar dixit) deambulaba en Twitter, noté algunos tuits relacionados al flamante nuevo presidente de la República de El Salvador Nayib Bukele (@nayibbukele) y quedé in albis. Desde diciembre del año pasado, con el ungimiento de AMLO, cualquier tuit relacionado a su figura ha estado salpimentado de un fuerte tufo de polarización. Y no solo a él, multipliquemos la polarización que distingue su discurso por cada intervención pública en redes sociales de un político o funcionario público relacionado a su gobierno. Y su cada vez más desdibujada oposición tampoco aporta demasiado a enriquecer la calidad del debate. Por cada diez tuits elocuentes aparecen cientos de miles de descalificaciones, insultos y agresión gratuita.
Lo que está pasando con Nayib Bukele no tiene precedentes. El mandatario salvadoreño (con menos de una semana en el poder) está usando la plataforma para compartir con aqueos y troyanos una narrativa de comunicación fresca que se distingue de la vetusta diatriba a la que nos tienen acostumbrados los flamantes integrantes de la clase política. Comenzó dando órdenes a su gabinete de lanzar por el tobogán de la alegría a funcionarios corruptos relacionados a la administración anterior. Asignó públicamente recursos salariales disponibles a causa del despido de estos miserables para destinarlos a la compra de uniformes y calzado nuevo a fuerzas oficiales. Exigió abrir plazas disponibles a concursos públicos, ordenó remociones enérgicas de cargos medulares a personajes marcados como pillos y corruptos. Convirtió el timeline de su cuenta en despacho presidencial. Las decisiones de un mandatario que han estado reservadas a las cuatro paredes de una casa o palacio de gobierno ahora están disponibles para que gente desqueacerada los lea, así la información sea o no de su incumbencia. Sus ministros abonan hilaridad al contestar (también vía Twitter) a su presidente sin chistar: “Su orden será cumplida de inmediato Presidente”. Sin embargo, esta conducta inusitada para un mandatario (ni Manu Macron se atrevió a tanto) no termina ahí.
Ha hecho de su un estilo personal de gobierno un trending topic. Mandó a bañar a youtubers zarrapastrosos, ordenó a un funcionario la adquisición inmediata de una cafetera con el remanente presupuestal (aunque aclaró que el pan dulce lo compre de su bolsillo), y ordenó a la turba que lo sigue le de muchos likes para convertirlo también en el presidente de Twitter. Porque no es fácil ser el presidente más cool del mundo y no convertirse en emblema generacional en el proceso. El 25 de enero de este año, Roberto Valencia, escritor del New York Times, dedicó un artículo dedicado al entonces candidato presidencial del país centroamericano: “Pase lo que pase, las elecciones presidenciales de 2019 en El Salvador serán un punto de quiebre en la breve historia democrática del país, que se inició con la firma de los Acuerdos de Paz en 1992”. Roberto no se equivocó. Latinoamérica está estrenando a su primer presidente millennial y las consecuencias de las implicaciones de semejante notabilidad aun están por verse. Los puristas lo llaman falaz y afirman que ser el presidente más famoso de Twitter no lo convierten un gobernante capaz ¿y quién soy yo para desmentirlos?
Tengo que reconocer que, anterior al trend que rodea al joven político, jamás había escuchado media palabra sobre él. Me bastó una hora de mi tiempo para conocer a grandes rasgos la trayectoria de Bukele: cuenta con más de 700K seguidores en Twitter y a sus 37 años se ha convertido en el segundo presidente más joven del mundo (únicamente superado por el austriaco Sebastian Kurz, de 31 años) y la enorme popularidad que goza es porque su irrupción a la presidencia ha puesto fin a 27 años de bipartidismo en el poder. Está casado con una mujer encantadora que está a semanas de convertirlo en padre y le gusta acudir a juntas de gabinete en jeans y gorra beisbolera.
América Pacheco es bloguera hispano mexicana
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