Relevos de Partidos Políticos en El Salvador
Johnny Wright Político Salvadoreño |
Eduardo Cardona*
“El panorama político en El Salvador ha cambiado. El espectro de izquierdas y derechas dejó de existir”, dijo el pasado 10 de junio Johnny Wrigth Sol, líder y fundador del nuevo partido político Nuestro Tiempo, en el programa Debate con Nacho Castillo. Esa frase, más propia del mismo Bukele en tiempos de campaña, me hizo reflexionar sobre la importancia de las ideologías políticas. ¿Realmente no importan? ¿Basta con la imprescindible honestidad de los servidores públicos y no sus formas de gobernar? ¿Fallan las ideologías o fallan las personas?
ARENA y el FMLN, a fuerza de corrupción e incapacidad para satisfacer las demandas sociales, se encargaron de salpicar con su desprestigio las ideologías de derecha e izquierda. Nuevas Ideas y Nuestro Tiempo entendieron a cabalidad este mensaje y han tratado de desvincularse de cualquier ideario político. No comprometerse con estas corrientes permite acaparar mayor cantidad de simpatizantes, dar acogida a una ciudadanía que ya no cree en el sistema de partidos tradicional y que en la preocupación por sobrevivir a la violencia y la falta de oportunidades no se informa sobre las promesas y enfoques de trabajo de las nuevas opciones políticas.
En otras palabras, como estrategia política es válido y entendible alejarse de estas corrientes. Pero en la práctica los espectros políticos determinan el rol que se asignará al Estado en las cuestiones económicas y de regulación. Y en un contexto donde las instituciones tradicionalmente han privilegiado los intereses de grupos económicos sobre el bien común se vuelve imprescindible la existencia de una alternativa de izquierda técnica, transparente y progresista.
Si todas las ideologías tuvieran en su núcleo la búsqueda directa del desarrollo humano, la igualdad de oportunidades y la construcción de un Estado al servicio de todos los ciudadanos (y no coaptado por grupos de poder) el debate sería innecesario. Pero la derecha, además de posicionar estos ideales en un segundo plano, ha procurado imponer las reglas del libre mercado a los pequeños comerciantes y no a las grandes empresas.
La posguerra
En los veinte años de gobiernos de ARENA fuimos testigos de la liberalización económica. Medidas orientadas a la atracción de la inversión extranjera y la generación de emprendimientos locales que, en teoría, debían ser suficientes para alcanzar el progreso económico y social. La banca y el sistema de pensiones se privatizaron. Firmamos convenios comerciales que abrieron nuestros mercados a las importaciones y exportaciones. La moneda nacional fue sustituida por el dólar, trayendo estabilidad de precios y la consecuente disminución de tasas de interés. ¿Por qué no fueron suficientes? Porque el bienestar no se rebalsó, el mercado no se reguló por sí mismo y la eliminación de las desigualdades no fue prioritaria.
En paralelo, estas acciones fueron acompañadas por la corrupción sistemática de las instituciones, la despreocupación total por la inversión en el capital humano y la construcción de una defensa del poder que permite que el dinero imponga la agenda mediática y las regulaciones de mercado que se discuten en la Asamblea Legislativa. Así, el sistema económico fue incapaz de cerrar las desigualdades históricas y profundizó la fragmentación del tejido social que, sin la capacidad de generar oportunidades, le abrió paso a un nuevo ciclo de violencia e inseguridad.
Y cuando el FMLN alcanzó el Ejecutivo fue incapaz de complementar las medidas liberales y de regular las fallas de mercado generadas por ciertos sectores de la economía. Peor aún, pasó a formar parte de la vorágine de corrupción que lo precedía. Buscando el enriquecimiento de su dirigencia y allegados, perdió totalmente el rumbo de una izquierda progresista: mejorar las condiciones de vida, especialmente de los más pobres, e incentivar el libre mercado regulando los daños ambientales y sociales. Utilizaron la política fiscal para robar y mantener a una base de afiliados en puestos de trabajo innecesarios, olvidándose que el gasto público es la principal herramienta que tiene un gobierno para disminuir las desigualdades económicas y sociales.
Adiós posguerra. Bienvenidos a la derecha
Y en este contexto de una derecha corrupta y una izquierda incompetente, surgen Nuevas Ideas y Nuestro Tiempo, situados en coordenadas del discurso político de derechas y llamados a ser el relevo generacional para las elecciones venideras.
Aún en el escenario donde ambos partidos den señales claras de transparencia, las formas de gobernar importan. En el mundo y en El Salvador tenemos probado que un solo enfoque no es suficiente para crecer económica y socialmente. Las políticas públicas que buscan mejorar el clima de negocios se quedan cortas si no están acompañadas de una carga social progresista que brinde las herramientas a los ciudadanos para forjar su propio futuro, en paz y con dignidad.
Lo preocupante es que Nuevas Ideas y Nuestro tiempo tampoco han iniciado con muestras tan claras de transparencia y de defensa de los derechos sociales. Wright – siendo diputado de ARENA – no tuvo reparaciones en impulsar la Ley Integral de Aguas aun teniendo serios conflictos de interés. Este hecho no es menor dado que su familia es accionista de un ingenio azucarero que en abril de 2016 derramó irresponsablemente 250,000 galones de melaza sobre el río La Magdalena, afectando indefinidamente la biodiversidad y acabando con la fuente de subsistencia de cientos de familias humildes.
Nayib Bukele –y su proyecto personalista Nuevas Ideas– ha colmado los ministerios e instituciones ejecutivas con cuotas de amiguismos, políticos con señalamientos de corrupción y de funcionarios que formaron parte del equipo de gestión de Tony Saca, preso en Mariona por haber confesado el robo de fondos públicos.
Bajo esta realidad se vuelve imprescindible la irrupción de una alternativa de izquierda, técnica y transparente. Una izquierda progresista que asuma el liderazgo de la defensa de los derechos sociales y que promueva la innovación, la inversión y los emprendimientos privados. Que entienda que ambas posturas no son excluyentes, teniendo claro que no puede seguir permitiendo que el poder económico, a través del financiamiento de los partidos políticos, maneje la agenda pública a su conveniencia.
* Eduardo Cardona es licenciado en Economía y Negocios
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